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❝ Él lo sabía. El Señor Tenebroso lo supo todo este tiempo...
que un huracán amenazó durante muchos años por destronarlo.
Pero nunca hizo nada por detener la tormenta que lo amenazaba...
su reinado cayó, pero su súbd...
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The Diggory Heiress 3: El cáliz de fuego.
Precisamente no le apetecía estar en el Gran Comedor esa noche, no con todas esas personas metiendo su nombre en el Cáliz de Fuego sin pensárselo dos veces, no con Schneizel Ackerman observándola fijamente desde el otro lado de la habitación. Llevaba más de diez minutos intentando mantener su cabeza lejos del tema, ignorando por completo los chillidos de Emerald cada que alguien echaba su nombre a las llamas, escuchándola debatir si lanzar su nombre o no. Estaba claro que no podría concentrarse en la lectura de Historia de la Magia en un sitio como ese.
Los estudiantes querían la gloria, debatiendo quién sería el mejor para representar a Hogwarts. Iniciando tontas peleas sobre qué casa debía quedarse con el título de goce ese año; como era lo más esperado, Slytherin debatía contra Gryffindor a todo pulmón, a Artemis ni siquiera le importó cuando sacaron las varitas y se enviaron a ellos mismos a la enfermería. Ella no estaba apasionada con el tema, no era como si le interesase vivir el infierno que vivieron sus padres, muchísimo menos quería morir a manos de sus familiares por tomar una decisión tan insensata.
– Mis padres estarían orgullosos de mí si ganase la Copa. –Emerald se llevó las manos a la cintura, indecisa de qué hacer–. Eres mi mejor amiga, Artemis. De tu sabiduría ha de salir un buen consejo para esta pobre alma en pena, ¿qué es lo que debo hacer para vivir en paz con mis padres?
– Podría decirte que te lances a las llamas y metas tu nombre, pero sabes de sobra que ese consejo jamás saldría de mis labios. Podrías impresionar a tus padres con un sobresaliente en Historia de la Magia, por ejemplo. –contestó.
Faltaba menos de una semana para la noche de Halloween, el día en el que el objeto mágico haría su elección y escupiera a los campeones del año, como la última vez y todas las ocasiones anteriores a esa. El cáliz de fuego yacía en el centro de la habitación principal del castillo con las llamas vivas y flameantes, la línea de la edad rodeaba como un círculo al valioso objeto mágico brindándole una apariencia peligrosa. Se cumplían veinte minutos desde que Artemis estaba allí, visualizando a los estudiantes meter orgullosamente sus nombres en dicho objeto, tomándoselo como un juego más.
Al final, el cáliz seleccionaría a un joven digno de cada escuela, no a un idiota problemático.
El mundo era un lugar pequeño, lo comprendió cuando Dimitri Krum lanzó su nombre al dichoso cáliz para representar al Instituto Durmstrang, como su padre hace más de quince años. No conocía al dichoso muchacho, pero parecía ser lo bastante astuto como para ganar la Copa. Intentó volver la atención al libro que yacía olvidado sobre sus piernas, manteniendo sus pensamientos lo más alejados del tema para no caer en la tentación
– ¡Basta de mirar, lanzaré mi nombre a ese cáliz de una vez por todas! –Artemis ni siquiera pudo responder cuando visualizó a su mejor amiga cruzar el circulo de la edad para echar el papel a las llamas, suspiró cuando la miró volver con una sonrisa de oreja a oreja–. Hazlo tú también, hay tantas personas sucumbiendo ante la tentación que es matemáticamente imposible que tú termines siendo seleccionada por el cáliz. Adelante, chica. Intentando no pierdes absolutamente nada.
– Aprecio mi vida aunque sea un completo desastre andante, muchas gracias por tu consejo que podría llevarme a la tumba antes de tiempo. –le dedicó una falsa sonrisa, mientras le observaba con odio.
– No seas aguafiestas, te aseguro que no sucederá nada malo. Es decir, no hay nada que pueda sucederte fuera del riesgo de las pruebas. –le dedicó una sonrisa malévola, entusiasmada por su respuesta–. Yo lo he hecho y fue emocionante, hazlo tú. Atrévete.
– No quiero atreverme, estoy muy bien así.
Un nuevo apretón en el pecho y las náuseas apoderándose de su cuerpo, Schneizel avanzó hacia las chicas con la cabeza en alto. Artemis se incorporó y también le miró como toda una reina.
– No sabía que la prefecta de Slytherin tuviese miedo de llamas color azul. –saludó, con burla.
– No tenía idea de que los animales podían estar fuera de su jaula. –contestó, astuta–. No creo que sea de tu incumbencia si me niego a cometer una tontería tan grande como esta. Márchate por dónde has venido y déjanos en paz, Ackerman.
– Es solo colocar tu nombre, nada más. Entre mil estudiantes no hay mucha probabilidad de que tú seas seleccionada, Diggory. Honra un poco a tu fallecido padre y sé valiente. –escupió serpientes con cada una de sus palabras, ganándose miradas de odio por parte de la prefecta y un bufido de parte de Emerald.
– Estoy con él. –afirmó Emerald.
– ¡Es suficiente! –todos en la jodida habitación se le quedaron mirando como si ella fuese la única persona en el mundo, rodó los ojos y escribió su nombre en un trozo de pergamino–. Colocaré el maldito papel dentro del maldito cáliz, ¿les traigo un poco de helado mientras lo hago? –no dijo más, solo se encaminó al centro con rapidez.
Respiró profundo cuando cruzó el círculo de la edad con determinación, sintiendo la atención de todos los estudiantes encima de su presencia, no todos los días la hija de los dos últimos héroes de Hogwarts hacía algo tan emocionante como aquello. Por otro lado, ella apretó el trozo de pergamino entre sus dedos mientras continuaba en sus pensamientos. Si Narcisa y Amos se enteraban de esa acción, ellos mismos se tomarían la molestia de lazarle un Crucio por su insolencia. El cáliz lanzaba chispas flameantes de color azul potente, como si la invitara a lanzar la pequeña hoja de una vez por todas.
Schneizel, desde una distancia corta, la miró con burla. Entonces antes de que el remordimiento le venciera totalmente, arrojó el papel dentro del cáliz y una ola de aplausos se apoderó de la habitación. Otra Diggory participaría en el torneo. Salió de allí de la misma manera en la que entró, con la cabeza en alto; acompañada del maldito apretón en el pecho que la estaba enloqueciendo.
– Cedric estaría más que orgulloso. –la voz de Neville Longbottom retumbó en el salón haciéndola girar de forma casi abrupta, en alerta. El profesor le dedicó una curiosa sonrisa antes de meter sus manos en los bolsillos del pantalón de vestir–. Te veo en herbología. –agregó, sereno.
– ¿Mandrágoras de nuevo? –bufó, sonriendo levemente en el proceso–. No me agrada la idea de asistir, no se sorprenda si no aparezco por allí. –se sinceró, el profesor no puedo hacer más que fruncir el ceño.
– Las mandrágoras son divertidas. –repuso.
– No son el tema apropiado como para estudiantes de sexto año, además de que son demasiado chillonas para mi gusto. –se encogió de hombros, casi olvidando por completo la tontería que había cometido minutos antes–. Nos vemos en herbología de todos modos, profesor Longbottom.
Se giró sobre sus talones para volver a tomar un asiento alejado de la multitud, consciente de que la mayoría de los presentes la observaban con cierta inquisición plasmada en sus rostros. No era un secreto para nadie que su padre había perdido la vida participando en el dichoso torneo. El anaquel con el retrato de Cedric Diggory continuaba en la biblioteca, lucía más radiante que nunca, con las velas sosteniendo un flameante fuego color rojo que danzaba sobre el hilo. Viéndolo desde otro lado, junto al anaquel lucía otra vitrina con bordes color oro en el que reposaba una fotografía de Pandora Malfoy, quien mantenía una mirada inexpresiva en su pálido rostro. Artemis realmente se preguntaba cómo esas dos almas pudieron complementarse de forma tan clara.
– ¿Ves que no ha sido tan malo? Media habitación te ha aplaudido, jodida dramática. –Emerald se acercó a ella, con una sonrisa en su rostro.
– Tienes razón, supongo que no ha sido tan malo. –suspiró, colocando las manos en su cintura mientras que miraba el cáliz de reojo.
Artemis y Schneizel conectaron miradas segundos después, ya sabían quiénes eran.