MAIA
Un año antes.
Invierno.
¿Por qué mi vida terminó de esta forma?
Estar en un avión no es placentero como muestran en las películas, donde todo transcurre con normalidad. Sin embargo, no me dio tiempo a pensar realmente lo que conllevaba subirme en él. Primero,le tengo fobia a las alturas. Mis uñas están clavadas en el asiento en el intento de aferrarme a ellas, deduciendo que me estoy haciendo más daño a mí que al cuero aterciopelado. Muy razonable de mi parte ¿No? ;lo segundo,había sido un viaje donde mi corazón se asemejaba a una montaña rusa de tantas subidas y bajadas. Las turbulencias a causa del mal tiempo me erizaba la piel, en el mismo momento, donde el avión se sacudía estrepitosamente-a causa de mi mala suerte, cabe aclarar que me encontraba en el asiento pegado al ala.-por lo que, lo sentía con más intensidad. No solo el ruido era lo galante, sino que también asomé mi cabeza masoquista por la ventana, y al solo captar oscuridad, y un rayo aislado-no tan aislado en mis manos, que empezaban a picar por pura antelación.-hizo que me pegue al respaldo como si esta me protegería de alguna caída asegurada. Porque sí. También había pensado en los pro y contra. Si el avión le parece más lógico encaminarse hacia el océano y no a su real destino, por un lado: me salvaría de dar explicaciones de mi huida. Por otro, aquella vocecita impulsada desde la parte lejana de mi cabeza, vociferaba entre llanto dentro mío, rezando y justificando que era muy joven para morir. Ni siquiera era creyente, pero valía la pena intentarlo bajo la bruma del pánico. En fin, me anoté mentalmente que no volvería a ver otra película de algún vuelo, porque eran todas mentiras.
Azafatas sonrientes.
Comidas apetitosas.
Y desde el horizonte el sol saliendo.
Lejano de eso, mi cuerpo estaba atrapado en una película de Denzel Washington, con otra diferencia palpable: No habría aterrizaje de emergencia. Él no es un héroe y yo estaría en las profundidades del agua. Claro que solo está en mi cabeza todo ese momento, pero eso no impedía que para mí no me era menos real , específicamente el sentimiento de alerta. Cuando llegamos a tierra, casi beso el piso. Pero mi prudencia me estiró lejos de eso, y también me acobardó la mirada de la señora del aro. Sí, con su aproximadamente setenta y cinco años, llevaba perforada su nariz. Lo sé porque ella estaba sentada al lado mío cuando la respiración me empezó a entrecortar, mis manos enmudecieron y trataba de controlar con mis párpados presionados, mis ideas; iba cediendo poco a poco a un ataque de ansiedad. De nuevo.
Al cerciorarme donde me encontraba, lejos de casa, me fui tranquilizando . El problema no estaba en que me habían echado— literalmente de mi trabajo y de mi familia—. Eso solo había sido la primera gota que resbaló en el vaso. Una parte de mi quería abrirse. Romperse. Imágenes se abrían paso en mi mente y mi respiración era cada vez más errática. Todo aquellos recuerdos que quise evitar evocarlos distrayéndome todo ese último año con papeleríos del trabajo, salían alborotados de mí. Como aquel viento cargado de furia, levantando todo a su paso. Había perdido mi trabajo. Perdí mi salvavidas. Y ahora me estaba por ahogar. Esa es la contradicción de aferrarte a algo; sólo alarga la caída, no la evita. Mi respuesta no fue más que escaparme porque uno siempre tiende a huir de lo que le es imposible de resolver. Sin embargo, el caos de mi mente venia conmigo.
Uno siempre busca una vía de escape, incluso si se es consciente que esa no es la solución. La supervivencia es como una llama: No se apaga si no es por un soplo de realidad.
Estaba tan enojada, frustrada, que mis lágrimas nublaban todo.
"Necesito irme de aquí".
Esa frase no salió de mi sistema hasta cuando escuche el relámpago del otro lado de la ventana. Y allí, se desató una tormenta que empezaba conmigo, y no terminaba en ninguna parte. La realidad es que la señora me había distraído todo el viaje contándome anécdotas de su juventud. De alguna forma, su respuesta inalterada ante mi sufrimiento fue hacer como si no lo estuviera sintiendo. Como si no estuvieran apretando mi pecho y atenazado mi garganta.Como si todo aquello, no estaba materializado, por lo que, al verla articular sin parar con su cabeza ladeando en dirección a mi rostro, hizo que empezara a concentrarme en monosílabos aislados, para luego, tener toda mi atención en ella. El resto del trayecto, había sido más llevadero.
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Las estaciones susurran tu nombre.
RomanceCoincidieron en un lugar y espacio. Sin ansias y esperas. Se encontraron vagando;perdidos; en un andar casi lento. Ella con su timidez escondía los fragmentos que intentaba unir en su intento de entenderse. Él con su optimismo y sonrisas retratad...