Capítulo 32 [Maratón]

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Abro los ojos despacio, la habitación está fresca, y la oscuridad de la noche se visualiza a través de la ventana, me quedo unos minutos más acostada hasta que el hambre me obliga a ponerme de pie.

Envuelvo mi desnudez con la sabana, me encamino al baño escuchando el suave murmullo de la tela de seda rozando mi piel.

Me doy un baño rápido que deja mi cuerpo fresco y relajado, cuando salgo de la habitación veo a Simón custodiar mi puerta, me saluda y acompaña al primer piso donde me sirven de comer y devoro toda la comida rápidamente.

Me pongo de pie y subo al tercer piso para ir a la habitación de la abuela, toco y escucho su pase, así lo hago.

La encuentro de pie frente a su ventanal, envuelta en una bata azul, con el pelo suelto.

—¿Todo bien cariño?

Me mira por encima de su hombro y asiento, ella sonríe de medio lado.
Nos mantenemos en silencio durante algunos minutos, ella es quien lo rompe.

—Estás últimas noches se han sentido frías, no sé si sólo soy yo o los demás también sienten está frialdad —se abraza a sí misma— Tal vez la tempestad se aproxima.

Con toda esta situación no le he preguntado como se siente, qué es lo que piensa.

—¿Crees que el pueblo se levante totalmente en nuestra contra?

—Es lo que están haciendo —suspira— En todos mis años de reinado jamas vi algo como esto.

—¿Tienes miedo abuela?

—Si no lo sintiera sería un robot —intenta bromear— Pero te diré que tengo fe, tengo fe en que podremos solucionar todo esto, en que las personas tomarán conciencia, pero sobre todo tengo fe en ti —se da la vuelta totalmente— Se que estas insegura, que piensas que el pueblo no te quiere, pero es porque no tienes fe en ti misma.

—No parece fácil cuando tienes a todos encima de ti, susurrandote que lo estás haciendo mal.

—Yo también lo hice mal muchas veces —dice divertida.

—Si bueno, tú tenías a tú madre para guiarte.

—Se que no soy tú madre —carraspea— Pero me tienes a mí.

La miro durante unos segundos y me doy cuenta de que la he herido con mis palabras.

—No quise decir eso abuela —me pongo de pie para ir a ella y abrazarla— Tú también eres mi madre.

Su risa suave hace que mi corazón se llene.

—Aún recuerdo a tú madre decir que le robaba protagonismo —siento sus dedos acariciar mi cabeza— Decía que pasábamos más tiempo juntas de lo que lo hacían ustedes.

Nos quedamos en silencio, abrazadas durante algunos minutos.

—La extraño —confiesa de repente— Extraño sus raros chistes de humor.

—No eran divertidos.

—Por supuesto que no —ambas reímos y cuando me alejo de su cuerpo veo que lágrimas corren por sus mejillas— Era tan única y especial —niega con la cabeza— Jamás voy a superar haberla perdido.

La vuelvo a abrazar.

—Yo tampoco, ni a papá.

—Ellos tenían fe en ti —me toma el rostro para verme directamente—  Vamos a solucionar todo este problema y luego tú seras la reina.

Asiento.

(...)


Los días parecen volar entre reuniones, debates, informes, investigaciones, e incluso llamadas.

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