Capítulo 14 - Promesa

2.2K 166 94
                                    


Ojalá alguien pudiese explicarle por qué a veces hacía lo que hacía. Hylia, sus antecesoras, quien fuese. Sabía que algunas de ellas también parecían envenenadas por la misma enfermedad de la culpa, y habían alejado al Héroe de su lado, lo había visto de manera turbia e intermitente en algunos de los sueños de reencarnaciones pasadas. Pero todo eso resultaba tan raro y tan ajeno, que tendía a no hacerle caso. Eran "sueños de los raros", es todo.

Estaba aturdida, aguijoneada por el dolor de los recuerdos y por la pérdida del rey Dorphan. Era como perder a padre otra vez. Dorphan no era padre, no tenía por qué sentirse así, pero su cabeza imaginaba que los cantos eran por padre, que el color anaranjado de las llamas de ciudad zora también lloraban por él. E imaginaba el cuerpo inerte de padre, con su enorme barba blanca, tumbado sobre una cama de flores en lo alto del Monte del Trueno, con sus manos rodeando una espada como marcaba la tradición, y con los ojos cerrados en un gesto dulce, que le hacía parecer dormido.

La muerte del rey de Hyrule no fue dulce. Y no tuvo un funeral con flores y espadas, no hubo nada de eso. La podredumbre lo arrasó todo, como una oscuridad sedienta de carne, y no quedaron ni los huesos de los habitantes del castillo. Por suerte, Link la sacó de allí a tiempo. A tiempo y arrastras, pues se resistía a dejar a los demás siendo devorados por aquella cosa. Tiempo después, cuando regresó al castillo, ya era tarde y sólo había vacío.

En medio del caos no había tiempo para funerales. No había tiempo para enterrar a los muertos, ni para elegías, ni para poner flores bonitas en una tumba. Nadie lloró al rey Rhoam salvo ella misma. Dentro de su propia cárcel, envuelta en el Poder Sagrado, lloró al rey, a los elegidos, a cada ser sobre la faz de Hyrule que había sido aniquilado por Ganon. Y lloró a padre. No a padre como rey, sino como padre. Lloró al hombre que a veces le regalaba libros de cuentos con preciosas ilustraciones. Al que se reía cuando ella no quería comer sopa de verduras y guardaba pastel de frutas para comerlo juntos y a escondidas. Al que la miraba a veces desde lejos, con una mezcla de dolor y decepción, porque ella no era quien él esperaba que fuese. Nunca podría mirar a padre a los ojos para pedirle perdón por llegar demasiado tarde.

La muerte de Dorphan trajo todas esas imágenes de vuelta. Y si ella no se hubiera comportado como una cobarde y hubiese acudido al Dominio cuando recibió los mensajes... si hubiese ido cuando Prunia lo sugirió, en lugar de continuar hacia Akalla... tal vez, y sólo tal vez se habría podido despedir de Dorphan. Y un poco de padre.

Atravesó el enorme recibidor de mármol y cuarzo zorano del Palacio Oriental y corrió hacia los aposentos de Link. No quería echarlo. No quería que se fuese. Por la Diosa, no quería que se alejase de ella ni un solo día. Se había equivocado, es todo. Pero es que él insistía tanto en un tema para el que no estaba preparada... era tan cabezota... Esperaba que él siguiese con su idea, su idea de "no ir a ningún sitio sin ella" y que se hubiese dado cuenta de que ella no pensaba con claridad y se había comportado como una idiota desde que recibieron las malas noticias sobre Dorphan.

Encontró la puerta de los aposentos de Link medio abierta. Tocó con los nudillos, y al no recibir respuesta decidió entrar. Todo estaba revuelto, como si un huracán hubiese entrado allí.

—¿Link?

Diosas, se había ido. Sintió un fuerte nudo formándose en su garganta mientras veía que las pertenencias de Link no estaban allí. No estaban sus botas, ni sus armas, ni su mochila de viaje.

Echó a correr hacia el exterior del palacio, llamándole. Las lágrimas brotaron calientes, y se congelaron sobre sus mejillas al contacto con el frío de esa noche. Link se había ido, al fin había hecho caso a su estúpida insistencia de alejarle para no hacerle sufrir. Pero por Hylia, cómo dolía la idea de no volver a verle. Dolía físicamente. Aunque no la recordase, aunque no fuese el mismo, a la vez sí era el mismo Link y le dolía perderle. Mientras corría a zancadas hacia las caballerizas de la ciudad, sintió la luz dorada agitándose por dentro, como si quisiera salir a borbotones, como cuando estaba en peligro. ¿Qué diablos estaba pasando?

Historia de un caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora