Cap 6

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El rey Lycaon de Arcadia no tenía ni idea cuando se casó, que su preciosa y
amada reina no era humana. Su esposa guardaba dentro de ella un oscuro secreto. Ella nació de la maldita raza Apolita y estaba destinada a morir en la flor
de su juventud, a la edad de veintisiete años. No fue hasta su último cumpleaños, cuando Lycaon vio a su amada morir horriblemente de vejez, que se dio cuenta
que los dos hijos que ella había engendrado la seguirían a una temprana tumba.
Golpeado por la pena, él había buscado a sus sacerdotes pero todos le dijeron que no había nada que podría hacer. El destino era el destino. Pero Lycaon rechazó hacerle caso a su sabiduría. Él era un hechicero y estaba decidido que nadie llevaría a sus hijos lejos de él. Ni siquiera los mismos Destinos. Y entonces empezó a experimentar con su magia para prolongar las vidas de la gente de su
esposa. Capturándolos, él mágicamente combinó su esencia con varios animales que eran conocidos por su fuerza: osos, panteras, leopardos, halcones, leones, tigres, chacales, lobos, y hasta dragones. Él pasó años perfeccionando su nueva
raza, hasta que por fin estuvo seguro que había encontrado la cura para sus hijos.
Mezclándolos con un dragón y un lobo, los más fuertes de los animales con los que había experimentado, los impregnó de más fuerza y magia que a cualquiera de los demás. De verdad, dio de su propio poder a sus hijos. Al final, él recibió más de lo que había contado. No sólo sus hijos tenían vidas más largas que su esposa, ellos tenían vidas más largas que cualquier especie conocida. Con sus capacidades mágicas y su fuerza animal, ellos ahora vivían de diez a doce veces
más que cualquier humano. Los Destinos miraron hacia abajo y vieron lo que el orgulloso rey había hecho. Enojadas por la interferencia en sus dominios, los Destinos decretaron que él debería matar a sus hijos y todos los que eran como ellos.
Lycaon se negó. Entonces los Destinos buscaron su propia forma de castigo para su orgullo. Sus hijos y todos los que fueran como ellos fueron maldecidos nuevamente.

—Nunca habrá paz entre tus hijos —proclamó Clotho, el Destino que
hace girar los hilos de vida —. Ellos pasarán la eternidad odiando y peleando hasta el día que no respiren más.

Y así fue. Siempre que Lycaon mezclaba un animal con un humano, él, de hecho, hacía dos seres. Uno que era quien portaba el corazón de un animal y otro que portaba un corazón humano. Aquellos que caminaban como hombres y tenían corazones humanos fueron después llamados
Arcadianos por la gente de Lycaon. Los que tenían corazones de animal fueron llamados Katagaria. Los Katagaria nacían como animales y vivían como animales, hasta que alcanzaban la pubertad, cuando los poderes mágicos se liberaban en
sus hormonas, y serían capaces de volverse humanos, al menos externamente.
Sus corazones de animal gobernarían siempre sus acciones. De la misma
manera, los Arcadianos nacían como humanos y vivían como humanos hasta que su pubertad traía con ella su magia y su capacidad de cambiar a la forma de animal. Dos lados de una misma moneda, las dos especies deberían haber estado
en paz. En cambio, las diosas enviaron la Discordia para plantar la desconfianza entre ellos. Los Arcadianos se sintieron superiores a sus primos animales.
Después de todo, ellos eran la gente con la racionalidad humana, mientras los Katagaria eran sólo animales que podían tomar la forma humana. Los Katagaria aprendieron rápidamente que los Arcadianos no eran honestos sobre sus intenciones y que dirían una cosa, luego harían otra. A lo largo del tiempo, los dos grupos se han atacado el uno al otro mientras cada lado tomaba la razón moral como propia. Los animales creían que los Arcadianos eran la verdadera amenaza mientras los Arcadianos creían que los Katagaria debían ser controlados o abatidos. Esta es una guerra interminable. Y como con todas las guerras, nunca hubo un verdadero vencedor. Sólo hubo víctimas que todavía sufrían por el
prejuicio y el odio infundado, que nunca acabara.

—¿De allí los Centinelas? ¿Verdad? —preguntó Bride ya en forma humana

Ayel asintió —Si, los Centinelas de cada especie son mucho más fuertes y rápidos que el resto de su especie. Ellos han sido designados protectores de su raza.

—¿Cómo se reconoce a un Centinela?

—Por el tatuaje en su cara, Papá lo tenía.

—Pero Mamá no ¿no lo era?

De nuevo Ayel asintió —Si lo era, pero sólo si sabes usar bien tu magia dada puedes ocultar tu marca.

—¿Y Papá por qué no lo oculto?

Ayel se encogió de hombros —Honor… tal vez una señal para los demás.

—¿Todas las especies tienen Centinelas?

—Si, todas ellas. Según leyendas los Centinelas se encargan de pelear con otros Centinelas de diferentes ramas.

—Pero ahora hasta con la misma… mientras los molestes ellos se defenderán. —siseo Bride

—Exacto… sólo por eso sobr… — Ayel calló

—¿Qué pasa?

Ayel olfateo el aire — ¿Hueles eso?

Bride la imito —No siento nad…

Las dos se miraron asombradas.

—¿Fuego? —pregunto Bride —¿Dónde?

—¡En la casa! — exclamó Ayel cuando supo de dónde.
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El señor Rodrigo estaba retrocediendo con su esposa Casandra mientras ideaba como iba a pelear contra siete panteras…

Del Amor al Odio. | Trilogía Were Hunter #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora