• Preludio •

12.6K 1.7K 1.1K
                                    


El frío de la noche abrigaba, por ello cerraste las puertas.

No era el mejor momento para cruzar palabras, pero le convencí de salir por un poco de aire en la parte superior de mi apartamento. Encendí las luces del balcón, le entregué una cobija y una taza de chocolate caliente que había preparado minutos antes de lo sucedido.

No me agradeció. Se mantuvo cabizbaja con sus ojos oscuros posados en sus piernas que colgaban por los barrotes.

¿Qué vez con esas piernas cortas?

¿Manifiestas o qué?

Me senté a su lado, haciendo una mueca al no saber qué palabras usar para comunicarnos. Comencé a murmurar irritado mientras consumía la bebida, cuestionando mi actitud. Me detuve al percatarme de que él no estaba bebiendo la suya.

—¿Está muy caliente? —Irrumpí su silencio, señalando la taza—. Dámela, la enfriaré.

Volteó a verme con inseguridad, mostrando sus cachetes congelados. Estaba en serio deprimido. Me sentí asustado un momento por hacerle daño, aunque seguro él no era alguien fácil de lastimar con palabras; sus animales le dolían más.

—N-No... me gusta lo d-dulce. —Respondió tartamudeando, con la mano en la nuca.

—Ya, dámela. Yo lo enfrío. —Insistí.

—N-No me gusta...

—Kurt, dame la taza para que puedas tomarla. —Cerré los ojos con molestia, apretando mis manos que sostenían la otra. Aunque me esforzara no entendía a qué se refería con qué no le gustaba.

—O-Odio lo d-dulce.

Extendí la mano para arrebatarle la taza de golpe. Él intentó apartarse, pero al ver mi intención atravesó la cabeza para que no pudiera tomarla. Fue un jaloneo peligroso en el balcón, como si peleáramos para ver quién tenía más fuerza, aunque yo estaba en defensa del pobre chocolate que al parecer él odiaba.

La taza se resbaló de su mano y cayó al piso de abajo, rompiéndose en pedazos pequeños sobre una maceta de hortensias azules. El contenido empalagoso escurrió por la banqueta, imitando la saliva que se escapaba de mi boca abierta por asombro.

—Ah... se cayó... —Murmuró, mirando de nuevo la caída.

—¡Tú la tiraste! —Exclamé, sintiendo el dolor de ver una de mis vajillas favoritas en pedazos.

Se rió de mi desesperación y mis intentos por arreglarla cuando bajé las escaleras a buscarla. Perdí tiempo con pegamento intentando unirla pero no había encontrado el resto. Él no me ayudó, pues así era Kurt Fiat, un espectador silencioso que siempre lloraba de frustración, pero hacía tiempo no lloraba conmigo. A veces me asustaba.

Tal vez porque ya lo he hecho llorar mucho.

Enojado, volví a tirar la taza por el mismo lugar, haciendo que Kurt diera un brinco del susto por mi reacción tan reactiva. Incluso yo me arrepentí de ello: fue obsesivo.

—¿Q-Qué haces? —Levantó los párpados, temblando aún con la cobija en sus hombros. No se estaría congelando si hubiese bebido al chocolate.

—No tiene arreglo, solo pierdo mi tiempo —expliqué, volviendo a sentarme a su lado con una pierna libre—. Kurt, lo lamento. Me disculpo por lo mal que empezamos y quiero creer que si tratamos de empezar de nuevo tú y yo nos llevaremos bien.

—L-Lo siento... —Nada de lo que decía era claro, pero ya estaba acostumbrado a entenderle.

—Mi nombre es Owen Philips. Tengo 20 años y estudio diseño gráfico en la universidad SS. Es un placer compartir propiedad contigo. —Extendí la mano aún con dudas, brindándole la sonrisa que nunca le mostraba a causa de la irritación.

Tomó mi muñeca, haciéndome sentir incómodo por sus pequeñas manos.

—S-Soy Kurt... 19 años, d-diseño de paisajes. —Sus ojos daban vueltas como un cachorro nervioso, y aunque sus manos temblaban intentó sonreír.

—Te ves muy feo, no te fuerces. —Solté una carcajada, haciéndolo enojar.

Esa noche hablamos por horas de lo que queríamos al graduarnos, de nuestras familias y preferencias. Estoy seguro de que ambos descubrimos cosas del otro que no esperábamos, como mi amor por lo dulce y el suyo por lo salado. Cosas tontas; riendo como tontos sin importar lo poco que durara la noche.

—1.65...

—¡De verdad estás enano! —Aplasté su cabeza verde con los dedos, sacudiéndolo como juguete hasta ver su expresión sufrida aproximarse.

Aquí viene.

—Mira, ser bajito no es algo malo y a nadie debería importarle. Yo me burlo... porque soy idiota y me burlo de todo, minion —no removí la mano, la mantuve quieta hasta acercar mi rostro más a él—. Pero puedo asegurarte que aún con esa estatura eres mejor que muchos que alcanzan las galletas en la alacena. No cualquiera anda por ahí sacando perros de cajas o lagartijas de los laboratorios.

—P-Pero... Caíle rompió conmigo por mi altura... —desvió la mirada, de nuevo con los ojos llorosos.

Su pequeña silueta era agradable. Había pasado un tiempo sin sentir tranquilidad ante alguien tan desastroso, pero era diferente verlo a través de su ventana cuando llegaba tarde y alimentaba a sus animales. Él tenía una vida diferente a la mía, diferente a las demás.

—Ella se lo pierde —me encogí de hombros—. ¿Quién termina con un umpalumpa verde como tú con calzoncillos de león? Kurt, te aseguro que de la forma que eres ahora no tienes nada de malo.

—¿No debería hacer el esfuerzo por cambiar?

—Tal vez, pero me he acostumbrado a tu forma de ser y no la cambiaría por nada, enanito verde. Si vas a cambiar hazlo por ti mismo y que se jodan los demás.

El apartamento que se convirtió en zoológico. {FINALIZADO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora