CHANTAJE

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—¡Maria! —Corro torpemente por el pasillo.

Voy en busca de mi compañera rubia, porque necesito que Craters me lleve al ascensor, ¡antes de que lleguen las 21.05 h! Avanzo a toda velocidad. O eso intento, porque la realidad es que me cuesta muchísimo moverme con rapidez después de todo lo que he bebido. El alcohol cada vez me está haciendo más efecto y siento que la moqueta del suelo se hunde con cada paso que doy. Pero no puedo rendirme. Tengo alrededor de veinticinco minutos para llegar al encuentro. ¡Y pienso lograrlo! Motivado, respiro hondo y, esprinto. Con el cuello estirado hacia delante y la espalda encorvada, corro, corro, corro, corro, y corro —haciendo eses—, mientras eufórico, grito:

—¡Maria! Necesito tu ayu... —La puerta de una de las habitaciones se abre de golpe y me estampo contra ella.

Choco contra la tabla de madera y acorde a la tercera ley de Newton, sufro las consecuencias de acción-reacción. Reboto hacia atrás y caigo al suelo, donde ruedo unos metros sobre la moqueta mientras agonizo por una posible fractura de nariz.

—Andrés, ¿estás bien? —Se me acerca Oier y se ata el cinturón del pantalón.

Detrás de él, aparece Bill Etes, quien comenta:

—Menudo hostión se ha dado.

Con la ayuda de Oier, me levanto agarrado a su brazo. Y no puedo evitar pensar en lo musculado que está. Qué envidia. Al lado del suyo el mío es un trozo de alambre.

—Gracias, sí, estoy bien —digo, y Bill me ofrece un pañuelo. No entiendo el porqué, hasta que la boca me sabe a hierro y me doy cuenta de que de mi nariz brotan dos ríos de sangre—. Ah, claro. Gracias. —Me tapono los orificios.

—¿A dónde ibas tan rápido? —se interesa Bill.

—En busca de Maria. —Mi voz suena gangosa—. Iba a pedirle que... —Me detengo. Los observo de arriba abajo. Ellos no parecen estar demasiado ebrios. Ellos podrían llevarme en coche—. Chicos, tengo que pediros un favor.

—Dale —me da paso Oier.

—Me tenéis que llevar en coche a casa. ¡Es urgente!

—Yo no tengo carnet —responde Bill.

—Y yo no tengo coche —ahora Oier—. Nos han traído Sara y Dan.

—¡Dan está por ahí perdido con Maria y Sara está potando! Necesito que me ayudéis vosotros...

—¿Y qué quieres que hagamos? —pregunta Bill.

Pensativo, acaricio el pañuelo —cada vez más húmedo y de color rojo— que me cuelga de la nariz, hasta que, la solución viene a mí:

—Oier, ¡tú tienes carnet! Y Bill... ¡estoy seguro de que en esta casa hay algún garaje con cochazos! ¿Cierto?

—Pero...

—¿¡¿Cierto?!? —presiono.

—Sí, es cierto. Mi padre tiene una colección de cochazos en la planta subterránea. Pero no vais a tocarlos.

—Ay, ¡mi nariz! ¡Me la habéis roto! —exagero—. ¿Y dices que no podemos marcharnos de casa? Tendré que llamar a una ambulancia para que venga en mi busca y destapar esta fiesta que has hecho sin pedir permiso, y tus padres se enfadarán, y te lanzarán lingotes de oro, y te castigarán sin tu millonaria paga, y...

—¿Crees que vivo con el tío Gilito o algo así? Y vale. Ya lo he pillado. Me estás chantajeando. Pero es que, si le pasase algo a alguno de los coches...

—No les pasará nada —se muestra seguro Oier—. Confía en mí.

Bill suspira, se toma un par de segundos para reflexionar, y asiente con aire de desesperación. Después, indica que lo sigamos por el pasillo.

—¡¡¡Ay!!! ¡Gracias, gracias, gracias, gracias...! ¡De verdad! —Salto sobre su espalda y lo abrazo—. Eres el mejor...

De pronto, soy consciente de que me estoy comportando como los borrachos que tanto he dicho que detestaba al principio de la fiesta.



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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora