Capítulo 12 // ¡Clarisse al rescaté!

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P.O.V Elizabeth.

Después de una hora de haber contactado con papá divisamos tierra: una larga extensión de playa en la que se alineaban hoteles de muchos pisos.

Las aguas empezaron a llenarse de barcos de pesca y pequeños botes. Un guardacostas pasó por estribor y luego dio media vuelta, como para echar un segundo vistazo.

Imagino que no veía cada día un bote salvavidas sin motor, tripulado por cuatro adolescentes y lanzado a más de cien nudos.

-¡Es Virginia Beach! -dijo Annabeth cuando nos acercamos a la orilla-.
¡Por los dioses! ¿Cómo es posible que el Princesa Andrómeda hay a llegado tan lejos en una sola noche? Deben de ser...

-Cinco mil treinta millas náuticas -dijo Percy

Ella lo miró asombrada.

-¿Cómo lo sabes?

-Pues... no estoy seguro.

Annabeth reflexionó un momento.

-Percy, ¿cuál es nuestra posición?

-Treinta y seis grados, cuarenta y cuatro minutos norte; setenta y seis
grados, dos minutos oeste -respondio automáticamente. -¡Uau! ¿Cómo es que lo sé?

Lo pensé por algunos minutos.

-Por tu padre -deduje -. Cuando estás en el mar, posees una orientación perfecta. Es genial.

Me pregunte si sería buena en el cielo, quiero decir, si podría manejar un avión, sería estupendo, en eso Tyson me dio unos golpecitos en el hombro.

-Viene bote.

Me di la vuelta. El guardacostas, ahora ya abiertamente, venía por nosotros.
Nos hizo señales con las luces y empezó a ganar velocidad.

-No podemos dejar que nos atrapen -dije - harían demasiadas preguntas.

-Sigue adelante hasta la bahía de Chesapeake -dijo Annabeth-. Conozco un sitio donde escondernos.

No le pregunté a qué se refería ni por qué conocía tan bien la región. Teníamos que ir más rápido, así que me arriesge a aflojar un poquito más la tapa del termo: un nuevo chorro de viento nos impulsó como un cohete en torno al extremo norte de Virginia Beach y luego hacia la bahía de Chesapeake.

El guardacostas se iba quedando cada vez más atrás. No aminore la marcha hasta que las orillas de la bahía empezaron a estrecharse.

-Allí -dijo repentinamente Annabeth -. Después de ese banco de arena.

Viramos hacia una zona pantanosa invadida de maleza y detuve el bote al pie de un ciprés gigante.

Los árboles se cernían sobre nosotros, cubiertos de enredaderas. Los insectos zumbaban entre la hierba; el ambiente era bochornoso, sofocante, y de la superficie del río se levantaba una nube de vapor. En resumen, no era como el campamento y no me gustaba nada.

-Vamos -dijo Annabeth-. Está ahí, en el banco de arena.

-¿El qué? -preguntó Percy.

-Solo síganme. -Agarró su petate-. Y será mejor que ocultemos el bote.

Después de cubrirlo con ramas, seguimos a Annabeth por la orilla, con los pies hundidos en un lodo rojizo. Una serpiente se deslizó junto a mizapato y desapareció entre las hierbas.

-No es sitio bueno -dijo Tyson, y aplastó los mosquitos que empezaban ahacer cola en su brazo como si fuera un buffet.

-Aquí -dijo Annabeth por fin.

Elizabeth y El Mar De Los MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora