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Las tres semanas siguientes se vistieron de monotonía. Louis acudía a él con puntualidad a la hora de las comidas. Primero comía él, y después Harry. No había vuelto a obligarlo a comer como un perro, al contrario: le daba de comer con sus propias manos, y lo hacía con delicadeza.

Con cada uno de sus movimientos, Harry veía detrás un gesto de ternura. Quizá se engañaba, o quizá estaba en lo cierto. Por la tarde acudían a la mazmorra, y se sometía con pleno goce a los juegos de Louis, gritando de placer, dejándose ir en este mundo lleno de depravación y que, sin embargo, le estaba dando tantas alegrías como penurias.

Al cuarto sábado, algo cambió en aquella rutina.

Había comido solo, y curiosamente echó en falta la presencia de Harry y la manera en que tenía de llevarle la comida a la boca, como si fuera un niño pequeño. Sus leves caricias, que a otra podrían parecerle casuales, incluso humillantes, sobre todo cuando de forma descuidada pasaba el dorso de la mano por uno de sus pezones, a él la excitaban y lo consideraba el juego previo antes de que la llevara a la mazmorra, donde se desataban las pasiones.

Tres horas después de comer, Joe entró en la habitación y lo llevó a la mazmorra sin que Louis diera señales de vida. Lo esposó, lo hizo arrodillarse, y le tapó los ojos con un pañuelo de seda. Harry esperó allí, desnudo como siempre, sin poder ver.

¿Qué le haría? Se imaginó en la cruz, o colgado de las cadenas. ¿Quizá utilizaría el potro? O la mesa de la primera vez. Aquella le gustaba especialmente. Estar totalmente inmovilizado, atado, amordazado, sin poder protestar, expuesto a los caprichos de Louis, y a sus deseos. Se excitó y se removió, inquieto, cansado de esperar. Quería que viniese ya. Necesitaba que lo follara con desesperación. ¡Se había convertido en un adicto a él! De la misma manera que algunos desgraciados acudían a los fumaderos de opio.

Oyó la puerta abrirse y cerrarse, y pasos que se acercaban a él. Era Louis y alzó el rostro, sonriente, para recibirlo.

Louis dejó a Rick y a Elena al lado de la puerta mientras se acercaba a Harry. Estaba muy hermoso, completamente desnudo, de rodillas, y con un pañuelo de seda que cubría sus ojos dejándolo ciego. Sonrió al alzar el rostro como si pudiera verlo y a él se le encogió el corazón.

Lo odiaría. Estaba seguro. Cuando aquella sesión que estaba a punto de empezar terminara, él lo detestaría. Y así era como tenía que ser. Era lo que él ansiaba. Deseaba que lo odiara con todas sus fuerzas para poder convertir su vida en un infierno. Para que se rindiera. Para que claudicara y eligiera irse de su lado, vender a su hermana, romper la lealtad que la mantenía allí anclada.

Lo cogió por la barbilla y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Él siguió el movimiento con su rostro, buscando más.

"Ven" le dijo, y lo cogió del brazo para ayudarlo a levantarse y guiarlo hasta la mesa donde Malcom lo había puesto el primer día, pero Louis hizo que se sentara en medio, le saco las esposas que mantenía sus brazos en sus espaldas y las volvió a esposar pero esta vez con ambas manos delante.Lo recosto suavemente y le coloco los grilletes en los pies, esta vez no estaban elevados pero aun así mantenía sus piernas bastante abiertas. Sus manos fueron llevadas hasta arriba de su cabeza y fueron sujetadas también.

Louis caminó alrededor de él y se puso delante. Miró a Rick y a Elena que habían permanecido en la puerta, mirando expectante, esperando el momento en que su amigo les permitiera intervenir. Ambos deseaba a Harry desde el mismo momento en que lo habían visto por primera vez, durante la fiesta, y ahora podrían tenerlo, aunque fuese bajo la supervisión de su amigo.

Louis sacó la mordaza del bolsillo y se lo colocó a Harry. Después le susurró al oído:

"Hoy será una sesión especial, pequeña mascota. Tengo dos invitados que se han quedado a comer, y tú serás su postre."

Esclavo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora