LIV

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A partir de entonces fui yo la que dejó de aparecer por clase. Puede que en un principio fuera porque el dolor me lo impedía, pero después fue simplemente por despecho. Pasaron los días, las semanas, y cada vez me parecía todo más frío, más vacío, más gris. Algo me hacía estar enfadada con Lauren. Mi mente fue eliminando de forma inconsciente todos mis errores para dejar sólo los suyos. Fui egoísta sin querer hasta que me creí la historia en la que yo era una heroína y ella una desagradecida. Así, dejé de llorar por las noches. Una difusa nube de resentimiento había ido creciendo dentro de mi cabeza hasta ocultar mi parte sensata.

No necesitaba sus clases de pintura. Me gustaba dedicarme a ello, pero ya era hora de buscar un trabajo en condiciones. Si ella no quería verme, yo tampoco quería seguir siendo su aprendiz. Además, se lo había prometido a mis padres.

A pesar de ello había seguido en contacto con Dinah y, después de un mes buscando trabajo sin éxito, fue ella quien me recomendó a un amigo suyo que iba a abrir un local. No me dio más detalles, su amigo iba a abrir un local y necesitaba gente, pero bastó para obtener mi inmediata afirmativa.

Unos días más tarde, él se puso en contacto conmigo y una semana después había conseguido el trabajo (seguramente Dinah le pidió que me hiciera el favor). Al parecer estaba ultimando detalles para la fiesta de inauguración del local, que sería dentro de una semana. El lugar me gustó. No era demasiado grande ni tampoco demasiado pequeño. Tenía el tamaño perfecto, una luz acogedora y un escenario cuya pared estaba decorada imitando el arte urbano. También me agradó el tipo de gente que encontré allí; todos mis compañeros se me hicieron interesantes y abiertos de mente, además de transmitirme buenas energías.

Así que, el día de la inauguración, salí de casa con pasos firmes y seguros. Me había vestido y maquillado tal y como me habían aconsejado. Al mirarme en el espejo y ver el negro que delineaba mis ojos y me ahumaba los párpados, y el rojo intenso de mis labios, me sentí cómoda. Esa oscuridad representaba mucho mejor como era mi yo interior en ese momento (para nada mi mejor momento) y el toque violento de mi mirada me hacía sentir que podía controlar mi propio sentimiento de ira. Me dije que ese día todo iría bien.

De esta forma, recibí con una sonrisa los halagos de mis compañeros acerca de mi estética, me coloqué el uniforme de tirantes y ayudé a preparar el escenario. Dos de mis compañeros, también camareros, se unieron a mí y nos entretuvimos charlando, sin poder evitar admirar maravillada lo bien que le quedan a los hombres los ojos pintados de negro.

A la hora punta llegaron los primeros invitados y, cuando ocuparon las mesas, un cosquilleo de emoción me nació en el estómago. Zayn, el amigo de Dinah y mi jefe, pasó por delante de la barra tras la cual me encontraba y me señaló la mesa con un movimiento de cabeza.

– ¿Te encargas tú? –me dijo con una voz ronca.

Asentí con una sonrisa, a lo que él respondió con un guiño. Zayn era realmente atractivo; imaginé que con ese gesto habría conquistado a más de una persona.

Tomé nota de una de las mesas y les serví las bebidas sin ningún altercado. No estaba mal para comenzar. Poco a poco entré en calor y el local se fue llenando. Salí de detrás de la barra a recibir a los chicos que iban a cantar; era un grupo de jóvenes que habían formado su propia banda de rock. Me dieron ternura a la par que admiración y les expliqué dónde tenían que ir. Mientras les ayudaban con las pruebas de sonido, escuché que la puerta se abría.

La primera persona que entró fue Dinah. No esperaba que faltara. Iba acompañada de Shawn, Carmen y más gente que no alcancé a ver. Me localizó enseguida y me saludó con una expresiva mueca de asombro seguida de una amplia sonrisa. Se la devolví. Ella también estaba realmente guapa.

Un compañero se me adelantó para recibirles en el mismo momento en el que Zayn me llamó, así que no pude acercarme a saludarles. Tendría tiempo durante la noche. Le ayudé a colocar unas cuantas botellas y me di cuenta de que la bebida se iba gastando a una velocidad admirable, lo que irónicamente me puso de buen humor. Significaba que la fiesta iba bien, aunque sólo había que mirar alrededor para comprobarlo.

Cuando me encontré sin nada que hacer, me aposté tras la barra y me dediqué a observar el ambiente. Me fijé en la mesa en la que estaba Dinah. Reconocí a Shawn y a otro chico de la clase de pintura, que me llamó para que me acercara a tomarles nota.

Con una energía que me sorprendió incluso a mí caminé hasta su mesa sacándome la libretita del bolsillo por el camino y tratando de reconocer antes de llegar al resto de miembros del grupo que Dinah se había traído. Cuando ella me vio venir, se levantó para saludarme y ya no me sorprendió que me plantara un beso en los labios. Se había convertido en costumbre, y era una costumbre que no me desagradaba. Me gustaba Dinah, de la misma forma en la que a ella le gustaba yo. De una forma sana, sin etiquetas ni compromisos. No me había costado mucho tiempo entenderla. Le gustaban muchas personas y veía ridículo poner nombre a sus sentimientos. No entendía qué diferencia había entre besar en la mejilla y en los labios cuando quieres a una persona, ni tampoco entendía que tener una relación más íntima o cariñosa con alguien tuviera a ojos de la sociedad un nombre que diferenciaba su relación de las demás. Por eso nuestra amistad era pura y por eso me gustaba Dinah.

Así que por eso, nos saludamos con un beso y, al llegar a la mesa, una falda muy concreta atrajo todos mis sentidos y el corazón me dio un vuelco al encontrarme a la dueña sentada en esa misma mesa. No sé qué color adoptó mi cara ni por qué no escuché el bolígrafo caer al suelo, pero por un momento sólo existieron sus ojos verdes. Su sonrisa también se desvaneció al verme.

– No te lo dije, pero hemos traído a Lauren –me dijo Dinah alegremente–. Es una especie de quedada de la clase de pintura. Mola, ¿eh? Quería que fuera sorpresa.

Recogí el bolígrafo del suelo y enfoqué todas mis fuerzas a esbozar una sonrisa.

– Toda una sorpresa –dije con una risa forzada.

– Para Lauren también, no le dije que ahora trabajas aquí –continuó Dinah, como una niña que cree haber ideado el plan perfecto.

Tuve que mirar a Lauren porque se suponía que debía llenar el silencio que Dinah había dejado, y fue lo peor que pude hacer. Caer de nuevo en la armonía de su rostro, en sus ojos hipnóticos y sus ojeras ocultas tras el maquillaje, en la perfección de sus labios, acabó por un momento con toda la seguridad que había creído sentir aquella noche.

Ella se obligó a sonreír, y no sé si lo que me derrotó fue su sonrisa o que tuviera que forzarla delante de mí.

– ¿Pedimos? –fue lo único que dijo.
Los demás la apoyaron alegremente y, cuando bajó la mirada hacia la carta, la mitad de su pelo cayó en cascada haciéndole de cortina y ocultándome su rostro. Así pude salir de mi ensimismamiento y con un clic en el bolígrafo me preparé para apuntar las bebidas.

Pensé en una niña que tira del abrigo de su madre para que ésta mire en la dirección que le está señalando. Pensé en esa imagen porque fue lo mismo que sentí dentro de mi estómago mientras tomaba nota de los pedidos, algo que tiraba desesperadamente de mí para que mirase a Lauren, para que dejara de huir de sus ojos y me enfrentara a ellos. Y, aunque luché por no hacerlo, no me quedó otra cuando llegó su turno de pedir. Me daba rabia que estuviera tan guapa. Su belleza me lo ponía todo mucho más difícil, pero no impidió que recordara la ira que me hacía sentir. Se había maquillado, lo cual no era algo muy común en ella, y llevaba una falda nueva, más larga de lo normal. La sombra que había usado en los ojos dotaba de iluminación a su mirada, y casi no pude soportar que estuviera observándome. Parecía que algo en mí le había llamado la atención. Tal vez se trataba también de mi maquillaje.

– Para mí otro gin tonic –pronunció claramente con su voz tan distintiva, y me pareció que le salía desde algún lugar muy profundo.

Escribí advirtiendo que los dedos me temblaban y, tratando de ignorarlo, les dediqué una sonrisa y me retiré.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora