Parte Diecinueve : Lazos

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Hikaru sabía que era el heredero de la fortuna más importante de Japón. Aún con sus siete años lo sabía. ¿El problema? Se rehusaba a serlo. Quería una vida normal como cualquier niño de su edad. Y no lo tenía. Debía conformarse con su guardaespaldas como amigo y sus peces en su enorme estanque, a los cuales criaba como sus mascotas. Cuando todas las mañanas Shikadai lo despertaba para acompañarlo en sus rutinas, quería escaparse, saltar la reja y salir a buscar amigos sin que sus padres se enteraran. Así como en los Animes que miraba en la televisión. Quería ser ese tipo de protagonista. ¿La realidad? No podía y su madre lo regañaría. Su padre era el General del Ejército Japonés y siempre intentaba pasar tiempo cuando regresaba agotado de su trabajo. Sabía que hacía su mejor esfuerzo. ¿Su madre? Era la líder de los Uchiha. Y administraba todos los ingresos de sus capitales en el interior y exterior de país.

Su cumpleaños número siete sería diferente, ya lo presentía y estaba ansioso por eso, lo supo cuando su madre le dijo que pensaría la idea de llevarlo a un colegio. Solo que primero debía dialogarlo con su dichoso padre. ¿Por qué? No debía ser difícil de acordar. Al parecer a los adultos les gustaba complicar las cosas que parecían sencillas. Soltó un leve quejido cuando ingresó en la sala donde descansaba el maldito piano que odiaba con todo su ser. ¿Debía aprender? ¿Para qué? No era su vocación ser músico.

-Señor Shikadai, ¿no puedo saltearme esta clase?-rogó.

-No, señorito Hikaru. Las reglas...-lo interrumpió.

-Eso ya lo sé-bufó molesto-. ¿Puedo salir después de aprender la pieza de Beethoven?

-Solo si termina los ensayos-aseguró.

Hikaru amplió su típica sonrisa Uzumaki y continuó con sus horribles clases de pianos que, en su vida, usaría para el bien de alguien. O eso creía. No lo veía necesario en absoluto. El administraría empresas, ¿para qué quería saber tocar el piano? No tenía idea. El Uchiha se concentró en sus estudios y dejó que las horas transcurrieran con naturalidad.

Boruto estacionó su Jeep, de último modelo, en su garaje personal. Apagó las luces y puso el seguro. Las botas que tenían estaban desgastadas y rechinaban en los cerámicos. Sus dientes eran los que más lo lamentaban. No iba a comprarse nuevos pares hasta terminar todas las reuniones que venían acumulando. Soltó un fuerte suspiro e ingresó a la residencia Uchiha. Las sirvientas más antiguas de la familia lo recibieron con un saludo y una reverencia. Boruto no estaba de acuerdo cone se trato, desde que era esposo de Sarada, un Uchiha. No dejaba de ser tratado como alguien que era superior, cuando en realidad, fueron colegas en el pasado cuando era guardaespaldas de su esposa. Saludó a las mujeres de manera amistosa y dejó el uniforme en un canasto para que después sea llevado para lavar. Al menos la chaqueta. Eran las dos de la tarde. Decidió salir antes porque era el cumpleaños de su hijo y no podía faltar a su fiesta. Miró su reloj de muñeca: Sarada estaría en el jardín pintando y Hikaru en sus clases de piano junto con Shikadai. ¿A quién vería primero? Gran dilema.

Sin pensarlo demasiado, decidió cambiar sus prendas por unas nuevas y limpias, así que desde la ventana de su aposento lograba visualizar a su esposa pintando con el atril que siempre llevaba de un lado a otro. Con el tiempo había mejorado sus trazos, cada vez, amaba más sus pinturas. Le transmitían sentimientos que creía que no existían. Se colocó una camiseta un poco holgada, una chaqueta y un pantalón cómodo. Cambió los borcegos por unas botas más sencillas. Una vez cambiado, bajó las escalinatas y se reencontró con ella. Se detuvo a unos metros sin que lo viera. Tan sigiloso como siempre.

Contempló la forma en que sus cabellos caían sobre sus hombros, y sus brazos delineaban cada perfecto trazo de una manera sensual, relamió sus labios y le susurró:

Quiero Ser Tuyo (Borusara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora