#00: El Culpable

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El golpe del doctor resonó por el pequeño cuarto donde todos estaban metidos. Un par de pasantes de confianza se encogieron sobre su cuerpo por la repentina explosión de su superior, una doctora soltó un bufido y otro más le dio un sorbo a su café. Cada vez eran más frecuentes esas muestras de frustración; lo cual era entendible, pero no por eso pasable: Ver que el trabajo de sus vidas fracasaba una y otra y otra y otra vez era extenuante; quizá se merecían un reconocimiento por el simple hecho de seguir intentando cuando todos los demás ya se habían rendido hace años. Ellos seguían en pie, porque creían que sí era posible. Estaba tan cerca de lograrlo.

Pero cada vez que daban un paso, retrocedían tres. Quizás eran demasiado ambiciosos, pero quién no lo era. No, todos en la sala creían que estaban a nada de lograrlo, pero algo se les escapaba; había algo que no veían del todo y, en cuanto lo descubrieran, estarían listos para el reconocimiento internacional. Eran los mejores en sus campos, después de todo. Si todos ellos juntos no podían lograrlo, nadie más podría. Nadie. El siguiente paso en la evolución dependía por completo de ellos, no podían permitirse bajar los brazos al primer tropiezo, ni al quinto.

No obstante, sus conejillos de indias no dejaban de morir.

— Aún queda la sexta generación— Dijo ella— Y cada vez viven más tiempo. Estos duraron quince años y los de la sexta tienen ya doce.

— ¿Cuántos C tiene la sexta generación? ¿Cuántos A?— La ronca voz del doctor pareció robarse todo el ruido de la habitación, nadie se atrevió a decir nada después de eso— La sexta generación es la más débil de todos— La frase, sin embargo, picó en la garganta de todos, causándoles unas ganas de decirla. Todos ahí la conocían, era como su mantra. Nadie la dijo. Nadie hizo el menor ruido. El jefe soltó otro bufido.

— La sexta generación es la esperanza del proyecto— Declaró alguien desde la esquina.

Nadie dijo la frase, porque todos la conocían, pero esta se posó sobre todos los presentes como un monstruo con alas rudimentarias, cubiertas de escamas, apenas manteniéndolo a flote, cosquilleándoles en la lengua, intentando con todas sus fuerzas salir de los labios del más susceptible de los presentes. Nadie la dijo, porque era una de esas verdades que son demasiado crudas para ser mencionadas por la voz humana. Nadie la dijo, porque no hacía falta.

«Solum debiles mori debent».

----N.A:

Sólo los débiles deben morir en latín, y con esto inicio otra cosa rara (historia) de los doce depresivos (signos).

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