XLIII

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Cada milésima de segundo que tarda en abrirse la puerta se me antoja una eternidad. El corazón me late rápido, no sé si por miedo a ser descubierta, o por la adrenalina, pero creo que me gusta. Escucho un ruido proveniente de otra habitación y vuelvo la cabeza rápidamente buscando cualquier signo de movimiento, pero el chasquido de la puerta que tengo ante mí recupera mi atención.

Lauren me mira a través de una rendija, abre la puerta, echa un vistazo rápido al pasillo, tira de mí hacia el interior del apartamento y la cierra inmediatamente después, dejándome entre la madera y su propio cuerpo. Pensé que me preguntaría qué narices estoy haciendo pero en su lugar me sonríe.

– Parece que lo nuestro es vernos cuando se pone el sol –dice en voz baja, y después de todo el día, después de mi inquieta imaginación haciendo de las suyas, me resulta la voz más sexy que he oído nunca.

Contesto con una risita nerviosa que se escapa de mi respiración algo alterada y la observo desdibujada en la penumbra. A diferencia de mí ella no se ha puesto el pijama, pero me fijo en que se ha quitado las medias. La observo y me observa, y antes de que a mi mente le dé tiempo a empezar a contarme qué me gustaría hacer, Lauren me aplasta contra la puerta y se adueña de mis labios. El pulso se me dispara.

– Pensé que no vendrías nunca –susurra en mi boca, mezclando nuestros alientos.

Noto erizarse cada vello de mi piel y el calor apoderándose de mis mejillas. La deseo demasiado como para evitar besarla como si no hubiera un mañana, su cuerpo aprisionando el mío contra la pared, su vientre moviéndose contra el mío, sus pechos moviéndose contra los míos. Respiro entrecortadamente antes de seguir con el baile de nuestros labios, sujetando su rostro con las manos, enredando los dedos en su pelo, acariciando con la lengua la humedad de la suya en una rigurosa expedición por su boca. Siento sus manos viajar con ansias por mi cuello, mis clavículas, desviar su camino antes de llegar a mi pecho y seguir por mis brazos. Su forma de jugar conmigo me enloquece y me obligo a controlarme, no quiero que se sienta violenta otra vez. Sin embargo, como si me leyera el pensamiento, Lauren entrelaza sus manos con las mías y las apresa contra la puerta a la altura de mi cabeza, haciendo la madera temblar con el golpe. Siento la piel de gallina y un calor especial cuando me deja un beso en la comisura y después unos cuantos más por la mandíbula, para ir bajando por mi cuello. De pronto Lauren guía mis propias manos hasta sus pechos y, en ese momento en el que puedo acariciarlos por encima de la ropa, mis sentidos se anulan y decido que ya no puedo controlarme.

La agarro por debajo de los muslos y la levanto en el aire al tiempo que ella reacciona para enganchar las piernas alrededor de mi cuerpo y se deja llevar hasta el mueble más cercano, donde la siento y sigo besándola devolviendo las manos a sus pechos, y luego a su cuello, y luego a sus pechos de nuevo, y ella suspira en mi boca mientras sus manos recorren mi torso de arriba abajo hasta llegar al borde de la camiseta para volver a subir con ella entre los dedos. Recuerdo entonces que no llevo sostén bajo el pijama y me invade una súbita sensación de vergüenza, pero me consuela saber que la única lamparita encendida es la que hay junto a la cama así que dejo que me la quite. Ella deja mi camiseta arrugada sobre el mueble a su lado y sigue con los dedos el valle entre mis pechos desnudos, que se mueven con el ritmo acelerado de mi respiración, después se acerca a mi oído.

– Llévame a la cama, Camila –me pide en un susurro que me produce un escalofrío por la espalda.

La obedezco como si me fuera la vida en ello, nuestras bocas enzarzadas en la misma lucha, sintiendo el roce de su blusa en mi piel, y la dejo caer sobre el colchón. Se le ha levantado la falda y ver la mayor parte de sus piernas libres me hace olvidarme de que estoy más desnuda que ella. Se desplaza hacia el cabecero empujándose con los pies y ayudándose con los codos sin dejar de mirarme, con una leve sonrisa que me enloquece, con ojos incitantes, casi exhortativos, que no conciben la opción de que no me acerque. Así que, rindiéndome al hechizo de su cuerpo, gateo hasta ella entrando dentro del foco de luz de la lamparita a nuestra izquierda, y cuando se me queda mirando comprendo que lo que quería era verme a la luz y la timidez me paraliza. En un intento de huir de esa situación, me lanzo a besarla sosteniéndome con un brazo a cada lado de su cuerpo. Ella me recibe atrayéndome hacia sí y degusto como si fuera la primera vez el sabor afrutado de sus labios. Creo que, por muchas veces que lo haga, siempre lo sentiré como la primera vez, porque en cada una de ellas me fascina su fluidez, la danza de su lengua jugando con la mía como dos críos que se persiguen el uno al otro. He besado a pocas personas en mi vida, pero puedo afirmar con seguridad que ninguna fue ni podrá ser como Lauren.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora