XIX

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Lauren entra al baño a arreglarse y aprovecho para dar una vuelta por el salón. Los papeles siguen esparcidos por la mesa y lo cierto es que me sorprende; la tenía como una persona meticulosamente ordenada en todos los sentidos. Sin embargo, una vez más, siento que no la conozco tan bien como presumía. Es como si la imagen que da desde fuera se rompiese al entrar en su casa, como si su casa fuese un reflejo de su interior, de su alma caótica. Recorro con la mirada los muebles y estanterías. Esperaba encontrar alguna foto pero no veo ninguna. Me asomo al ventanal que da a un pequeño balcón y contemplo la calle a través de la cortina.

En ese momento recibo una llamada de mi madre. Contesto temiendo que esté histérica pero la verdad es que la noto bastante tranquila. El hecho de ser tan despistada me ha ayudado esta vez, ya que mi madre había supuesto que me quedaría a dormir y que había olvidado avisarla. La situación me extraña un poco menos cuando me llevo la charla de todas formas, pero pongo más atención en lo que me rodea que en su voz y sigo avanzando sin darme cuenta hasta el pasillo. En medio de éste hay un mueble pequeño y, sobre él, un marco con una foto. La curiosidad me puede y, una vez termino de hablar con mi madre, cuelgo el teléfono y me acerco. Entonces mi atención se desvía a otro marco que hay cerca. Está colocado bocabajo sobre el mueble y siento el irrefrenable impulso de darle la vuelta para ver la foto.

No puedo hacerlo, es la privacidad de Lauren. Lanzo una mirada a la puerta del baño, de donde proviene el sonido del grifo, y regreso a la foto. No puedo aguantar la curiosidad y, aun sabiendo que voy a sentirme mal después, cojo el marco.

En él aparecen dos figuras sonrientes que posan muy cerca. Reconozco a Lauren en una de ellas. Le brillan los ojos y muestra una sonrisa radiante; esa que es pura perfección. A su lado hay un hombre. Es guapo. Realmente guapo. Tiene los ojos claros y una sonrisa encantadora. ¿Por qué tendría Lauren una foto tan bonita bocabajo? ¿Acaso ese hombre es Brad? Y, si es así, ¿por qué no la guarda directamente?

Decido volver a colocarla como estaba y me fijo en la fotografía del principio. Hay un grupo de personas alrededor de Lauren y todas ellas posan alegres para la cámara. Imagino que son sus amigos y enseguida me viene la duda de si seguirá conservándolos. Una vez me he fijado en todas sus caras me detengo a observar a Lauren y la sonrisa se me contagia.

– Bonita foto, ¿verdad? –escucho su voz a mi espalda.

Me giro de un sobresalto con el estómago en la boca y la veo ahí parada. Se ha peinado y maquillado y me mira divertida.

– No te he oído salir –digo atropelladamente–. Lo siento, estaba...

– Cotilleando mi foto –termina la frase por mí–. No pasa nada, a mí también me resulta inevitable en casas ajenas.

Le devuelvo la sonrisa avergonzada.

– Recojo el baño en un momento y puedes pasar –me dice antes de volver a meterse en él.

Asiento y deambulo por el pasillo mientras espero. La última puerta está entrecerrada y, a medida que me acerco, percibo un ligero olor a pintura. Sólo hay una rendija abierta que apenas me permite ver lo que se intuye de un lienzo. Tampoco me da tiempo a más porque Lauren sale del baño.

– Ya está –me informa.

Por un momento olvido mi comedimiento y pregunto abiertamente:

– ¿Qué es esta habitación?

Lauren me mira con un brillo en los ojos que no sé descifrar y se acerca a mí. Si no la conociera diría que es timidez.

– ¿Es aquí donde pintas?

Ella hace una mueca levantando una ceja y me mira de forma extraña.

– No quieras saberlo todo –dice reprimiendo una sonrisa–. Algún día la verás.

No sé por qué sus palabras me causan tanta emoción pero me conformo con su respuesta. Lauren me agarra de la muñeca y me guía hacia la puerta del baño. Su mínimo contacto sigue causándome el mismo cosquilleo en el estómago.

– Venga, cotilla –bromea mientras yo entro y cierro la puerta tras de mí.

***

Llegamos al museo pasadas las diez y media. Me recuerda a las excursiones que hacíamos con la clase; me encantaban aquellas a las que venía Lauren y más aún cuando hacía de guía. Ahora únicamente somos nosotras dos y sólo de pensarlo me invade la euforia.

El silencio que nos envuelve al cruzar la puerta me reconforta, y creo que a ella también porque se le dibuja una sonrisa nada más entrar.

Seguimos el orden de la exposición hasta que Lauren decide echar un vistazo al folleto y me hace un gesto con la cabeza.

– Es mejor empezar por la sala tres –afirma caminando hacia las escaleras y yo la sigo.

Subimos las dos plantas con la emoción de dos crías y, como voy detrás de ella (al parecer está más en forma que yo), me mira esperando a que llegue a su altura. Me paro a su lado devolviéndole una mirada que dura más de lo que esperaba y, antes de comenzar a explorar la sala, me dedica una sonrisa cómplice que me produce cosquillas en el pelo. No sé a qué ha venido pero se me ha quedado grabada para lo que queda de día.

Todos los cuadros son más bonitos si los miro con ella, escuchando su voz explicándome lo que hay detrás de cada uno de ellos. Después de tantos años, tantas clases, tantas excursiones, todavía cada palabra que sale de sus labios sigue llamándome la atención, sigue despertando mi curiosidad. ¿Todo lo que dice es interesante o me resulta interesante porque lo dice ella?

Me quedo embelesada con El paso de la laguna Estigia de Patinir, después de que ella me explique cada referencia y simbología de la obra y pase a ver la siguiente. Nunca antes había visto el cuadro y cada detalle de él me absorbe. Cuando me encuentro sumida en ese bucle de colores y conceptos, un chistido a mi izquierda me saca de mi ensimismamiento. Me giro para ver a Lauren indicándome mediante gestos que me acerque. Una críptica sonrisa parece haber sido tatuada en su rostro y obedezco guiada por la curiosidad. Cuando llego a su lado me toma dulcemente del brazo sin dejar de mirar la pintura y la señala para que yo haga lo propio.

– Mira qué preciosidad –dice y, a continuación, se acerca más a mí para explicarme en un susurro su historia, su significado, la importancia de sus detalles. Su aliento roza mi oreja al hablar y siento la piel de gallina; esta mujer hablando de arte ya es una expresión del arte en sí misma.

La obra es realmente hermosa. Tiene algo atrayente que hace muy difícil apartar los ojos de ella. Sin embargo, superar a Lauren en ese aspecto es complicado por lo que, antes de darme cuenta, es a ella a quien observo. Perfectamente podría estar enmarcada en cualquier lugar de ese museo. Está contemplando el cuadro como si no hubiera nada más a su alrededor. Me la imagino sola, la sala vacía para ella, apreciando esa pintura. Por suerte estoy a su lado para verlo. Le brillan los ojos pero no deja salir ni una lágrima. Es increíbe su forma de sentir el arte. Ojalá cada vez que la viese llorar fuera porque algo sea tan hermoso que le haga emocionarse.

Cuanto más la miro más consciente soy de lo que desearía poder capturar ese momento, ese rostro esculpido por los dioses, esos ojos inundados en acuarelas y esos rosados labios tensados en la sonrisa más armónica de la historia. Ni siquiera una fotografía podría captar esa expresión, pues su esencia sólo puede verse con el alma abierta.

Dicen los poetas que lo bello puede llevar al éxtasis, un clímax espiritual que se siente en cada poro, un amor irrefrenable, una luz interior expandiéndose infinitas veces sobre sí misma, una paz desbordante. Tal vez sea lo que Lauren siente, pero sin duda alguna es lo que siento yo.

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Que preciosidad de capítulo, honestamente... Toda la obra lo es.

Pásense por mi perfil, he publicado una historia nueva, se llama Brave Temptation.

Bsos.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora