El Consejo de Castiel

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Demonio me levantó a las siete de la mañana lamiéndome la cara como hacia siempre

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Demonio me levantó a las siete de la mañana lamiéndome la cara como hacia siempre. Me limpié el rostro queriendo dormir cinco minutos más, pero mi perro me ladró haciéndome saltar del susto, indicando que necesitaba con urgencia ir al baño.

-Ya voy, ya voy-gruñí mientras me sentaba en la cama para ponerme las zapatillas al tiempo que mi perro salía corriendo hacia la habitación de Lysandro.

Demonio!-escuché que decía mi amigo. Mi mascota apareció corriendo, loco de contento por haber logrado su cometido de despertar a mi compañero de roomie seguido por el albino. Lysandro parecía molesto, sus bicolores ojos estaban semicerrados y su cabello estaba todo despeinado-Castiel, sácalo. Quiero dormir otros cinco minutos.

-En eso estoy-dije de malas formas mientras continuaba vistiéndome. Me puse unos joggins y una campera, el clima estaba de locos pues la primavera se acercaba indefectiblemente marcando el fin del año y el inicio de uno nuevo, así que no era raro que en un sólo día pasemos por las cuatro estaciones, amaneciendo con una ligera llovizna que junto con el frío penetraba en el pecho de los insensatos que comenzaban su jornada sin llevar abrigo, luego a medio día nos moríamos de calor con medias de treinta y tres grados, para disfrutar de una hermosa tarde templada y volver a morirnos de frío en la noche.

Tomé la correa de mi perro mientras Demonio me esperaba en la puerta de entrada, moviendo la cola de lado a lado, en círculos, arriba y abajo y luego sin control. Le pasé el collar por la cabeza y abrí la puerta, bajamos las escaleras y salimos del edificio. Demonio se puso a olfatear cada arbolito y cada centímetro de pared que encontraba-Vamos, no seas tan quisquilloso, sólo es para orinarlo. Yo cuando estoy borracho orino en cualquier lado.

Finalmente, encontró un árbol a su gusto. Ahora sólo debíamos encontrar otro lugar donde pueda hacer caca, algo mucho más complicado pues él sólo hacía del dos cuando encontraba un sitio donde ningún otro can haya estado. Cosa complicada en una gran ciudad. Luego de unos minutos llegamos a la puerta de la casa de Doña Encarnación, una vieja que tenía tantos años como Tutankamón, y que siempre se enojaba cada vez que yo sacaba a pasear a mi perro, Annie también había tenido problemas con ella las pocas veces que ambos habíamos salido juntos con nuestros perros a pasear, ya había llamado a la policía varias veces y pretendía que nos quiten a nuestras mascotas. Demonio hizo caca cerca de allí, yo la tomé con la bolsita que siempre llevaba conmigo para limpiar las heces de mi perro y se la dejé en la puerta de casa a la vieja española, tomé el mechero del bolsillo de mis pantalones y prendí fuego la bolsita. Toqué el timbre y salí corriendo para esconderme cerca de allí y poder observar el espectáculo.

Doña Encarnación salió y, al ver la bolsa prendida fuego, la pisoteó para poder apagarla. El grito de bronca que dejó salir al darse cuenta que había pisado fue épico, eso y los insultos que le siguieron posteriormente. Se quitó el calzado y entró de nuevo a su casa mientras yo estaba tentado a dejar salir mi carcajada. Con la travesura realizada, emprendimos el camino de regreso a casa, abrí la puerta y el delicioso aroma de café arábigo de Lysandro me llegó a la nariz.

Corazón de Melón con Limón (libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora