Capítulo 10 - El equipo tormenta

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Si lo hubiera sabido, Link se habría llevado su mejor arco al viaje. Su arco no estaba hecho para competir, era un arco de madera fina, con un revestimiento de acero en las puntas. Ligero, para que no estorbe en largas travesías. Suficiente para abatir a un enemigo. Pero no era el más preciso, no era apropiado para el torneo de Akalla. Atesoraba el arco de Revali en casa y sólo lo usaba en casos de extrema necesidad. Con ese arco podría ganar la primera de las tres pruebas sin pestañear.

—Linky, estás más callado que nunca, ¿qué te pasa? —preguntó Prunia. Ella se había ofrecido para llevarle el carcaj. Estaba furioso. No porque Prunia fuese su ayudante, era inteligente y cuidaba cada mínimo detalle, es que el bastardo de Granté había tenido la ocurrencia de pedir a Zelda que le llevase el carcaj y ella... Diablos, él no sabía que hacía falta tener un ayudante en el torneo. Y en caso de saberlo tampoco se había atrevido a pedírselo a Zelda. Lo habría hecho sólo para evitar que ella se fuese con Granté, es todo.

—Mi arco tiene poca precisión en larga distancia. Es largo, pero demasiado flexible. Frágil, si deseo forzarlo. Estoy en desventaja —murmuró, ajustándose el protector de cuero del brazo.

—Hace muy mal tiempo hoy —sonrió Prunia, era una especie de sonrisa maliciosa —el resto de los contrincantes no tiene tu experiencia. Seguro que has disparado miles de veces en condiciones terribles. Oscuridad, viento, tormenta... ¿crees que esos críos de manos suaves tienen una mínima posibilidad contra ti?

—Si hay algún orni...

—Los orni no participan en este torneo. Tienen orgullo y dignidad, y respetan las tradiciones de la familia real hyliana. —protestó Prunia, aún enrocada en su postura de no celebrar ningún torneo.

—¿Y Granté?

—¿Granté? ¡Já! Está demasiado ocupado en enseñarle sus músculos a su alteza real... no creo que consiga demasiado con tanta distracción.

—Ahora vuelvo. Espérame aquí —murmuró, casi entre dientes.

Dejó a Prunia a cargo de su carcaj, frente al puesto que le habían asignado para disparar. Se alejó un poco del resto, de la multitud ruidosa que se agolpaba alrededor de los participantes. Había quince aspirantes a la flecha de oro en total, aunque él sólo se había fijado en uno de ellos. Su objetivo era abatir a Granté, y el resto le daba igual.

Cerca del vallado de los establos de la posta no había tanta gente. Sólo los mozos de cuadra rondaban esa zona, y todos estaban desatendiendo el trabajo para acudir a ver el espectáculo. Se habían montado unas gradas de madera para que los visitantes pudieran ver el torneo, había tantas tiendas de campaña y campamentos alrededor de la posta que aquello parecía una aldea, mucho más habitada que Hatelia. Había mercaderes que aprovechaban para vender sus productos, puestos de comida, música y un ambiente festivo. Tenía que admitir que aquello no estaba mal. En el libro que Zelda le había leído, sir Alec de las Tierras Pardas rondaba de un lugar a otro para participar en torneos como ese y así hacerse con un nombre y un prestigio entre otros caballeros. Una parte de él quería parecerse a sir Alec y poner a prueba sus habilidades. La otra sólo quería terminar con la amenaza que le hacía sentir como si el estómago le doliese, cada vez que lo veía cerca de ella. Era una sensación muy desagradable que jamás había experimentado, y quería ponerle fin cuanto antes.

—¡Link! Estás aquí —Zelda apareció con el carcaj de Granté en la mano. Él tenía flechas con un material muy ligero, como el que usaba Rotver para fabricar las flechas ancestrales. Aquellas flechas eran una obra de artesanía.

—He venido a calentar el brazo antes de empezar y allí me sentía incómodo con tanta gente. Granté está ya en su sitio.

—Lo sé, pero he venido a verte a ti —Zelda dibujó su famoso gesto de contrariedad —quería desearte suerte en la competición.

Historia de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora