XII.

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Sonaban gritos, lamentos encarnizados y quejas. Los temblores que habían comenzado poco antes de llegar al dominio de Judá no habían hecho más que aumentar en fuerza y frecuencia, pero esos detalles no eran, ni de chiste, los que más perturbaban a su ya de por sí alterado corazón: por encima de todos aquellos sonidos y de todos los que había presenciado en su vida, había uno. Un gruñido seco, agudo y vibrante. Uno que solo podía provenir de algo que tenía, como mínimo, el tamaño del gigante Ego. De una monstruosa garganta que, siguiendo un patrón inexpugnable dentro de aquel abismo, parecía sufrir.

—Hoy parece que Calumno está muy activo —espetó él, de repente a media caminata.

—¿Calumno?

—El ente dominante del último dominio. El segundo monstruo más poderoso de este abismo y uno de los que más respeto, admiración y miedo inspiran en cualquiera.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de especial?

—¿Que qué tiene de especial me preguntas? Calumno es un ente más allá de lo que debería estar en este abismo. Se dice que él nació en un punto medio entre aquel terrible lugar que te describí como la Zona de Tortura y esta Zona de Penitencia. Era demasiado débil para hallarse allá, pero demasiado fuerte para permanecer aquí —explicó.

—¿Y qué sucedió con él?

—Se resolvió, entre los seres supremos de las tres Zonas, que se quedase aquí en el abismo. Pero fue un grave, grave error —engraveció su voz hasta un punto casi sombrío.

—¿Error?

—¡UN ERROR! —alzó la voz—. Un error porque Calumno desató una ola de caos terrible dentro de este abismo. Destrozaba con sus temibles colmillos en menos de un segundo a varias decenas de merodeadores de cualquier dominio; desobedecía a todos los demás entes que le ordenaban salir de sus tierras y, debido a su naturaleza destructiva y fuerte, les era imposible detenerlo. Cuando Noisrevá, el ente supremo de este abismo se hartó de tanta desobediencia y destrucción, pidió ayuda a los demás entes supremos y, entre ellos, resolvieron una solución: cortarle de cuajo la mitad inferior del cuerpo a Calumno. Craso error: la bestia, ahora furiosa y completamente descontrolada, se lanzó a atacar a todos los demás entes de los dominios. Si no fuese porque Noisrevá intervino con toda su fuerza imperante, y decidió de una vez por todas la solución que reina hoy en día, quizás Calumno habría causado un desbalance de proporciones verdaderamente caóticas al asesinar a otros entes dominantes.

—¿Y cuál es? —dijo ella sin aminorar el paso, acostumbrándose poco a poco a los ensordecedores gritos (y gracias a ello, dejando de escuchar poco a poco los suaves lamentos) y empezando a mirar con más claridad lo que parecía ser un lago gigantesco de aguas negras repleto a más no poder de merodeadores. Merodeadores que no asemejaban sufrir con el ardor que dicho líquido causaba en sus pieles ya que, de hecho, lo emanaban a chorros por sus negras y desgastadas bocas. Que sonreían cínicamente, se peleaban entre sí por pequeñeces y que, gracias a la falta de espacio y a malas jugadas que les hacían sus piernas debido a la congestión humana, caían de ahí hacia el dominio de Judá o hacia el mismo sendero principal del abismo; probablemente para encontrar su nueva penitencia en otro de los dominios.

—Calumno está a cargo, aunque supervisado muy de cerca por Noisrevá, de la presa de los Mentirosos; un dominio cuyo piso está constituido completamente por terrenos de Soledad ocultos bajo tanta agua negra. Bajo tanta mentira que ellos mismos inventan y se jactan de creer y hacer creer. Y en cuanto a tu pregunta, echa un vistazo hacia arriba del dominio —dijo. Ella inclinó lentamente la cabeza hacia ahí y se encontró con el horror de horrores del abismo (y de toda su vida): una enorme bestia antropomorfa, quizás poseedora de nada menos que dos veces el tamaño de Ego, se hallaba encadenada de cabeza con lo que parecía ser un lazo blanco grosísimo y emanante de luz blanca. Poseía un par de ojos pequeños y del color de la lava que parecían mirar hacia todos lados sin tener que apuntar a alguno en especial. Además y a pesar de tener sus extremidades restantes totalmente inmovilizadas, Calumno se agitaba tan violentamente que daba la impresión de que en cualquier momento rompería sus ataduras. De su gigantesca cabeza, donde fácilmente podrían caber varias masas como Enrah, sobresalían varios deformes, filosísimos y, desde luego, colosales colmillos que, a juzgar por la velocidad con la que Calumno los movía y lo filosos que lucían, podrían ser capaces de rebanar la roja piedra del abismo con facilidad.

—¿E... eso es Calumno?

—Sí. Y ten en cuenta que luce así de enorme a pesar de que le han dejado sin la parte baja de su cuerpo. Todo un consabido horror de la existencia. Un verdugo implacable que no distingue entre sus dominados, un merodeador que no pertenece a la presa y, como ya dejó ver, un ente dominante.

—¿Es seguro estar tan cerca de él? Digo, aunque no estamos literalmente cerca, no creo que sea seguro siquiera acercarse a su dominio... —apuntó la muchacha.

—¡Y tienes razón! Que ni se te ocurra pisar su dominio; de vez en cuando, Noisrevá desciende a Calumno para mantener el balance dentro de la presa y drenar tanta agua negra que se acumula aquí... pero a juzgar por lo que estoy viendo, ya se tardó y...

—¿Y qué...? —instó ella a Volun para que continuase, pero él estaba pasmado.

—¡CORRE, CORRE HACIA LA SALIDA!

—¡P... pero... ¿qué?! —contestó ella confundida.

—CORRE, CORRE, ¡NO PREGUNTES! —dijo Volun, pasmado. Ella miró hacia donde él y notó el motivo de su pronto desquicio: Calumno estaba siendo descendido poco a poco hacia la presa y estaba cada vez más cerca de los sorprendidos merodeadores, que se dividían entre quienes lo miraban con un temor puro y comprensible y quienes seguían en lo suyo, indiferentes a lo que estaba por suceder.

—¡Pero Volun, y tú...! ¿Qué va a pasar contigo? ¿Qué va a suceder? —habló ella, agitada y debatiendo consigo misma si era mejor salir o quedarse a ayudar a su guía.

—¡Renata hicimos una promesa que comienza desde ahora! ¡Y aunque comprensivamente pienses superficialmente en romperla, te lo pido por favor, vete! ¡Estaré bien! ¡Vete, ya has llegado a tu destino! ¡Ese portal blanco te llevará directo a la Zona Purgatoria! ¡Vete, sigue con tu vida! ¡Es muy peligroso que te quedes aquí mientras Calumno hace el balance! ¡VETE! —le ordenó. Ella, muy afligida porque no había conseguido una despedida propia con quien fue su guía, compañero y única alma conocida dentro de aquel abismo, echó una última ojeada al sitio, le dedicó unas palabras a Volun en agradecimiento por llevarla e informarla y se giró para echar a andar hacia aquello que había concebido como un charco invertido, que no era otra cosa que la salida hacia el sitio prometido.

Una horrorosa sinfonía de gritos, huesos triturándose, tripas, carne y cartílagos cayendo hacia todos lados, piedra rompiéndose y agua cayendo en forma de abundantes cascadas fue lo último que sus oídos captaron en El Abismo de los Ciegos. El sitio que le abrió los ojos ante la inmundicia que la rodeaba y ante lo ciega que podía ser la gente allá, en el mundo real, al que estaba a punto de volver.

O eso es lo que creía.

Lentamente y con los ojos cerrados, sintiendo una repentina frialdad acuosa que la envolvió de golpe, atravesó aquel portal blanquecino, se abrió ante nuevas sensaciones y se dejó llevar por lo que venía.





Esto no ha acabado aquí.

¡Muchas gracias por leer mi cuento! Espero todas, todas tus dudas, opiniones y críticas con ansias.

El Abismo de los CiegosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora