Capítulo 2: Compañero verde.

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Owen.

Vertí las fajitas de pollo empanizado dentro del aceite hirviendo, observando su color tostado hasta retirarlos y dejarlos en un plato. Retiré el exceso de aceite con unas servilletas, sirviéndolas con ensalada y aderezo.

Las llevé a la pequeña mesa junto al florero de orquídeas moradas, esperando a que se enfriaran. Suspiré por la satisfacción que me proporcionaba el platillo.

Debo apresurarme para no exceder mi límite de sueño.

Rebusqué entre las cosas que mi madre había enviado la semana pasada algo que pudiera regalar. Nunca tenía cosas preparadas para los demás, por eso ella me daba cosas mientras me llamaba «egoísta, piensa un poco en tus vecinos, en los demás». Suspiré de alivio al ver una canasta de chocolates con café, aguardando debajo de un pequeño peluche de oso y flores artificiales.

¿No es demasiado? Al carajo, solo es un vecino.

Fui por mi chaqueta, observando el platillo en la mesa que aún soltaba humo, se dispersaba en la amplitud del departamento. Había silencio, pero no duró mucho pues escuché el fuerte sonido de una canción triste en violín.

El sonido volvía a golpear mi vida, obligándome a parar la oreja para escuchar mejor. Provenía de la parte baja. Mi irritación se multiplicó al imaginar su personalidad, yo odiaba a los vecinos ruidosos que no tenían consideración por sus compañeros, y a los emos.

Yo soy medio emo, no puede haber dos.

Tomé la canasta de chocolates y salí por la puerta con suma velocidad, dando brincos entre las escaleras empinadas de fierro viejo. Las casas de diferentes alturas alrededor estaban dormidas, silenciosas, fantasmas lejos del lugar donde vivíamos. Era común la residencia de ancianos en la zona, por alguna razón, mi departamento era el único que atraía jóvenes. Y a mí.

Se ocultó el sol aunque no es de noche.

—Ahora qué loco de mierda me tocó... —Chasqueé la lengua, parando frente a su entrada.

Azoté mi palma contra la puerta, esperando escuchar algo en el interior. La música continuó sonando, al igual que sonidos extraños. Como animales corriendo en un techo a las tres de la madrugada, esperando por mí con una escoba para mandarlos al infierno.

Porque los odiaba. Odiaba a los animales más que nada, porque no sabía que pensaban y tal vez me querían asesinar por las noches. Y vaya, asesinarme les costaría demasiado.

Las luces amarillas se encendieron en el interior. Tras un minuto de espera, el cual me dio una mala señal, mi primera impresión fue tragada por su imagen perturbadora. No supe si reírme o huir, mucho menos me quería cuestionar qué cosas raras hacía allí dentro.

—T-ta-también es... un h-hola...

Bajé la mirada solo un poco para observar al chico bajito frente a mí.

¿Qué dijo?

Tenía los ojos rojizos, labios temblorosos y pañuelos por todo el suelo. Usaba un smoking negro, una flor blanca en su bolsillo, y una cruz dorada en sus manos. Las uñas estaban carcomidas, pero lo que se robó mi atención fue su notorio cabello verde acompañado de un broche de florecitas.

Me niego a hablarle. ¡Tain, demonios, siempre mintiéndome! Jojo, es un chico decente. Jojo, honesto. Jojo, LO ECHARON DEL CAMPUS.

—Buenas noches. Mi nombre es Owen, soy tu compa... —alargué la palabra, pasmado por su mirada asustadiza mientras cerraba la puerta con lentitud—...ñero.

El apartamento que se convirtió en zoológico. {FINALIZADO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora