La oscuridad era total en el túnel cavernoso. El capitán Barbarrosa, el pirata más temido de los menos conocidos del ancho mar, estaba sobándose el trasero después de la caída que había sufrido junto a su tripulación.
Habían estado forcejeando por horas contra una puerta de piedra que, según el mapa que habían encontrado, los separaba de un grandísimo tesoro.
Sin embargo, en una de esas en las que él y sus camaradas pusieron su peso sobre la estructura, el suelo se abrió bajo ellos y cayeron por una especie de tobogán de piedra lisa hasta llegar a una habitación oscura y húmeda.
—El que esté vivo diga "ron"–preguntó el Capitán.
—Raaaahn... —dijo adolorido el teniente Mesa.
—Ronnnn... —respondió el contramaestre Conrado.
—Rrrroooo... —se quejó el oficial Kalúa.
El capitán Barbarrosa esperó la voz del Viejo Bill, pero no llegó nada.
—Bueno, tal parece que a Bill se le terminó la suerte... —empezó a decir, pero se interrumpió súbitamente al sentir que algo se movía debajo de él.
—¡Oh, que no estoy muerto! –respondió el Viejo Bill tratando de respirar con dificultad— ¡Ya quítese de encima, capitán!
Barbarrosa se puso de pie rápidamente y sacó un paquete de cerillos de su bolsillo. Encendió uno y observó las caras adoloridas de su tripulación.
—Oigan, ahí se ve una antorcha, ¡vea si puede encenderla, capitán! –dijo el teniente Mesa con un tono esperanzado.
El capitán se aproximó a la antorcha, acercó el cerillo y el aceite se incendió de inmediato. La oscuridad se esfumó y por fin pudieron ver con claridad el lugar en el que estaban.
Las paredes de piedra los rodeaban con la sola excepción de una puerta dorada con inscripciones mayas y dibujos de caras extrañas. A su alrededor, había una gran cantidad de huesos de animales y humanos que parecían tener muchísimo tiempo ahí.
—¿Y esto qué es? —preguntó Conrado con voz nerviosa mientras miraba la puerta con aprehensión.
—¡Es el tesoro! —dijo Kalúa brincando de alegría.
—Claro que no, idiota —dijo el Viejo Bill perdiendo la paciencia y poniéndose de pie con dificultad—, es una antesala. Tenemos que abrir la puerta para llegar al tesoro.
—¿Por qué habría un tobogán frente a una puerta que lleva a otra puerta? Es la cosa más estúpida que he... –respondió Kalúa, pero se interrumpió de repente—. No, olvídalo, es una idea brillante.
—La única idea brillante que necesitamos ahora, es una que nos ayude a abrir la puerta –dijo Barbarrosa—. Teniente Mesa, ¿qué podemos hacer?
—Las inscripciones indígenas me hacen pensar que debe haber alguna especie de ritual mágico que abre la puerta —contestó Mesa.
—No digas más —respondió el capitán con voz confiada mientras se acercaba a la puerta— ¡Ábrete Ajonjolí! —exclamó con fuerza y una sonrisa en el rostro.
—Es "ábrete sésamo" —dijo exasperado el Viejo Bill, pero Barbarrosa se burló en su cara.
—Miren a este mentecato, no sabe que el ajonjolí y el sésamo son lo mismo —dijo el capitán riendo con más fuerza.
—Ese no es el punto... —empezó a decir Bill, pero fue callado rápidamente por Mesa que inspeccionaba la puerta dorada.
—Tal parece que las frases mágicas no funcionarán —dijo el teniente con una expresión seria—. Ninguno de los rostros en la puerta tiene orejas.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de una mente extraña
RandomRelatos cortos para aquellos con poco tiempo y ganas de leer algo entretenido. ¡Espero que les gusten! 😊