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Sábado; 1:48 a.m.

La seguí, ignorando que ella no me prestaba atención.

Se detuvo frente a la máquina para sacar tabaco.

—Deja de fumar.— me impuse, mirándola serio.

—Es gracioso, porque eso te lo dije cuando nos conocimos aun haciéndolo yo; y está ocurriendo exactamente igual.— me respondió, sacando un mechero.

Agarré su muñeca, sacándoselo con facilidad. Ella gruñió, pidiendo que la soltara. Ni siquiera apreté.

Subí su manga, viendo unas marcas moradas en ella.

—Azucena.— la llamé, encaminados hacia mi casa porque empezó a llover.

—Es del reloj.— justificó, guardando el paquete y sin mirarme.

—¿En la mano derecha?— enarqué una ceja.

—Sí...— arrastró. —Déjalo.— la miré, esta vez no la iba a hacer caso. —Por favor.— suplicó y negué.

—Azucena, como sea el del otro día te juro que...— herví imaginándolo.

—No, no.— puso sus manos en mi pecho, calmándome.

—Entonces dime.— volví a insistir.

Murmuró rápido y en bajo.

—¿Qué?— aprecié su pelo más claro por la luz de la farola.

—Fue Bea.— repitió después de suspirar.

—¿Bea? ¿Mi Bea?— cuestioné, viendo cómo ella bajaba la cabeza.

—Sí, tu Bea.— hizo énfasis.

—La voy a matar.— apreté mis puños y mandíbula.

—No, no le digas que te lo he dicho.—me miró con ojos de cachorro y un puchero, que le quedaba mejor que a mi novia.

Asentí y caminamos en silencio, de vez en cuando yo acomodaba mi pelo con mis manos. Empezaron a caer gotas cuando ya estábamos en mi apartamento.

—¿No molesto?— preguntó desde el pasillo, sin atreverse a entrar.

—Claro que no.— respondí obvio, sacando mi chaqueta y poniéndola en el perchero.

Ella no sacó la suya, aunque estaba empapada.

—Quítatela, me vas a mojar la cama.— me acerqué a ella.

—¿La cama?— preguntó, quitándosela.

Tragué saliva con dificultad, notándolo ella.

Tenía más marcas.

—Zu...— miré más arriba de sus muñecas.

Ella bajó la mirada, amenazando con romperse.

—Vamos... Vamos a mi habitación.— traté de sonar suave, pero salió más como una orden.

Siguiéndome, me senté en la cama, ella a mi lado. Cogí su mano, esperando que no la quitara, y no lo hizo.

Acaricié suavemente por encima de sus moretones, con cuidado de no dañarla. Pasé mi pulgar por sus marcas, sintiendo cómo mi estómago se agitaba violentamente. Solo me pasó con Bea, cuando me gustaba.

Miré hacia ella, que ahora estaba más cerca. Ambos juntamos miradas y ella entreabrió los labios para hablar.

—¿Tú también lo sientes?— tembló su voz. Asentí, eran demasiadas cosas en mi cabeza, corazón y pulmones.

Me acerqué un poco más, rozando nuestras narices. Notaba la sangre bombeando más rápido en mis sienes y mi cabeza pensando en cómo se sentirían sus labios.

Me relamí los labios, viendo cómo ella repetía mi acción.

—Tienes novia.— me recordó, mirando para abajo y poniendo su pelo tras su oreja.

Agarré su mentón.

—A la mierda Bea.— susurré, para después juntarnos y sentir escalofríos de pies a cabeza.

La hice sentarse encima de mí, mientras acariciaba sus caderas suavemente. Ella enrredaba sus dedos en mi pelo, dibujando con ellos en mi nuca.

Rápidamente el beso se fue calentando y ninguno queríamos que parara. Busqué el borde de su camiseta con mis manos para sacarla, y con su ayuda, quedó solo en sujetador.

Sentí sus mejillas calientes y me separé para coger aire.

—Me da vergüenza.— dijo con la respiración agitada.

Pasé mis manos por su espalda, tropezando con el broche de su ropa interior.

—Tienes un cuerpo para morirte.— susurré en su oreja.

—Me dicen...—

—Te dicen gorda, ya, pero no lo estás.— nos junté de nuevo, sacando mi camiseta para que se le fuera pasando la vergüenza.

Esta vez no me arrepentía.

[...]

La hice apoyarse en mi pecho, abrazando su cintura.

—¿Estuvo bien?— apareció su inseguridad, escondiéndose en mi cuello.

—Estuvo genial.— respondí.

Azucena debería tener una autoestima más alta, no una que dependiera de otros.

Sonrió, dejando un beso en mi cuello y separándose de mí, dándome la espalda.

Yo me limité a mirar al techo, intentando borrar la sonrisa de tonto de mi cara antes de que ella lo notara.

[...]

3:04 a.m.

Me giré hacia la izquierda, topándome con el cuerpo desnudo de Azucena. Al menos ella podía dormir.

Me fijé en los tatuajes de su espalda y casi cuello. Nunca los había visto, aunque solo se notaban si estaba desnuda, y tuve el privilegio de verlos.

Pasé una mano por uno en su nuca, con cuidado de no despertarla. Después de un rato busqué otro para delinear.

—No pares.— susurró con la voz ronca, buscando que de nuevo le acariciara la parte trasera de su cuello.

Me reí, hasta que ella encontró el doble sentido de lo que había dicho y se escondió entre las sábanas.

—Hey, te quedan bien las mejillas rojas. — gruñí abrazando su cintura. Aunque no la veía supuse que tenían el color rojizo en ellas.

Se revolvió, quedando cara a cara conmigo.

—Gracias.— puso una mueca. —Aunque también se lo dirás a Bea.— se levantó de la cama buscando su ropa por algún lugar de la habitación.

Se me hizo un nudo en la garganta. Porque sí se lo decía.

—No te vayas.— susurré, sentándome en la cama viendo cómo se vestía.

Terminó de atarse los botines y se acercó a mí, con los ojos vidriosos.

—Nos vemos mañana.— dejó un beso en mi frente, sonriendo de lado antes de salir.

Me tiré en el colchón, frotando mi cara.

Me convertí en lo que juré nunca ser. Infiel.














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Realmente no me gusta que queden capítulos tan largos e intento no hacerlos así, así que sry.

✿𝓜𝓸𝓸𝓷𝓯𝓵𝓸𝔀𝓮𝓻✿ 《✔️》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora