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Las toallas son suaves y mullidas. Compruebo su textura algodonosa con las manos y vuelvo a dejarlas donde estaban. Me meto en la ducha evitando mi reflejo en el espejo; desde que ocurrió lo de Brad me cuesta reconocerme y me asusta. Abro el grifo, regulo la temperatura, trato de pensar en otra cosa. El agua sale de la ducha con decisión golpeando mi espalda pero está caliente y me sume lentamente en un letargo mental. La dejo recorrer mi piel, empapar mis cabellos, caer por mis párpados cerrados. Una rara sensación me revuelve el estómago y abro los ojos. El agua en mis brazos se ha teñido de rojo y gotea de mis dedos hasta reunirse con la demás y escurrirse por el desagüe. Sangre. El corazón se me acelera, el pánico me domina, siento las manos de Brad alrededor de mi garganta, sus ojos iracundos, su voz resonando en algún lugar de mi cabeza, y la sangre sigue corriendo, cubriendo cada centímetro de mi cuerpo, haciéndome temblar, quiero gritar, grito. El agua es clara otra vez. Mi cuerpo está limpio. Me escucho respirar tan fuerte que por un momento me mareo. Cierro el grifo y me siento lentamente en el suelo de la bañera, repitiéndome a mí misma que todo está en mi cabeza. Ahí, encogida y temblorosa, abrazo mis piernas y afloran lágrimas a mis ojos. Decido dejarlas ir, aunque lo hubiera hecho también sin querer, y lloro hasta que siento que no me quedan más lágrimas. ¿Dónde estás, Lauren? Ayúdame, lávame el pelo, sácame de esta bañera. Abrázame y dime que me perdonas, por favor, no me llames asesina.

Decido que no puedo estar por más tiempo ahí tirada lamentándome, que tengo que estar lista antes de que llegue Lauren, así que reúno las fuerzas y me levanto para ducharme lo más deprisa que puedo.
Después, sin saber qué hacer, dejo que mis pies me lleven hasta su galería de lienzos y me dedico a admirarlos de nuevo uno por uno. Me atrapan al instante y por completo, todos y cada uno de ellos, incluso los que están inconclusos, o los que han sido emborronados con una brocha en algún posible arrebato de frustración. Por alguna razón me siento bien allí. Es como si las paredes, llenas de chinchetas y fotos de cuadros, me protegieran. Como si las pinturas y dibujos de Lauren me abrazaran. Me pregunto si ella sentirá lo mismo.

Hay demasiadas cosas pero el tiempo se me pasa volando. Otra vez esa sensación extraña. Pienso en que Brad está muerto, pero imagino que sigue vivo. Lo imagino recorriendo esa misma calle que se ve desde la ventana de la habitación. Un impulso absurdo me empuja a cerrar la puerta y, tratando sin éxito de frenar mi mente, me siento en el suelo con la espalda apoyada en la pared de enfrente. Lo imagino colándose en el edificio aprovechando que alguien sale. Lo imagino llamando al ascensor, subiendo, un viaje interminable.
La puerta se abre y mi subconsciente me traiciona haciéndome sobresaltar del susto.

– Estás aquí –dice Lauren con una sonrisa que sustituye por una expresión de extrañeza–. ¿Qué haces ahí?

Me levanto recuperando la tranquilidad. Su presencia me transmite la paz que necesito.

– Estaba cotilleando –respondo acercándome a ella.

– Mira lo que traigo –dice abriendo una bolsa de plástico para enseñarme el contenido.

– ¿Eso es sushi? –pregunto ilusionada.

– El mejor que probarás en este barrio –dice alegremente mientras vamos a la cocina–. ¿Tienes hambre?

Estoy pensando que no demasiada cuando el rugido de mi estómago responde por mí. Recuerdo que apenas he desayunado y que son las tres. ¿Cuándo ha pasado tanto tiempo?

– Tomaré eso como un sí –dice Lauren mientras deja la comida en la encimera y se quita los zapatos antes de que me dé cuenta–. Yo estoy hambrienta.

Se dedica a sacar enérgicamente las bandejas de sushi de la bolsa y dejarlas en la mesa y me acerco a ayudarla con todo.

– Aquí hay sushi para un regimiento –observo mientras la torre crece.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora