«¿Estará mi corazón jugándome una broma?»
He aquí la historia del hombre que se enamoró perdidamente de una joven que solo lo ve como un padre.
¿Es ese el castigo por todos los errores que ha cometido? o ¿un camino que le enseñará su nueva vida?
|Pr...
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—Si mal no recuerdo, es aquí —dijo Eric al detener el auto frente a la entrada de una mediana propiedad de un piso, rodeado de ramas y nieve.
—¿Si mal no recuerdas? —cuestionó de manera sarcástica la joven.
—Hace tiempo que no vengo a mi ciudad natal.
—Espera, ¿eres de Surrey?
—Pensé que sabías todo de mí, periodista frustrada.
—Todo, todo, pues no —lo miró.
Él le sonrió y vio como un guardia de seguridad, quien cuidaba la reja de entrada hacia el restaurante exclusivo, se acercaba a su ventana.
—¿Tengo que llevar el auto dentro? O ¿Ustedes se encargan? —le preguntó Clapton.
—Adentro lo estacionan, tiene que llevarlo. Más bien, solo déjeme abrir la reja —respondió el muchacho.
La reja negra se abrió para que los dos amigos, quienes se encontraban aún en el Mercedes Benz rojo, entraran por un camino color blanco y marrón. Parecía una fotografía digna de postal, pese a que no había ningún color alegre, salvo el del auto y el del restaurante, que era uno color marrón, por los ladrillos, el paisaje no se veía tan mal.
—Ya te conocen ¿verdad?
—Algo así —se encogió de hombros.
—Me pregunto a cuántas habrás traído aquí —intentó no reír.
—En mi vida, no todo es estar con mujeres —su tono era uno no tan serio.
—Disculpa, no pretendía ofenderte.
—No estoy enojado —la miró—. No te asustes, solo fue un comentario simple —le sonrió con ambos labios sellados y detuvo el auto—. Bien, ahora la tarea es de ellos, puedes bajar sin preocuparte.
—¿En serio es seguro estar sin lentes oscuros o gorras para no ser reconocidos?
—Este lugar es tan exclusivo que la mayoría que viene aquí le temen a los monstruos con cámara como yo —rio y bajó del vehículo.
Grace con temor bajó del auto, acomodó su casaca negra, peinó rápidamente sus cabellos con sus dedos y vio a Eric entregarle las llaves de su auto a un joven bien uniformado.
—¿Cómo conociste este lugar?
—Conocidos —respondió y al llegar a la puerta de madera, sacó de su billetera una tarjeta roja carmesí, se la mostró al hombre de piel mestiza, este le abrió la puerta y una señorita de cabellos negros y vestido de manga larga se les acercó.