3-Mosaico de heridas abiertas

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                                                                                  Maia

¿Cuántos charcos bastan para formar un lago?

¿Y para alejarme de la orilla?

Las maletas formaron un adorno en la sala de estar. Sentada en el borde la cama, me perdí en el exterior del ventanal. Más absorta en el descender de los copos de nieve sobre el vidrio, juntando formas que empañasen el cristal. Podría ser una boca abierta sacando la lengua, o un animal encogido. La mujer de la recepción, que alcancé a deslumbrar que su nombre era Ana me indicó servicial el piso. Me dio una llave  y me dejó en la  lucha de subir las escaleras (el ascensor estaba roto). La maleta contrastó cada escalón en mi contra, pero luego de más de doscientos respiros, toqué mi destino.

Me desvestí y fui directo al baño. El traslado corto me produjo malestar en mi piel. El agua de la ducha cayó directamente en mi pelo y temblando, abrí las canillas,y me metí dentro de la bañera. Alcé la cabeza, cerré los ojos y dejé que los minutos pasaran. La caída del exterior se sincronizó con el de mi interior. Las gotas rozaron mi rostro, trazando su huella para seguir rumbo por mi cintura hasta llegar al suelo, lamentándose en las alcantarillas.

El vapor me involucró con las tareas que dejé sin hacer antes de pisar esta ciudad.

¿El señor Gutiérrez preguntará por mi cuándo le moleste la cánula?

¿La joven Leila esperará sus chistes cada vez que la sometan a una anestesia por cada operación que el cáncer la somete?

O... ¿El pequeño Steve que con sus nueve años iba a visitar a su padre en terapia intensiva, y como le costaba estar allí, se sentaba conmigo en mi hora del almuerzo para decirme que el rojo en mis mejillas le hacían reír cuando él estaba decaído?

Odiaba mi rubor, me estremecía con cualquier cumplido sea desde un niño hasta de un adulto. El color natural de la timidez. Siempre delante de mí.

Quizás por eso, ahora estoy aquí.

Me imaginé al doctor molestarme "No dejas caballeros sin armadura, Maia" y yo me quería esconder debajo una camilla, si era necesario. La confianza entre los profesionales se lucía cuando trabajamos juntos, y los resultados hablaba más que nuestro orgullo.

Froté mi rostro para recordarme que no pertenecía ahí, no desde que no podía ejercer mi desempeño con todos los sentidos puesto en ello. Cuidar de otra persona requería responsabilidad, y yo apenas podía mantenerme a mi.

El hospital fue mi tercera casa, para no decirlo de otro modo. Las persecuciones que trascendía en cada familia era un pellizco de matices que ponía todo a mi alcance para generarles una pequeña chispa de colores dentro de una mueca de grises que las casualidades se encargaban de desbordarse.

Cada uno formando parte de mi vida, luego otros.

El agua no me quemó, la epidermis se acomodó a la temperatura, rodeó mis huesos, que se retorcían, y culminó en mi cuello; y, de pronto, me embargó el terror. 

¿Cuántas personas eran así? 

Venían, marcaban tu vida y se marchaban. Se me hizo injusto, que el que se queda, tenga que sacar a tirones la suciedad que pica en la piel. La simplicidad de eliminar algo en mi vida no resultó tan desinhibida, fue ...arrasadora, como una despedida hecha a medida; seleccionada. Más si ese algo fue tan importante o formaba parte del puzle de rompecabezas que trate de armar para justificar aquellas acciones que no me consentían.

Las estaciones susurran tu nombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora