XLI

4.9K 357 22
                                    

Durante todo el fin de semana tengo claro que voy a contarle a Lauren lo sucedido. Y sin embargo, la noche antes de la excursión, me entra el miedo. ¿Cómo podría sentarle? Prefiero no arriesgarme a su desaprobación ni darle motivos para que se preocupe. Quiero que vea en mí un lugar seguro, quiero transmitirle tranquilidad, no lo contrario. Además, después de cómo terminaron las cosas el último día, ni siquiera sé cómo voy a encontrármela cuando la vea, así que decido que lo mejor es omitir esa información por el momento.

Entre eso y el no poder dejar de darle vueltas a su "necesito pensar" me cuesta dormirme.

A las nueve de la mañana, pasados siete minutos de la hora a la que teóricamente había que estar allí, llego a las puertas del instituto con una mochila al hombro. El autocar espera aparcado aunque con el motor en marcha a que suban los últimos alumnos y los nervios me agarran el estómago de repente, disipando cualquier rastro del sueño que me ha condenado a moverme tan terriblemente despacio esta mañana. En unos segundos paso de estar frotándome un ojo a discernir en mi interior tantos miedos que, sin querer, camino más despacio. Hasta ese momento no se me ha ocurrido que Lauren no pueda ir a la excursión, por cualquier motivo, y otro profesor la sustituya, o que, peor aún, sí vaya y a mí no me esté permitido acompañarles. También me preocupa su primera mirada hacia mí, la que creo que será un reflejo de los resultados de esa frase que ha durado en mi cabeza cuatro días.

El único que queda por subir al autocar es un estudiante delgado y endeble que carga con una maleta pequeña, pero cuando llego a su altura ya lo ha hecho. Escuchar la voz de Lauren en el interior del vehículo pronunciando en voz alta y clara los nombres de cada alumno para asegurarse de que no falta nadie me tranquiliza y me inquieta a partes iguales. Antes de poder decidir subir al autocar escucho una voz a mis espaldas.

– ¿Vienes a la excursión?

La reconozco y me giro para encontrarme con Ally, la profesora de historia.

– Hombre, Camila, cuánto tiempo –me saluda con un tono de voz que me resulta demasiado entusiasta para la hora que es.

Le sonrío como respuesta. Aunque hubiera querido decir algo, me habría interrumpido.

– Es verdad, me dijo Lauren que vendrías –recuerda con una sonrisa–. ¿Quieres dejar la mochila en el maletero?

– No, está bien. Sólo llevo esto.

– Pues puedes subir. Vamos a salir ya –me apremia con un gesto.

Obedezco pensando que nunca entenderé el exceso de vitalidad a primera hora de la mañana, respondo al saludo del conductor y me giro de cara al pasillo, con el corazón en un puño. Lauren está sentada en la primera fila de la derecha, a tan sólo un par de metros de mí, en el asiento que da al pasillo, y el resto de la gente pasa a un segundo plano cuando la veo, incluso siento que las caras se enturbian y el sonido de sus voces se amortigua. Lleva una chaqueta de color verde pistacho y una falda con un estampado de formas indefinidas. No me mira, porque está diciéndole algo a un niño que está sentado en la primera fila de la izquierda que tendrá tres o cuatro años menos que yo, igual que todos los demás. La mitad del pelo le cae hacia un lado de la cara mientras la otra mitad está acomodada detrás de su oreja, y todo ello la dota de un brillo que me hace olvidar por un momento mis preocupaciones y me da ganas de sonreír. Como si me hubiera leído la mente, ella responde con una sonrisa a algo que el niño le ha dicho y, justo después, me mira.

Entonces el tiempo recupera su velocidad normal y, antes de que pueda decirle hola, siento las manos de Ally a ambos lados de mi cuerpo, pidiéndome que me aparte. Lo hago por inercia y ella toma asiento al lado del niño, que se ha movido al lugar que está pegado a la ventana para dejar a su madre conversar con Lauren con la única separación del pasillo.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora