XXIX

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El silencio reina en cada habitación de la casa. Hemos pasado una mañana tranquila y, cuando me he ofrecido a hacer la comida, Lauren se ha negado sugiriendo que pidiésemos comida china. No me fío de tus dotes culinarias, seguro que nos envenenas, había dicho con media sonrisa y ojos burlescos. Mi mente en cambio ha sabido traducirlo y la respuesta es la misma de siempre; no me gusta dejarme ayudar. He accedido con la condición de que me dejara invitarla en otra ocasión y ella ha aceptado gustosa. Después de comer, hemos decidido descansar un rato, por lo que me encuentro en el sofá del salón mientras ella duerme un rato en su cama.

Para pasar el tiempo he cogido mi libreta y la tengo apoyada sobre las piernas mientras mis pies descansan en la mesa baja que está enfrente del sofá. Por miedo a que Lauren vea mis dibujos otra vez, decido no dibujarla a ella, lo cual se me hace difícil ya que es mi mayor musa, y esbozo en su lugar los muebles del salón que tengo delante, recreando así esa parte de la casa. Lo hago con la idea de no pensar, pero enseguida descubro que no está funcionando, pues no puedo dejar de revivir una y otra vez cada momento compartido con ella, su expresión mientras ojeaba mi libreta, el placer de desayunar en su compañía, y una sonrisa de idiota me adorna la cara mientras dibujo sin ponerle mucha atención.

No llevo más de una hora cuando regreso a la realidad y me fijo en el resultado. Lo he vuelto a hacer. He aprovechado una silla para empezar a dibujar a Lauren sentada en ella y, en cuanto me doy cuenta, cojo la goma de borrar.

– ¿Artista frustrada? –pregunta una voz detrás de mí mientras borro el lápiz como si no hubiera un mañana, haciendo que me sobresalte y cierre la libreta como acto reflejo.

Vuelvo la cabeza para encontrármela acercándose al sofá.

– Me has asustado.

– Perdona, creí que me habrías escuchado levantarme –se disculpa rodeando el sofá para terminar a mi lado.

– ¿Has dormido algo? –pregunto mientras ella se sienta.

– No, pero no aguantaba más en esa cama –contesta descargando el peso de su cabeza hacia atrás en el sofá con un suspiro.

– Y ¿qué quieres hacer? –pregunto sin saber muy bien qué decir.

Ella me mira como si mi pregunta le hubiese resultado graciosa.

– ¿Qué quieres hacer tú? Eres la que puede moverse –responde divertida y después me estudia con los ojos para mirarme más seriamente–. No quiero que estés aquí metida por mí, si quieres puedes bajar a la calle, y yo puedo quedarme. O, si quieres, puedes irte.

– No quiero irme –me apresuro a contestar, carraspeando un poco después para usar un tono más natural–. Y, bueno, tampoco quiero salir si tú te quedas aquí. A no ser que quieras que me vaya –añado al final cuando esa idea salta a mi mente.

Lauren sonríe ante la forma que tengo de confundirme yo sola.

– ¿Qué quieres hacer? –repite con dulzura.

Yo me encojo de hombros y sacudo la cabeza.

– Me da igual –contesto, ahorrándome el final de la frase, porque estoy contigo–. Lo que quieras.

– Vamos, Camila –ríe ella–. No te da igual. Pídemelo.

– ¿Qué...? –digo sin entender su reacción.

– He visto las miradas que le echas. Sólo tienes que pedírmelo.

Tardo uno segundos en entender de qué está hablando y, cuando lo hago, la miro con una expresión de sospecha que a ella le arranca una carcajada.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora