Capítulo 30: La jirafa sigue ocultando algo.

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Owen.

Los animales que revoloteaban en el primer piso por las mañanas me hacían reír en ocasiones. No podía tomarles el gusto pero poco a poco el odio se disipaba. Estaba bien, supuse, solo ser indiferente a algo.

Háblame, lamento ser indiferente la mayor parte de veces.

—Hay un vecino con un pitbull enorme —sentí escalofríos al recordar lo que vi por la mañana, el hombre llevando a rastras al perro hasta su garage—. Apuesto a que el pequeñín querrá adoptarlo.

Estaba hablando conmigo mismo mientras esperaba en la entrada del restaurante donde hacían deliciosas hamburguesas y tocaban música en vivo. Observaba por los ventanales el interior, buscando la rubia cabeza de Sanft para evitar dos situaciones: Vergüenza buscando entre mesas, o buscar sin saber que fui plantado.

Esas dos cosas me causarían una terrible ansiedad, dolor de estómago y arruinarían mi día. Si se arruinaba mi día no podría pasar una buena noche de películas con Kurt y después terminar algunos trabajos. Yo con crisis equivalía a sentarme debajo de mi escritorio mientras golpeaba algún objeto cercano, llorando feo y no logrando nada productivo en mi vida. Era un extremista a veces, lo odiaba, pero comenzaba a acostumbrarme a ello.

Deseaba no tener que ir a terapia los viernes, decir que todo estaba bien y de repente responder unas preguntas de forma veloz como si el mundo se me fuera a acabar por no saber explicarme. Podía sentir la mirada de el terapeuta sobre mí, quizás pensando "este greñudo habla demasiado".

Pero, al menos iba a terapia. Algunos lo necesitaban más que yo para sobrellevar sus problemas pero yo iba a ocupar ese lugar vacío. Ni siquiera Kurt recibió terapia a excepción de su infancia, mucho menos Tain.

O Sanft, creo.

—Pensé que estabas adentro. Yo no quise entrar hasta verte pero acabo de bajar la mirada y me percaté de que eras tú. —Sentí el roce de su mano acompañada de anillos sobre mi cabeza, congelándome en el sitio.

—Carajo, no me asustes así —aparté mi cabeza con terror para observar a Sanft de frente, quien de nuevo llevaba su cabello cubierto por la sudadera negra.

—Lo siento... —Trató de sonreír, aunque no pudo hacerlo permaneció indiferente con un movimiento de cejas como olas solo para hacerme reír.

Rodeé sus hombros con mi brazo, parándome de puntillas para no hacerlo agacharse. Le dije que entráramos porque moría de hambre y ya que había recibido el depósito por las ilustraciones del equipo de básquetbol podía gastar una cantidad decente.

El rubio con aretes de estrellas que nos atendió aquella ocasión que salimos volvió a servir en nuestra mesa. De nuevo, las voces hablando sobre lo alto y atractivo que era Sanft no tardaron en acorralarnos. Le pregunté si eso no le incomodaba pero dijo que estaba acostumbrado.

—Yo saldría corriendo de aquí. Me pone nervioso. —Admití, señalando una soda italiana de fresa en la carta para acompañar el pollo frito que ordenamos.

—Si saliera corriendo de todas partes cuando hablan sobre mí no sería nadie. Ni siquiera estaría en la universidad. —Suspiró él, señalando un plato de aros de cebolla y una soda también.

—Se puede gritar. Algo como —preparé mi garganta con un leve golpe en el pecho—. ¡Es bastante incómodo, DEMASIADO, que nadie te quite la vista de encima, eh!

El mesero dio un respingón por mi alto tono repentino, estirándose en su propia camisa verde de cuadros. Me pidió que no hablara muy fuerte en el sitio para no incomodar a otros clientes, yo le recordé que tampoco hablaran de otros tan fuerte porque a nosotros nos incomodaron primero. Sanft trataba de elevar sus manos y hacerme gestos para que parara, pero no pudo detener mis quejas.

El apartamento que se convirtió en zoológico. {FINALIZADO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora