Fuera de los confines de Andrómeda y a millones de años luz de Alfa Centauro, existe una galaxia desconocida y antigua; una de las más cercanas a las fronteras expansivas del universo.
En este lugar, solo existen dos planetas, dos cuerpos celestes que han sido capaces de formar una conciencia propia, y así experimentar el paso del tiempo y los misterios del cosmos, mientras rodean una gigantesca estrella azulada; tan grande que darle una vuelta toma poco más dos mil años.
Estos planetas se pusieron nombre a sí mismos. Él eligió Eron y ella escogió Crysla, y por milenios orbitaron alrededor de la estrella azulada viéndose pasar, ansiando conocerse.
Quizás fue tanto su anhelo, que las leyes de la física se rindieron ante sus deseos y un fenómeno impresionante, maravilloso y único en el universo, empezó a manifestarse.
Cuando Eron y Crysla se alinean cada dos milenios, todas las partículas iridiscentes de su galaxia se congregan y se unen para formar un puente multicolor, formado por alegres fotones que responden al ruego de los planetas y les permiten estar juntos por treinta y seis horas. Una cantidad de tiempo ínfima para estos seres solitarios, pero la suficiente para que se enamoren perdidamente el uno del otro.
El evento siempre inicia de la misma forma. La galaxia se convierte en un espectáculo de partículas brillantes, compuestas por colores imposibles que se desplazan a velocidades vertiginosas en una danza sistemática y caótica, tranquila y desesperada. Este baile cósmico dura varias décadas; años en los que los mismos cometas que circundan la galaxia sienten la tentación de detenerse en el infinito vacío para presenciar cómo la lluvia de luces toma forma poco a poco y crea un larguísimo puente que conecta a Eron y Crysla, y permite que tengan su ansiada reunión.
En uno de los extremos se presenta la conciencia de Eron, un cuerpo humanoide con una piel rojiza que haría palidecer a la supergigante luminosa más engreída de los cielos. Pero su maravillosa presencia no se resume a eso, ya que hay varios tonos ultravioletas en esa proyección física de su ser que forman un cuerpo musculoso y esbelto, una mirada brillante y cálida, y una magnífica cabellera que flota como un fuego vivaz en una noche tranquila de verano.
Del otro lado, se materializa Crysla, una hermosa manifestación de piel nívea azulada cual enana blanca. Ella emana misterio y magnetismo, mientras camina, rodeada de polvo de estrellas y de un abundante cabello cristalino. Con cada paso se va fundiendo con los colores del puente bajo sus pies, y su pelo cósmico ondea tras ella, reflejando cada una de las estrellas del firmamento, creando la ilusión de un halo que la sigue a donde va.
Ambos se detienen en sus respectivos extremos y observan con impaciencia, la construcción del puente, mientras lamentan la lentitud con la que las partículas van encajando unas con otras, pero saben que no hay manera de encontrarse si el trabajo no está terminado.
Y entonces, cuando la última partícula se coloca en su sitio, ambos se precipitan hacia el otro, con sonrisas brillantes, poseedoras de una alegría trascendental y maravillosa.
— ¡Eron, mi amado astro, la razón de mi andar por el cosmos, el único espectador de mi baile alrededor de la estrella azulada! —dice Crysla mientras se lanza a sus brazos de su compañero y besa efusivamente su rostro.
—¡Mi hermosa estrella, la belleza del universo concentrada, la inevitable dueña de lo que soy y seré! —responde Eron mientras la sostiene entre sus brazos y se deleita con el cariño que Crysla le profesa.
» Cada milenio es una tortura más profunda, un dolor más difícil de sobrellevar, y todo por esa mirada amorosa que me dedicas —confiesa Eron de repente. Aunque no fue su intención sonar triste, las palabras salieron de su boca antes de que pudiera analizarlas a profundidad y trajeron consigo un mensaje que enfrió la calidez de la reunión.
ESTÁS LEYENDO
Relatos de una mente extraña
RandomRelatos cortos para aquellos con poco tiempo y ganas de leer algo entretenido. ¡Espero que les gusten! 😊