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—Hemos encontrado una cura para la enfermedad de YoonGi —esas palabras entran en mi cerebro y se mantienen ahí, retumbando, en una especie de eco

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—Hemos encontrado una cura para la enfermedad de YoonGi —esas palabras entran en mi cerebro y se mantienen ahí, retumbando, en una especie de eco. Todo en lo que mi cabeza es capaz de pensar ahora, es en la posibilidad de tener a YoonGi de nuevo entre nosotros, esta vez, sin pétalos, tallos, o rosas que pudieran interferir en su vida y su salud. Sin embargo, el rostro de su médico no expresa precisamente alegría—, pero no creo que esto vaya a gustarte.

—¿Cómo podría no hacerlo? Solamente quiero verlo bien —suelto, como si fuera lo más obvio del universo. Un silencio se instala entre nosotros dos mientras él me extiende un papel, con espacios en blanco donde firmar.

—He intentado contactarme con los padres de YoonGi para que lo firmen, pero ninguno ha querido venir, así que supuse que él querría que tú lo firmaras —contó, aclarándose la garganta—, es el permiso para realizar una operación. Para evitar que las rosas sigan creciendo, tenemos que arrancar sus raíces, así que desde hace tiempo que estuvimos buscando la forma de hacerlo sin poner en riesgo la vida de quien las porta, y la encontramos; el problema es que, como daño colateral, cualquier sentimiento será extraído. Y con él, cualquier recuerdo que tenga de usted.

Me quedé mudo. Quería decir algo, pero nada salía de mi boca; lo único que podía imaginarme, era a YoonGi al otro lado de la habitación, conversando con sus amigos sin siquiera regalarme una mirada. Él se olvidaría de mí, olvidaría que alguna vez estuvo enamorado y que yo lo estoy. Pero no puedo esperar a la aparición de una nueva cura, porque YoonGi no tiene más tiempo. Si yo no acepto esto, va a morir. Y si lo acepto, vivirá, pero sin recordarme.

Observo el espacio vacío en la última parte de la hoja. Hay un largo texto antes con la letra pequeña que no me esfuerzo en leer. Levanto la cabeza para conectar mis ojos con los de su médico— ¿No hay otra forma, cierto? —él niega la cabeza, y se me forma un nudo de garganta—, ¿usted quiere decir que YoonGi se va a olvidar completamente de mí? ¿No va a recordar que me amó, ni que yo lo amo? ¿Y por qué la enfermedad continúa presente si estoy correspondiendo su amor? ¿No se supone que se origina de un amor no correspondido...?

—Lo siento mucho, JungKook —dice él, y sus palabras son sinceras, lo veo en sus ojos. Pero la realidad es que no me importa que lo sienta, solamente quiero a YoonGi, vivo, y sin que me haya olvidado—, pero la decisión de aceptar o no queda en usted, nosotros no podemos iniciar nada hasta que...

—No quiero que la decisión quede en mí. Es muy duro —una lágrima se desliza por mi mejilla, y luego otras más lo hacen al recordar los temblores en el pequeño cuerpo de YoonGi antes de entrar en el coma—, sus pa–dres deberían estar decidiendo esto, no yo. Yo... no sé qué hago aquí. Debería irme.

—JungKook, debes firmar esto antes de... —no lo dejé terminar, porque me levanté de mi silla y abandoné la habitación antes de que pudiera dirigirme una palabra más.

Corrí por el pasillo con las lágrimas cayéndome por el rostro. No me importó que otras personas pudieran verme en este estado, porque lo único que quería era salir de este desesperante hospital, y sentir la brisa en mi piel. Sin embargo, y sin saber cómo, terminé frente a la habitación donde YoonGi duerme, con la respiración agitada y debatiéndome entre pasar o no. Al final, terminé sentado en una de las sillas vacías a su lado, tomándole de la mano fría e inmóvil.

Me limité a observarlo dormir. Su rostro se veía tranquilo, en paz, como si estuviera teniendo un buen sueño, y sus labios entreabiertos lo hacían ver como un niño. Su pecho subía y bajaba con lentitud. Verlo así me hizo llorar más; ¿será la muerte tan tranquila? ¿Este rostro que tiene ahora mismo, lo tendría unos días después, si no firmara el permiso? No estoy tratando de ser egoísta, de verdad que no. Solo necesito unos minutos para acostumbrarme a la idea de que YoonGi no va a seguir amándome cuando despierte. Porque, sí, voy a firmar ese maldito permiso.

YoonGi va a abrir sus ojos aún si tengo que ser yo el que tenga que morir por él. 

De repente, siento un movimiento en su mano. Un pequeño tic, una suave caricia con sus dedos. Mi rostro empapado de lágrimas se eleva hasta poder mirarlo, pero no tiene los ojos abiertos. Todavía parece dormido. Otra vez, vuelvo a sentir su mano moverse. Mi corazón empieza a latir rápido. Entonces, los ojos se me inundan de lágrimas de nuevo: casi puedo sentir como la esperanza abandona mi cuerpo al caer en cuenta de que YoonGi no está despertando, sino todo lo contrario. Está convulsionando. Está muriendo. Ahora, realmente está pasando.

Grito desesperado, esperando que alguien pueda oírme. No sé qué hacer para detenerlo, así que solo me mantengo tomando su mano, mientras susurro suavemente el nombre de YoonGi y le suplico, con todo mi corazón, que no muera. Mientras las lágrimas me caen por la cara, rezo a algo que no puedo ver, diciéndole que, si de verdad existe, no se lo lleve, lo deje conmigo.

—Me dijiste que no ibas a morir todavía —susurro. Mi llanto es tan fuerte e imparable, que tengo espasmos. Observo a un grupo de enfermeras amontonarse frente a la puerta con una máquina. Detrás de ellas las sigue su doctor—, lamento si te hice sufrir, pero, ¿podrías no morir, Yoon? Por favor.

Las enfermeras consiguen abrir la puerta y veo como algunas se me acercan con intenciones de sacarme de la sala, mientras otras ponen en funcionamiento aquella máquina pesada que traen en brazos.

—Te amo —son las últimas palabras que consigo susurrar antes de ser echado de la habitación.

Su doctor me detiene en la salida.

—JungKook, es ahora o nunca —me dice, conectando sus ojos con los míos. Su mirada es intensa y preocupante, mientras que yo no puedo parar de llorar—, ¿usted acepta los términos y condiciones que implica llevar esta operación a cabo?

—¡Sí! ¡Sí, acepto! —Grito. La poca gente que pasa por el pasillo se detiene a ver la escena—, ¡hagan la puta operación de una maldita vez!

Asiente y se adentra en la habitación. La cortina sobre la pequeña ventanilla en la puerta metálica comienza a descender poco a poco, impidiéndome cada vez más tener una vista del cuerpo temblando de YoonGi.

—¡Por favor, sálvenlo! —exclamo, antes de que la cortina baje por completo. Las piernas me tiemblan, y tengo la sensación de que voy a caer al suelo en cualquier momento—, por favor, salven a YoonGi...

Hanahaki | KookGiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora