Capítulo 4

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Melissa decidió mostrarme un poco de la capital a las diez de la mañana, cosa que agradecí porque realmente me gustaba mucho ver el paisaje argentino

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Melissa decidió mostrarme un poco de la capital a las diez de la mañana, cosa que agradecí porque realmente me gustaba mucho ver el paisaje argentino. Luego, ambos, decidimos ir a un café para pasar un rato en que ambos teníamos hambre.  Me gustaba hablar con ella, era bastante entretenido. Me gustaba hablar en general.

El café al que ambos habíamos decidido ir, no quedaba lejos de su casa, era pequeño y hogareño, tampoco había demasiada gente, solo dos parejas más a nuestro alrededor que ni siquiera nos daban importancia porque estaban metidos dentro de sus propios asuntos,o eso pensaba.

Buenos días, ¿Puedo tomar su orden?—Un mesero nos sonrió amablemente a ambos, le devolvimos la sonrisa intentando ser amables, hablaba en español, así que no entendí nada.

—Shawn—Melissa llamó mi atención, la miré—¿Que quieres ordenar?

—Solo un café, ¿Y tú?—Le pregunté, ella me miró incómoda y avergonzada.

—Un café por favor—Melissa le habló al mesero en español, él asintió y se retiró, la miré cuestionandola con mi mirada, el hecho de que me haya ignorado me confundió. Ella la evito al mismo tiempo que comenzaba a jugar con sus dedos, nerviosa.

Ella ahora al conocerla un poco más, no se parece a nada  a la chica que creía conocer o ella misma intentaba aparentar en un principio, toda esa fachada de chica dura, ruda o irónica, no es nada a la Melissa que conozco. Esta chica, es más sensible, dulce, se preocupa por cosas menores y siempre trata de aparentar estar bien, de parecer fuerte y que las cosas no le importan, pero creo finge mal. 

—¿Por qué no te pediste un café también?—Le pregunté interrogandola, ella sonrió de lado.

—¿Como sabes si pedí solamente uno o no?—Preguntó ella evadiendo, sonreí de lado seguro.

—Creo que sé contar del uno al diez en español, y también creo que se como se dice café en español—Le respondí orgulloso de mi mismo, ella rió, luego se acomodó su largo cabello negro hacía atrás.

—No puedo permitirme pagar un estúpido café—Respondió ella—Tengo que ahorrar cada maldito centavo para poder pagar las cuentas.

Me puso algo triste escuchar eso. 

—Pide lo que quieras, yo invito—Ella sonrió nerviosa, antes de que ella mismo pudiera replicar, la callé—Yo invito, no tengo ningún problema.

Ella aceptó con algo de culpa. Al menos diez minutos después trajeron dos cafés con medialunas. Ella lo estaba realmente disfrutando.

—Disculpa que te pregunte esto, no quiero hacerte sentir incomoda con nada pero tengo muchísima curiosidad—Ella me miró atenta—¿Cómo puedes vestir con la ropa que vistes? 

Ella se sonrojo, avergonzada. De inmediato me disculpe por el atrevimiento, pero ella solo negó con la cabeza y levantó su palma en señal de que todo estaba bien, pero creo que no debía de haberlo preguntado. 

—Son las cosas que la Iglesia dona cada mes, a las personas como yo—Se señalo—No soy catolica, ni me importa la religión, pero finjo serlo para tener algo, algo como con que taparme en la noche para no tener frío, a veces nos dan de comer, y siempre intento ir, porque a veces no puedo darme el lujo de comer algo. 

—¿Por qué?—Mi mirada era de tristeza, quería ayudarla en todo lo que pudiera, no sabía el porque, supongo simplemente porque tenía una gran empatía. 

—La vieja casa, la que viste, esta destruida, pero era la casa de mis padres—Ahora ella también tenía una mirada de tristeza, suspiró—Todo el dinero que gano es para poder pagar las cuentas y que nadie me la quite, es lo único que tengo de ellos. 

Quería preguntar, moría por preguntar, pero sabía que no era el momento. El momento indicado sería cuando ella lo decidiera, no que conteste sintiéndose obligada a hacerlo porque alguien la esta presionando a hacerlo. 

Le sonreí de manera compasiva, y le di mi mano por sobre la mesa, ella me miró, y me sonrió a duras a penas, le apreté la mano tratando de decirle que todo estaría bien, era lo único que esperaba. 

—Sabes que puedes contar conmigo desde ahora en adelante, ¿Verdad?—Le pregunté intentando aliviar un poco su angustia, ella sonrió sin mostrar los dientes.

—Ahora lo sé.

En cuestión de un rato, ambos nos despedimos, y nos retiramos, cada uno a su casa.

Argentina | S.M|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora