XLVII

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El autobús está estacionado fuera con el motor en marcha, sólo falto yo. Cargando la mochila a un hombro agarro un croissant relleno de chocolate entre los dientes y una manzana con la mano que tengo libre para no perder más tiempo, corriendo a la puerta de salida. El recepcionista se despide con una inclinación de cabeza y le respondo con un adiós de dudosa comprensión pronunciado entre dientes.

Al subir al autobús siento todas las miradas puestas en mí durante unos segundos y me imagino mi imagen: el pelo mojado, una manzana en la mano, la mochila en la otra y un bollo en la boca. Avanzo tímidamente hasta el mismo asiento contiguo a Lauren que hemos estado ocupando desde el primer día.

– Ya era hora, señorita –dice en voz alta, fingiendo una mirada de reproche que no haga dudar de su estatus entre los alumnos.

– Siento el retraso –respondo exagerando también una expresión de disculpa, aún con el dulce en la boca.

– ¿Se te han pegado las sábanas? –interviene Ally.

Intercambio una fugaz mirada con Lauren.

– Sí, bastante.

– Ya estamos todos, puede usted cerrar –se dirige la profesora al conductor con su característico tono cantarín.

Las puertas obedecen cerrándose inmediatamente mientras yo dejo caer mi mochila bajo mi asiento y trato de llegar a él pasando por el diminuto hueco que queda entre las piernas de Lauren y el comienzo de la cabina del conductor. El roce de mis vaqueros con sus rodillas desnudas me sugiere entretenerme en el camino y, comprobando la dificultad del movimiento, decido pasar una pierna por encima de las suyas. El autobús se pone en marcha inesperadamente y a punto estoy de caer de bruces sobre Lauren si no llega ella a sujetarme de la cadera y yo a apoyar las manos en su respaldo. Murmuro una disculpa tan solo para que Ally la oiga.

Agradezco en ese momento que la camisa de Lauren que llevo puesta sea lo suficientemente escotada para que sus ojos se escapen a mi pecho, que ha quedado a la altura de su nariz, y el color que asciende a sus mejillas me divierte así que decido mantener la posición mientras termino de pasar las piernas. Sus ojos, redondos y aclarados por la luz del sol, me miran desaprobando mi comportamiento, pero me gusta demasiado provocarla así que sujeto el croissant con la mano, le doy un mordisco delante de ella, sonrío y caigo sentada a su lado de la forma más inocente que puedo fingir. Lauren se relaja negándose a dejar salir una sonrisa que esconde en la comisura del labio, mientras yo me dedico a comer tranquilamente.

– ¿Te ha dado tiempo a desayunar en siete minutos? –le pregunto resaltando los siete minutos con un tono refinado.

Lauren sonríe y luego me mira.

– No. Estaba ayudando a Ally a poner orden.

Le ofrezco algo de mi comida y ella acepta la manzana, llevándosela a los labios. Vacila un momento, luego la muerde, y la fruta cruje en su boca con un sonido refrescante que deja prendada mi mirada sin que me dé cuenta. La manzana, verde como sus pendientes, aparentemente jugosa, casi puedo saborear su acidez; sus labios, aparentemente más jugosos aún, casi puedo evocar su sabor, también ácido, además dulce. Termino mi croissant sin ser consciente de nada más que de ella, comprendiendo el grado de sensualidad que puede llegar a existir en la forma de morder una manzana. Creo que sabe que la observo, que es consciente de todo lo que provoca en mí, pero no quiere mirarme y ello me hace encontrarla aún más fascinante. El cabello le cae por los hombros, ligeramente húmedo todavía por algunas partes, y se le mueve graciosamente cuando vuelve la cabeza hacia mí. Una infantil sonrisa aflora a sus labios al mirar los míos y se señala la comisura con un dedo. Yo la miro sin entender y ella sacude la cabeza.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora