VIII.

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—Nos estamos acercando a otro dominio. Si no soportas el fuerte olor humano presente en grandes conglomerados o concentraciones en pequeños espacios, será mejor que te tapes la nariz.

—¿Q... qué? ¿A humano? —le preguntó ella, aunque más temprano que una respuesta verbal, un fuerte y complejo aroma extrañamente conocido golpeó de repente a su nariz. Recordaba haberlo olido antes, pero no así.

—Sí, a humano. Así como huele aquí, olerían nuestras pieles si no nos bañásemos... pero también si no defecásemos u orinásemos. Mira, eso viene de ahí —apuntó a un nuevo lugar. Cuando ella dirigió hacia allá su mirada, se topó con un gigantesco piso del color de la piel morena clara (representativo de la vida, tenía que aceptar) cuyo nacimiento estaba adherido firmemente como telarañas carnosas a la piedra roja principal del camino y cuyos bordes desembocaban directamente en terrenos con inclinaciones pronunciadas que hallaban su terminación en el negro piso de la Depresión. Dicho dominio (porque a juzgar por su apariencia, estaba segura de que se trataba de otro dominio del abismo) tenía la estrambótica característica de parecer estar vivo: un perenne e irritante lamentar, como si mucha gente estuviese atrapada dentro de aquella carne que aminoraba sus quejidos, fungía como escabroso sonido de ambiente. Además, intermitentemente y en espacios de apenas unos cuantos segundos, grotescos latidos y sobresaltos nacían en sus adentros para manifestarse violentamente en la superficie como temblores que, curiosamente, no alarmaban a los merodeadores. Parecía que algo saldría de aquella cosa de un momento a otro, o como si estuviese respirando dentro de sí un enorme pulmón o par de pulmones.

—¿Qué es?

—Es el dominio de Enrah. Un gran, gran colchón de carne viva.

—¿Eso es carne? ¿Está viva? ¿Cómo que viva? —indagó.

—Este es el dominio dedicado a los obsesionados con las carnes ajenas no consensuadas. A quienes el deseo carnal deja de significarles algo instintivo para pasar a ser algo repulsivamente vital. Quienes deforman el pasional concepto del placer y lo corroen hasta convertirlo en una aversión, igual que las acciones de todos los demás que merodean por aquí —explicó su guía.

—¿Es malo sentir deseo por la carne ajena? —preguntó ella, temerosa por recibir de vuelta una respuesta positiva, ya que, a lo largo de su vida, había experimentado aquella petición corporal en repetidas veces.

—No, en definitiva no. Es natural sentirlo. Lo que no es natural, es dejar de ver a las demás personas como seres vivos y pasar a verlos como carne pura; justo como aquello que ves ahí. En aquel preciso momento en que te olvidas de que otras personas son muchísimo más que un burdo trozo de carne engendrado únicamente para alimentar a tu sucio y hambriento hedonismo personal, pasarás a tener a tu presencia etérea aprisionada aquí.

—Qué horror —comentó ella, percatándose de que, todas las personas quienes yacían encima de aquel colchón viviente, caminaban, se desplazaban de rodillas, gateaban y se embarraban totalmente desnudas obscenamente sobre él, emanando, a través de las vacías cuencas de sus ojos y de numerosos poros anormalmente grandes en toda su piel, un líquido negro muy parecido al del Mar Negro. Un líquido que irritaba y enrojecía a la carne que estaba debajo de ellos. Un líquido que los deslizaba viscosamente hacia abajo.

—¡HEY! —alzó la voz Volun repentinamente colocándose frente a la muchacha y, mirando con disgusto hacia un lugar. Ella, estirando el cuello para mirar sobre los hombros de él, buscó mirar hacia el mismo punto que Volun y, al conseguirlo, poco pudo hacer para reprimir un mismo gesto de desagrado: un desnudo, agujerado y ciego merodeador se acercaba a los límites de la carne, hacia donde el piso volvía a ser de piedra roja. Posado ahí, colocando en su incompleto rostro un verriondo y sucio gesto, se dispuso a hablar... o eso fue lo que intentó: al abrir la boca, empezaron a emanar chorros y chorros de agua negra desde detrás de sus marrones, rotos y podridos dientes—. Tranquila, él no puede salir de ahí, pero de todas maneras no te acerques.

—¿Qué está haciendo? —devolvió ella sin quitarle la vista de encima a aquel desagradable ser. Un segundo después, se percató de que aquellos chorros de agua negra que salían de su putrefacta boca causaban un efecto nocivo en la carne sobre la que estaba posado: se enrojecía, cambiaba hasta pasar a ser carne viva en su más puro estado y se empezaba a agitar con violencia.

—Está soltando improperios obscenos.

—¿I... improperios?

—Sí. Me apiadaría de él si lo que está a punto de pasarle no hubiese sido causado por su propia labia —comentó Volun. Ella, dudando sobre lo que estaba por suceder, se limitó a observar: llegó un punto en el que había salido tanta agua negra de sus adentros, que él mismo formó una pequeña cascada resbalosa. La humedad, aunada al agitado comportamiento del piso, provocaron que el merodeador no pudiese sostenerse más tiempo en donde estaba y sufriese un aparatoso descenso. Para su mala suerte, al detenerse adolorido y con muchos huesos rotos allá en el piso de la Depresión, el peso y la fuerza con la que bajaba toda el agua que él mismo produjo, combinada con la proveniente de muchos otros merodeadores de Enrah, lo hicieron seguir bajando hasta hallar su destino final sumergido en las aguas del Mar Negro. Ahí, gritando desgarradoramente por el ardor tan infernal que tomó su cuerpo de repente y retorciéndose en un inútil esfuerzo por aferrarse a cualquier orilla que se le acercase, se dejó llevar por la salvaje marea del mismo, perdiendo, en la lejanía y poco a poco, toda la piel de su cuerpo.

—Qué castigo tan horroroso...

—Y tan justo, diría yo. Él fue un merodeador queno soportó la negrura en la que se sumergió poco a poco sin darse cuenta. Sinembargo, hay otros que la aguantan y la dominan sin problema alguno. Venga, nomires así a la carne; después de todo, tú y yo también somos parte de ella. Losomos desde que nacimos y lo seremos hasta las últimas de nuestras horas. Caminandoy hablando, ven —le pidió, tomándola con gracilidad del brazo y jalándolalevemente para seguir su camino. Ella acató la orden caminando de nuevo al ladode Volun y alejándose poco a poco de la carne, de sus merodeadores, de suhorrida imagen y de su aroma, irónicamente a la forma de ser del abismo y de loscastigos de los que ahí yacían, tan fiel representante de la vida humana. 

El Abismo de los CiegosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora