XIII

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Un pálpito me guía hasta la cafetería en la que estuvimos la última vez; su cafetería. Llego con la respiración entrecortada por el cansancio y desde fuera la veo sentada en el mismo rincón, en la misma mesa. Sabía que estaría allí. En su botón de pausar la vida. Suspiro, aliviada de encontrarla, y entro.

A medida que me voy acercando, voy apreciando su aspecto. Sostiene un cigarro en una mano, del que da largas caladas, y con la otra da vueltas a un vaso ya vacío. Cuando el camarero pasa por su lado ella le hace un gesto alzando el vaso y haciendo chocar los hielos, a lo que el hombre asiente y se pierde tras la barra.

Justo antes de pararme al lado de su mesa, Lauren me mira. Tiene los ojos enrojecidos y aún se puede apreciar el rastro húmedo de una lágrima por su mejilla. Nunca la había visto así y no me importaría no haberlo hecho.

En cuanto me ve, se yergue en el asiento y espanta el humo con una mano antes de apoyar el cigarro en el cenicero.

– Camila –dice secándose las lágrimas con los dedos–. ¿Qué haces aquí?

– ¿Puedo sentarme? –pregunto yo señalando la silla.

Ella asiente con la cabeza.

– Claro.

El camarero aparece por detrás de mí y deja en la mesa el otro vaso que Lauren había pedido, preguntándome después si deseo tomar algo. Declino amablemente su oferta y cuando vuelvo a dirigir la vista al frente Lauren está mirándome.

Coge de nuevo su cigarro y le da otra calada, expulsando el humo muy despacio. Sus ojeras son mucho más patentes después de haber llorado y verla en ese estado me parte el alma.

Le dedico una sonrisa cálida y ella intenta devolvérmela, consiguiéndolo a medias.

– No sabía que fumaras –comento.

Ella compone una débil sonrisa.

– No lo hacía, lo dejé hace años –explica y, sosteniendo el cigarro entre los labios, busca en su bolso.

Entonces saca una cajetilla de tabaco y me ofrece uno.

– ¿Quieres?

Vacilo hasta que decido aceptar.

– Gracias.

Lo tomo entre los labios y me levanto ligeramente del asiento para acercarme al mechero que Lauren acaba de prender. Mientras me enciende el cigarro no puedo evitar mirarla a los ojos. Puedo apreciar cada vena en ellos, más enrojecidas de lo habitual, y los párpados algo hinchados. Además, el discreto maquillaje que lleva está estropeado y acuna las pestañas en forma de una etérea nube oscura poco perceptible. Me mira, encontrándose con mis ojos un momento, y luego los devuelve a mis labios hasta que el cigarro está encendido y nos separamos.

Aspiro una calada y volvemos a mirarnos.

– ¿Por qué has venido? –me pregunta–. Creí que te habías ido.

– Y yo creí que tú habías dicho que estabas bien –contesto con una media sonrisa.

Ella aparta la mirada y parece que va a hablar pero, en lugar de eso, se encoge de hombros y se le llenan los ojos de lágrimas. Y, de nuevo, no las deja salir.

–Lauren, no hace falta que hagas eso –le digo por segunda vez en el día.

– ¿El qué? –repite ella sin mirarme, probablemente haciendo un esfuerzo sobrehumano por retener las lágrimas.

– Eso. Fingir. Mirar para otro lado. No tienes que hacerlo conmigo.

Su mirada se queda perdida unos instantes antes de ser escondida bajo sus manos.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora