Primera parte-14

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 Sus recuerdos de los interrogatorios, de su testimonio y sus declaraciones firmadas, o del temor reverencial ante el juzgado del que su edad la excluía, no la afligiría tanto en los años venideros como su rememoración fragmentada de aquella noche de verano y del amanecer del día siguiente. Cómo la culpa depuraba los métodos para torturarse a sí misma, engarzando las cuentas de los detalles en una lazada eterna, un rosario que manosear durante toda la vida.

 Por fin de regreso a casa, comenzó, como en un sueño, una sucesión de visitantes graves, de lágrimas, de voces apagadas y de pasos presurosos a través del vestíbulo, y la propia excitación ruin de Briony mantenía su somnolencia a raya. Por supuesto, Briony era lo bastante mayor para darse cuenta de que aquel momento pertenecía por entero a Lola, pero ésta fue conducida enseguida a su dormitorio por manos femeninas compasivas, para aguardar al médico y el examen que le haría. Briony observaba desde el pie de la escalera mientras Lola subía, con ruidosos sollozos, flanqueada por Emily y Betty, y seguida por Polly, que acarreaba una palangana y toallas. La retirada de su prima dejó a Briony el centro del escenario —no había aún rastro de Robbie— y el modo en que la escucharon, la relegaron y la animaron con suavidad parecía estar en consonancia con su nueva madurez.

 Debió de ser por entonces cuando un Humber se detuvo delante de la casa y entraron en ella dos inspectores de policía y dos agentes. Briony era su única fuente de información, y ella procuró hablar con calma. El papel crucial que interpretaba alimentó la certeza. Esto fue en el tiempo deslavazado que precedió a las entrevistas formales, y en el que ella compareció ante los funcionarios en el vestíbulo, escoltada por León a un lado y por su madre al otro. ¿Pero cómo había vuelto su madre tan pronto de la cabecera de Lola? El inspector jefe tenía una cara gruesa, de abundantes costuras, como esculpida en un pliegue de granito. Briony estaba asustada mientras contaba su historia a aquella máscara vigilante e inmóvil; al final sintió que le quitaban un peso de encima, y una cálida sensación sumisa se le esparció desde el estómago a los miembros. Era como el amor, un amor súbito por aquel hombre vigilante que encarnaba sin reservas la causa del bien, que a todas horas plantaba batalla en su defensa y que era respaldado por todos los poderes humanos y por toda la sabiduría existentes. Bajo su mirada neutral se le hizo un nudo en la garganta y la voz empezó a flaquearle. Quería que el inspector la abrazase y la consolara y la perdonase, por muy libre de culpa que ella estuviera. Pero él se limitaba a mirarla y a escuchar. Era él. Lo vi. Sus lágrimas constituían una prueba adicional de la verdad que percibía y enunciaba, y cuando la mano de su madre le acarició la nuca, ella se derrumbó del todo y la llevaron al salón.

 Pero si estaba allí, consolada por su madre sobre el Chesterfield, ¿cómo podía recordar la llegada del doctor McLaren, con su chaleco negro y el anticuado cuello de la camisa alzado, y con el maletín Gladstone que había presenciado los tres partos y todas las enfermedades infantiles de la familia Tallis? León habló con el médico, inclinado hacia delante para murmurarle un resumen varonil de los hechos. ¿Dónde estaba ahora la desenfadada ligereza de León? Aquella consulta sigilosa fue típica de las horas subsiguientes. A cada recién llegado se le informaba de aquella manera; la gente —la policía, el médico, miembros de la familia, criados— formaba corros que se deshacían y se recomponían en rincones de las habitaciones, el vestíbulo y la terraza, fuera de las puertaventanas. Nada fue aclarado, o formulado, en público. Todos conocían los hechos terribles de una violación, pero ésta mantenía su carácter colectivo de secreto compartido en cuchicheos entre grupos movedizos que se dispersaban con aire de suficiencia para atender a nuevos asuntos. Aún más serio, en potencia, era el de los niños desaparecidos. Pero la opinión general, continuamente reiterada como un sortilegio, era que dormían a salvo en algún lugar del parque. De este modo la atención permaneció centrada sobre todo en la desventura de la chica acostada arriba.

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