—Estamos a nada de llegar al penúltimo de los dominios del abismo. Antes de acercarnos a él de lleno, tengo que decirte algo.
—Sí, dime.
—El abismo, probablemente sin que te des cuenta, tiene la forma de una gran, enorme pendiente. Justo como si el abismo mismo fuese un colosal dominio.
—Pues... no me di cuenta, de hecho —repasó todo su camino a través de aquella piedra roja.
—No te culpo. La niebla fue la culpable de que nuestras vistas no llegasen más allá de lo que normalmente es... pero, ahora que estamos aquí, ¿no notas algo diferente en el ambiente? —instó a la chica a dudar. Ella, poniendo toda la atención de la que fue capaz, echó una rápida mirada a su alrededor y captó rápido lo que era distinto en él.
—Ya noté que no hay niebla y que... ¡¿PERO QUÉ?! —sintió cómo un enorme vacío se abría paso a través de todas sus tripas cuando de repente, se percató de que estaban parados en un punto altísimo; tan alto que todos los demás dominios (aunque cubiertos por niebla), se veían muy, pero muy lejanos allá en la bajeza. Extrañamente, estar de pie ahí no aportaba al cuerpo ni un poco de sensación de inclinación o de flanqueo de equilibrio; era como hallarse en un terreno plano y totalmente horizontal.
—No te dejes llevar por el vértigo; todo el tiempo estuvimos subiendo sin que siquiera te percatases. No vas a caer y de eso me encargaré yo, pero echa otro vistazo y dime qué ves —sugirió él. Ella obedeció y ahí, fue cuando captó cuatro monstruosas y enormes, gigantescas figuras que sobresalían desde debajo de la niebla negra.
—¿Q... qué... qué es eso?
—No creerías que los entes encargados de cada dominio serían del tamaño de uno de sus merodeadores... ¿verdad? —le preguntó Volun con ironía. De hecho, ella no había concebido así las existencias de dichos entes; los imaginaba realmente como algo abstracto; invisible pero omnipresente—. Eso que ves ahí, aquella masa de carne que mastica, es Enrah... y eso que está masticando es un merodeador de su dominio —señaló hacia una gran masa amorfa sin rostro pero con enormes fauces llenas de filosos picos amarillentos con manchas marrones con la que masticaba enérgicamente una pequeña de carne. Tras remoler unos segundos más, escupió con fuerza el resultado hacia abajo y lo moldeó, adaptándolo al piso de su dominio. A juzgar por la apariencia de aquel piso, lejano al que ella vio cuando pasó por ahí, parecía ser que ya lo había hecho varias veces antes. No obstante, un segundo después, se dobló grotescamente, engulló a varios merodeadores más y volvió a masticar—. Así es como expande su dominio.
—¡Qué asco! —dijo ella, quitando la mirada de ahí.
—Aquello que está allá, que emerge de las arenas para hundir de golpe a algún merodeador y vuelve a desaparecer en el piso, es Engen. Un ser creado a partir de pura arena calientísima —señaló. Engen, no obstante, era más difícil de ver: solo salía de vez en cuando como una nube enorme de arenas humeantes desde el piso de su dominio para crear dunas enormes sobre grupos de merodeadores y volvía a desaparecer—. Dependerá de los engendradores si luchan por salir de ahí o no.
—Oh y... q... ¿qué es eso? ¿Por qué no lo vimos al p... pasar? —preguntó la muchacha, ahora preocupada por lo que captaba su vista: un par de ojos tan amarillos y luminosos que penetraban sin problema alguno la espesa niebla que ya no dejaba ver el piso rojo de la zona.
—Esos son los ojos de Su. Te dije que su dominio no era un árbol común y corriente. Eso que viste allá atrás no era otra cosa que su cabeza y sus desordenados cabellos sobresaliendo desde abajo —explicó.
De golpe, sintiendo un impacto emocional tan fuerte que no se desmayó posiblemente por obra de un milagro, la pobre muchacha terminó disminuida al ver una enorme, vaporosa y poco sutil mano gris acercándose velozmente hacia donde estaban parados. Sin embargo, la mano no tomó a ninguno de ellos dos; se siguió de largo y tomó fuerte y violentamente a alguien que caminaba a su lado. La mano regresó por donde vino y ahí, juntándose con otra mano llena de asquerosas y numerosas criaturas, lo inmovilizó para que la otra le colocase una de aquellas criaturas en la espalda, quien sin esperar un solo segundo, le encajó furiosamente sus seis patas en la espalda.
—Aquel es Ego —habló el guía, sintiendo la palpable angustia de su compañera, quien no podía quitar la vista de aquel horrendo espectáculo—. Usa su mano derecha para cachar a quienes pertenecen a su dominio y están fuera de él, mientras que todas sus cargas están amontonadas en su puño izquierdo —dijo. La chica inclinó un poco la cabecilla para poder apreciar al monstruo en todo su esplendor y se sintió muy, muy aminorada al verlo con todo su tamaño: Ego tenía la forma de un voluptuoso esqueleto de humo con la caja torácica más amplia de lo que normalmente tiene cualquier persona. No obstante, por más ancha que fuera dicha cavidad, se encontraba totalmente vacía. No había nada visible dentro de sus espectrales huesos—. Estás viendo la forma más representante del ego. Enorme ante la vista y en presencia, pero totalmente vacío.
—Vaya. Pero Volun, yo te pregunto, ¿qué tipo de penitencia puede ser peor que ser masticado vivo? ¿O que escalar montañas con una carga encajada hasta tus huesos y caer hasta la Soledad o la Depresión? ¿Que ser perforado gustosamente por las púas de la cabeza de un ente dominante o morir bajo el peso de tus propios padres? —dudó ella.
—Ni toda una vida mía explicándote las cosas te brindaría más sabiduría que verlas por ti misma. Como ya te dije, aún quedan dos dominios que debes de conocer antes de llegar a la Zona Purgatoria. Las vistas que te esperan ahí, créeme, superan por mucho a todo lo que has visto. Ahora dime, ¿estás lista para continuar la marcha? ¿No necesitas parar un tiempo a reposar?
—Por todo lo que he visto y por el cómo funcionan aquí las cosas, me imagino que, tiempo que vivo aquí, tiempo que pasa también allá afuera. Quiero saber qué es lo que no me permite ver. ¡Quiero volver a mi vida! —admitió.
—Bien. Comprendo tu ansiedad. Vamos, continuemos.
ESTÁS LEYENDO
El Abismo de los Ciegos
رعبUna chica despierta en una zona increíble, que jamás habría podido imaginar, pero no es porque sea particularmente bella: el paisaje es negro, el ambiente es húmedo, los sonidos bastante lúgubres y la interminable piedra bajo sus pies, roja y raspos...