Capítulo 7 - Miedos

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Por un momento pensó que Zelda se había marchado de la aldea.

Cuando llegó a Hatelia encontró que la casa estaba vacía, más que eso, se notaba que llevaba varios días sin que alguien pusiera un pie allí. No encontró las cosas de Zelda, aunque su caballo seguía en el cobertizo y tenía heno fresco. Puede que eso no significara nada. Tal vez algunos jóvenes de la aldea la habían escoltado de vuelta a casa de Impa, o a cualquier otro lugar en carro.

Estaba agotado, llevaba un día entero sin pegar ojo, pero tenía que comprobar si ella se había marchado de verdad, o seguía por allí.

Así fue como se plantó en el molino de los sheikah, calado hasta los huesos y en mitad de la noche.

—Es una suerte que hayas llegado al fin, Link —dijo Symon, sirviéndole un poco de guiso recalentado —planeábamos un viaje y si llegas a retrasarte un poco más, habríamos partido sin cruzarnos contigo.

—¿Un viaje? ¿A dónde?

—Al faro de Akalla —intervino Prunia —no he visto a Rotver en persona desde el Cataclismo. Hemos tenido comunicación por carta, por supuesto, pero ninguno de los dos hemos abandonado ni la investigación ni el laboratorio. Ya es hora.

—Akalla está lejos, es un viaje largo. Estoy algo cansado, sólo pido un día para poder descansar y dormir, después iré a donde queráis —dijo, pegando un sorbo a su cena.

—No. Tengo otra misión para ti, Link —dijo Prunia —Zelda ha escrito unas cartas, es complicado enviar mensajes en esta época del año, ahora que nos acechan las lluvias y el frío. Más aún cuando hay que enviarlas a regiones tan remotas como Hebra. Ahorraríamos tiempo si tú-

—No —interrumpió él.

—¿No?

—No. El viaje a Akalla es peligroso. El gran macizo de Lanayru separa Hatelia de la región de Eldin y hay que atravesar los Picos Gemelos, parte de la llanura y los pantanos. Entrega las cartas a tus mensajeros sheikah. Yo iré con vosotros.

—Pero Link, nosotros-

—Zelda —dijo él, dirigiéndose sólo a la princesa. Ella se había mantenido en silencio todo el rato, como si no estuviera allí. No sabía si le pasaba algo, pero lo averiguaría más tarde —tú decides, las cartas son tuyas. Si prefieres que las entregue, lo haré. Pero creo que sería de más ayuda si os acompaño hasta Akalla.

Ella frunció el ceño, en su ya famoso gesto de contrariedad.

—Como sabes, eres libre de ir donde quieras —dijo ella —si consideras que es mejor venir con nosotros a Akalla, que así sea.

—¿Ves, Prunia? Está claro —sentenció, y se llevó un enorme trozo de pan a la boca.

Prunia estuvo protestando y aleteando de un lado a otro de la habitación mientras él terminaba de cenar y Symon se disculpaba en nombre de su jefa. Tras la cena, le pesaron las horas de viaje. Le pesó cada gota de lluvia que había empapado sus ropas, y cada trote del camino, cada metro encajándose en la montura de Sombra para avanzar sin dejarse vencer por el cansancio. Zelda estaba sana y segura en casa de Prunia, y eso le producía casi el mismo alivio que llenar el estómago. Era agradable, pero raro. Ya había comprobado lo que necesitaba, así que era el momento de darse una tregua a sí mismo y dormir a pierna suelta tantas horas como fuese posible.

—Bien, es muy tarde —dijo él, poniéndose en pie —como todo está bien y en orden por aquí, me marcho a casa.

—Link, si quieres puedes dormir en el molino esta noche —le ofreció Symon.

—No, aquí ya sois demasiados. He dejado a Sombra en el establo y prefiero un poco de tranquilidad para descansar bien. En casa estaré mejor, aunque tenga que bajar toda la colina en mitad de la noche.

Historia de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora