La familia

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Tomé un taxi, lo que llaman un Uber, y me dirigí al aeropuerto.

Es una ciudad increíble, dicen que Orlando es la ciudad donde los sueños se hacen realidad y no está muy lejos de la verdad. Un clima espectacular que daba una sensación de relajación totalmente exquisita; y durante el transcurso al aeropuerto, además del tráfico intenso, puedes quedarte admirando las edificaciones inmensas que promueven toda la industria turística de esta ciudad.

El Uber no me salió nada barato, fue otro gasto un poco elevado, el viaje me salió por casi el doble pero bueno, valió la pena.

Llegué al aeropuerto, estaba caminando tratando de ubicarme dentro del Aeropuerto Internacional de Orlando para ver en dónde los encontraba a los chicos.

–¡Hey! Tú –escuché que dos chicas levantando las manos gritaban–. ¡Por fin tú!

–¿Yo? –pregunté apuntando hacia mi pecho con mi "medio dedo" sin querer.

–¡Sí, tú! –respondió una de ellas– te estábamos esperando, soy la hermana de Alejandro. ¡Ven!

Me acerqué y estaban tres de los muchachos y una madre de familia.

–¡Por fin llegaste hijo de la grandísima! –me dijo uno de mis compañeros mientras se reía y me abrazaba.

¡Qué salvaje! Verlos fue increíble, una sensación de alivio y de felicidad enormes. Pero ahí no se terminaba la cosa, pues teníamos que apresurarnos en arreglar lo del transporte.

Esto de tomar decisiones mientras estás con un grupo a cargo es bien complicado. Luego de todo lo que te ha pasado debes mostrarte bien fuerte para poder seguir y sacar al grupo sin que ninguno de ellos se entere de todos los problemas que vinieron detrás, pues esto sería darles un complejo; el darles una preocupación es bajar su motivación, así lo que menos quieres es que ellos se preocupen.

Entonces fuimos a arreglar lo de las busetas (lo cual fue relativamente sencillo), comprar alimentos para cinco días, y entre tanto se nos pasaron casi hora y media.

Eran las dos de la mañana, alquilamos un carro y nos dirigimos al hotel. Llegamos y lo primero que hice fue dirigirme a la habitación del hotel donde estaba mi hermano menor, pues me contaron que se le escapaba un llanto de la preocupación cada tanto mientras yo hacía lo imposible por llegar. Lo desperté para abrazarlo.

–Por fin llegaste ñaño –me dijo un poco somnoliento con una sonrisa y los ojos chinitos–, te extrañaba mucho– y se volvió a acostar.

Hablé con los muchachos, conversamos fue lo más reconfortante verlos a todos; mientras conversábamos me contaban lo sucedido sobre el viaje, la llegada y los bailarines que estaban allá. Supe que no había tiempo que perder; debido a la gran afluencia de bailarines en este evento mundial, nuestra participación debía ser perfecta para poder llevar un trofeo a nuestro país. Por recomendación de uno de los grupos de baile que también iban a participar debíamos cambiar una parte en nuestras coreografías, y pues para que todo salga perfecto, no quedaba más que ensayar.

Ese mismo rato, a despertarse, tomar una buena taza de café cargado y a cargarse con los mejores ánimos, les di una pequeña charla motivacional levantando mi medio like y a ensayar.

Empezamos a ensayar desde las tres hasta las seis y media de la mañana, porque de lo que se nos venía al otro día en la presentación uf, no teníamos ni la más remota idea.

Lo que nos esperaba.

Un sueño de baile y un dedo mutiladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora