11-Fuego Mentolado.

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Maia

No estaba demasiado eufórica.

Me entraba la duda de en qué momento he dicho que sí para ir.

Bueno, había asentido con la cabeza, que es lo mismo. Ahora me vería obligada a participar. Tenía la esperanza, razonable y pequeña, que sólo fuera una mera espectadora. Pero mis planes se vieron doblados por la sonrisa infantil del rubio mientras se dirigía sin esperarnos —ni a mí y Alex— hacia donde se encontraba las demás personas patinando sobre el hielo del Central Park.

The Rink at Bryant, abiertamente gratis para ir y venir desde el filo por como si nos explayarnos sobre un glacial, salvo que se tenía que pagar los patines. Era temprano aún, pero las oleadas anaranjadas del cielo se iban oscureciendo.

Nana lo propuso cuando las persianas metálicas del camión se llevaron todo lo viejo para proceder a los muebles nuevos. Nos llevó varias horas entre acomodar en su posición cada mueble, rellenar la pared de la barra con botellas. Todas perfectamente apiladas, que si te alejabas daban un destellar gótico desde las mesas.
En mi opinión, ese cambio era una  despedida hacia su marido, que falleció hace varios años. Debió ser un gran paso para ella.

Pagamos los zapatos y Adán se le encendió la llama de su niñez fusilando el terreno de cristal, deslizándose sobre el pedazo de hielo que tenía la amenaza de chuparte en cualquier momento. El vaho de mi boca me demostró que era más lo que expulsaba que lo que entraba. Me clavé a la pequeña pared que rodeaba la pista. Los padres sostenían de la mano a sus hijos que tropezaban una y otra vez.

Estar rodeada no fue tan inteligente de mi parte, no era más fácil;me costaba la multitud, pero a su vez encontraba una especie de confort.

Me sobre senté en un banco cercano que se situaba cerca del área a la que llamé "terrenal "porque estaban los negocios de comida llenos y pisabas la tierra como se debe. Solté una maldición al notar que me había olvidado que la temperatura también se apropiaba de los objetos. En otras palabras, me enfrié el culo, por lo que mi pantalón tenía una gran mancha más oscura. Mojada. Genial. Suavice mi expresión-ya que mis ánimos parecían intranquilidad con una dosis de susto - y me puse aun así los zapatos que me tendió mi amigo-.
Quise abrocharlo, pero se atascó y no sabía por dónde pasarlo. ¿Cómo se encaja esto?
Unos pies aparecieron enfrente mío y una mano interceptó la mía alejándola del cierre. Con destreza, Alex—cuyo ser había ignorado en todas las instancias—lo acomodó con facilidad. Apostaba por la alegría de Adán que era un hábito normal en eol hacer este tipo de hobby cuando la temperatura parecía caer en picada de una manera bestial. Hace una semana ya me había instalado, hace dos días volvió el rubio de sea donde haya ido porque cuando pregunte me dijo que "no eran mis asuntos e incluso, tampoco los de él", me confirmó que no me diría a donde fue y bromeé con que tenía una doble vida por ahí.
Mañana era víspera navideña y me costaba horrores acostumbrarme al cambio significativo de clima. Todo era tan diferente, que, a pesar de intentar resistirme, había algo de esta ciudad que lograba callar, un rato el frenesí de mi corazón.

Los rascacielos se levantan a nuestro alrededor. El manto grisáceo del cielo reflejaba la ausencia de las nubes que se pierden en el opacado clima.

Me puse de pie, confiada en que podía caminar en esas cosas hasta que mi seguridad se la robó el declinar de mi pie, y me sostuve en la primera superficie que encontré.

El pecho de Alex.

¿No se fue?

Este me aguantó firme y se agachó para mirarme de frente. — ¿Eres así de patosa o es intencional para que acuda a tu rescate?

Las estaciones susurran tu nombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora