Capítulo 4: No podemos llevarnos bien.

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Owen.

Comenzaba a odiar a alguien que apenas conocía.

Nunca me había gustado la idea de ser amable. Tal vez hubo algunas fechas de mi niñez cuando servía desinteresadamente, pero de pronto decidí dejar de quedar bien con los demás. Te desgastas por personas que te hieren y creen que una disculpa es suficiente.

No volvería a ello, ni a tomarme desprevenido que me hirieran. Pese a ello, le miré con sorpresa mientras mantenía la mano sobre mi mejilla para tallar el lugar del golpe que me arrojó.

Las luces pequeñas que se escapaban del restaurante iluminaban la mitad de su rostro. Sus pupilas me asustaron, pero él parecía tener más miedo que yo. Era igual que un perro nervioso ladrando: los odiaba.

Di unos pasos al frente por la acera, en silencio, con una mano en el pecho para relajarme. Lo miraba directamente a los ojos para hacerle saber que no quería discutir. Retrocedió en el suelo un poco más, lastimándose las manos.

—¡No t-te me a-acerques! —Gritó, llamando la atención de otros clientes a punto de entrar.

Mordí mi labio, quejándome entre dientes. ¿Qué diablos le sucedía? Le temía como un gato al agua, suponiendo que si apenas la tocaba se ahogaría en ella. Yo era el agua, pero no ahogaba a nadie a menos que nadaran suficientemente profundo.

Apreté mis manos y me acerqué un poco más a la calle, haciendo que no apartara su mirada confusa de mí. Me planté en la esquina llamando con señas a los taxistas que iban a gran velocidad. Apestaba a humo, la niebla trataba de desaparecer la avenida junto a este.

Elevé la mano de nuevo, parando un taxi con un conductor joven. Di la dirección de inmediato y advertí de su nivel de alcohol, entregándole el dinero aproximado hasta el sitio.

Si llegaban a secuestrarlo por su apariencia eso ya no era mi problema. Hacía demasiado con prepararle un medio de transporte. Su vida era su propia responsabilidad, no una carga para mí.

Volví atrás, donde Kurt aún se mantenía en posición de ataque y mirada crítica, decidido a defenderse con la fuerza que le restaba. Suspiré al observarlo, sintiendo agotamiento con respecto a lo sucedido.

Sin decirle nada lo tomé del brazo estrujándolo con fuerza. Él gritó mientras me hería con su otra mano en la espalda y me pedía que lo soltara. Se sentía como estarlo obligando a algo indebido cuando lo único que hacía era realizarle un mísero favor.

Menudo raro tenía cerca de mí, imposible llevarnos bien.

—¡P-Por favor!

Abrí la puerta del taxi, agarrándolo de los hombros y echándolo dentro de los asientos. Cayó golpeándose los codos y la sien, mirándome con miedo. Mi respiración se alteró mientras lo veía dentro, cruzando nuestros ojos de nuevo.

Azoté la puerta para cortar aquello.

—¡N-No! ¡Y-Yo no tomo t-ta...! —hablaba nervioso, así que lo interrumpí.

—No vuelvas a acercarte a mí, puto Umpa Lumpa.

El taxista partió, dejándome solo en la avenida. Los sentimientos de culpa trataron de llegar a mí, recordándome sus últimas palabras y el aparente miedo que tenía a estar solo con alguien, pero los evadí diciéndome que estaba exagerando. Un actor de teatro desparramando talento, solo eso.

Owen, no tienes la culpa de nada.

Mi madre me dijo que era un egoísta.

No lo dijo mientras discutíamos. No me lo dijo para lastimarme. Ese día trataba de hablar sobre mis pocas amistades, cuando tenía doce años, el cómo me molestaba convivir y llamar la atención en reuniones.

El apartamento que se convirtió en zoológico. {FINALIZADO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora