—Cuidado con el primer puente de huesos. Podrías dañarte severamente los pies si los pones encima de él —advirtió Volun, provocando que la muchacha voltease a ver dicha construcción: se trataba de un enorme y convexo puente amarillento con restos de sangre seca por todo su piso; se hallaba tapizado de lo que parecían ser huesos rotos con las partes punzocortantes hacia arriba.
—¿A dónde lleva?
—Siendo precavidos, disminuimos las posibles pérdidas al fallar tras habernos arriesgado por algo. Ven. Ten mucho cuidado con los bordes de la piedra y con el puente —pidió él. Ella siguió sus instrucciones y se paró en el filo de la piedra roja, a un costado del puente—. Esta estructura llega a las faldas del dominio de Ego. Es aquella montaña que se ve ahí —subrayó el muchacho. Ella vislumbró, más allá de la niebla, una gran mole de piedra roja con un humo gris espeso saliendo de su punta, poblada con varias personas que caminaban con languidez en círculos y en las diferentes partes de sí, que tenían cierto rasgo grotesco en común que no quiso dejar en la incertidumbre.
—¿Q... quienes son ellos? ¿Y qué es eso que llevan en la espalda?
—Cargas. Eso que llevan en la espalda se llaman cargas. Ego dispone de ellas y él decide, cuando alguien llega a su dominio, qué tan grande, pesada y molesta será la carga que tendrá que llevar su merodeador —explicó. Ella se percataba, cada vez con más asco y terror, cómo dichas criaturas tan aberrantes (que asemejaban ser garrapatas grisáceas de varios tamaños), tenían sus seis patas dolorosamente encajadas en las encorvadas espaldas de quienes las llevaban y un pico palpitante fijamente incrustado en sus cuellos, justo bajo la nuca—. No te dejes llevar por las apariencias. Las cargas tienen patas tan largas y filosas que se entierran profundamente en sus carnes y se adhieren fuertemente a sus huesos.
—¿Por qué? ¿Por qué los tratan así? —preguntó ella.
—Aquí merodean todos los egoístas. Mientras más alto escalan en la cumbre de Ego, más fatigante será el llevar en sus espaldas a la carga. Mira, ahí uno que no ha podido más —comentó él, señalando hacia una zona. Ella miró hacia ahí y presenció cómo un pobre merodeador, que estaba en un punto alto de dicha montaña, perdía el agarre y descendía rodando por las rampas de la montaña, golpeándose por todas partes y dejando un tremendo reguero de sangre por allá a donde iba a dar. El fin del viaje sucedió cuando el tipo fue a dar más abajo de donde llegaba el puente, allá donde el piso se difuminaba y se hacía más oscuro.
—¿Murió? —dijo ella, notando que el pobre tipo apenas se movía.
—Aquí la única manera de «morir» —marcó—, es dejándote llevar por el Mar Negro, en una o varias piezas. ¿Recuerdas lo que te dije de las zonas comunes?
—Sí, lo recuerdo.
—Bueno. Ese pobre merodeador ha caído directamente en la Soledad. Ya dependerá de él si decide liberarse cruzando ese martirizante puente (que es el camino correcto), si se queda ahí, si desciende hacia la Depresión o si intenta volver a escalar la montaña. He de decirte que, si prueba de nuevo la última opción, es posible que sufra una vez más este destino; nadie soporta mucho tiempo allá, en la punta del dominio de Ego.
—Es terrible...
—Sí. Pero también es terrible vivir con el ego tan excedente en nuestras personas, como lo presumen aquellos que están en las alturas de Ego; tienen una visión privilegiada del paisaje y se hallan por encima de los demás, pero a fin de cuentas, ¿de qué sirve tener una visión tan amplia de un paisaje horrendo como lo es este abismo? Un paisaje en donde lo único que se ve con claridad es tu descenso. Un paisaje conseguido en una altura desde la que tu caída con todo y tu carga será más dolorosa.
—¿Es malo tener ego? —dudó inocentemente la muchacha.
—No, es natural de nosotros. Sin embargo, ellos tienen el ego muy, muy elevado. Y ello tiene que ver con la aversión gobernante de este abismo... y te la diría de una vez por todas, aunque pensándolo bien, confío en que tú misma lo vislumbrarás tras haber viajado y presenciado la forma de merodear cada uno de los dominios.
—Vaya... —respondió ella, embobada por lo que estaba viendo: igual que como sucedía en el dominio de Atten, el de Ego, hasta abajo y allá a donde el dominio colindaba con las aguas del Mar Negro, tenía a varios de sus merodeadores rondando por las lúgubres tierras de la Depresión. Algunos conservaban a sus cargas a las espaldas. En otros, sin embargo, solo quedaban los profundos agujeros que el paso de una carga dejaba en sí.
—La Depresión es tan fría, triste y peligrosa que hay cargas de Ego decididas a no llegar hasta ahí. No obstante, si alguien logra pasar de la Depresión a la Soledad, la carga regresará al instante. No hay forma de liberarse de ella que no sea saliendo de este dominio —le dijo, empezando a dar pasitos hacia atrás—. Aún nos falta un buen camino, sigamos.
Pensando en las horridas torturas que quizás todavía tenía que ver más adelante, la muchacha retrocedió y retomó el paso por el sendero del abismo junto a su guía.
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El Abismo de los Ciegos
رعبUna chica despierta en una zona increíble, que jamás habría podido imaginar, pero no es porque sea particularmente bella: el paisaje es negro, el ambiente es húmedo, los sonidos bastante lúgubres y la interminable piedra bajo sus pies, roja y raspos...