Capítulo 34

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A la mañana siguiente, en contra de lo que esperaba después de haber pasado casi toda la noche en vela, Emma se despierta muy temprano. Tiene un fuerte dolor de cabeza y la tentación de despertar a la señora Gina para que le prepare una de sus pócimas milagrosas. Por suerte, en la cocina, se encuentra con Fabrizio quien al verla aparecer frotándose las sienes, le pregunta:

—Buenos días, señorita Emma. ¿Necesita un remedio contra la sangre de los dioses?

—Buenos días, Fabrizio. Si conoce alguno que no sea arrancarme la cabeza, se lo agradecería.

—Lo tengo —responde Fabrizio mientras se pone manos a la obra y Emma espera sentada a la mesa —:Y podrá conservar la cabeza sobre sus hombros.

Fabrizio le entrega un vaso y una taza con uno de sus deliciosos cappuccinos.

—Muchas gracias —responde Emma dando un trago al brebaje que le ha preparado el mayordomo —:¿Es la receta de la señora Gina? 

—Sí. Yo se la enseñé. Es otro de los secretos que compartimos.

Emma sonríe y vuelve a dar un trago. Empieza a sentir el efecto de esa misteriosa bebida de inmediato y tras agradecer de nuevo la ayuda de Fabrizio, coge su cappuccino y sale hacia el jardín de la piscina. Se sienta en una de las sillas, disfrutando del silencio matinal y la suave brisa que corre en ese lado de la casa. Observa cómo un pajarillo se posa en uno de los bancos de piedra, el mismo banco donde la noche anterior habían estado sentados Fabio y Cindy. Con la mirada perdida, empieza a recordar todo lo sucedido anoche en ese lugar, casi con la misma claridad con la que empieza a imaginar lo que ocurrió en la habitación de Fabio. 

Aunque la desesperanza vuelve a instalarse en su interior, Emma intenta apartarla convenciéndose de que todo lo que había sentido por Fabio no había sido más que un espejismo. Vuelve a preguntarse por qué se le ha ocurrido pensar en algún momento que Fabio pudiera sentirse atraída por ella. Le parece mucho más lógico que él se relacione con mujeres como Cindy, una mujer mucho más elegante, atractiva, sensual, decidida... Ella sólo era una babysitter que había ido a parar a esa familia por un error. Ni siquiera tendría que estar allí. Había sido una broma del destino que lo único que había provocado en ella era confusión, falsas esperanzas y un duro choque con la realidad. Ella no pertenecía a ese mundo, pero su atolondrado corazón le había hecho creer que podía ser aceptada como una más. Sí, tenía que reconocerlo, se había enamorado como una tonta, había creído poder alcanzar un amor que, visto desde la perspectiva de la cruda realidad, era totalmente imposible. 

Y ahora, que ya había abierto los ojos, era el momento de cambiar de dirección, apartar las ensoñaciones y las fantasías, y  centrarse en lo que esa cruda realidad le había dejado como lo realmente importante; solucionar el problema con Santiago. Mañana tenía que ir a ver al abogado y deseaba con todas sus fuerzas que supiera cómo ayudarla.

—Buenos días. Has madrugado.

Fabio se acerca hacia ella con una taza humeante en sus manos.

—¿Qué tal has pasado la noche? —le pregunta.

—Bien. No tan bien como tú, creo —contesta Emma en tono serio.

—Imagino. Si no estás acostumbrada a beber alcohol, los dioses pueden ser crueles... —intenta bromear Fabio. 

Se sienta frente a ella pero Emma esquiva su mirada. Se ha hecho el serio propósito de alejar los sentimientos que tiene por Fabio, pero no puede evitar que su corazón se acelere cuando lo tiene tan cerca. Al ver que Emma no dice nada, Fabio continúa hablando:

—¿Tienes planes para hoy? Mi propuesta de acompañarte a conocer la zona sigue en pie.

—Qué amable —responde Emma con sarcasmo. Y le dedica una forzada sonrisa, antes de volver a bajar su vista hacia la taza vacía que sujeta en sus manos.

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