Capítulo 18: DIECISIETE

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"Quiero estar cerca de él, despertarme y verlo cómo duerme con la boca abierta o babeando. Quiero sostener su mano mientras tiene un mal sueño y me busca para protegerlo. Lo quiero a él.

Pero la realidad es que si ni yo estoy para mi ¿Cómo podré encontrarlo?

No lo quiero soltar, pero no sé cómo sostenerme. Veo cómo Even es tan valiente y fuerte, y luego estoy yo, todo temeroso, aferrado a él.

Y no me quiero, no sin él."


No quiero hacer un drama de esto, al fin y al cabo, no somos nada. Ni siquiera sé si le gusto y ahora puedo confirmar que no es así. Sin embargo, estoy tan molesto, por todo lo que siento, trato de no ponerle una etiqueta, pero sé que Joaquín hace que todos mis sentimientos se revoloteen, como un maldito colegial.

Estoy en el pasillo desde hace como media hora, ni siquiera sé que hago aquí, tal vez mi estúpida cabeza piensa que Joaquín va abrir esa puerta y me va a dar una explicación, pero si no lo hizo luego de cinco minutos, no lo va  hacer ahora.

Me siento tan estúpido, lo vi cómo le miraba, sus mejillas estaban rojas, como la última vez que lo besé y ahora el que provoca eso no soy yo. Quisiera entrar y decirle a ese estúpido chico que se vaya, pero todo se haría mucho peor, no tengo ningún derecho.

Si tan sólo me hubiera quedado, estaría yo ahí, haciéndole que se ponga rojito, yo sería el que le sostendría la mano, pero las oportunidades se van, y yo la perdí, por estúpido, por mis impulsos.

Camino de regreso al primer edificio y decido irme a almorzar, ya van hacer las cuatro de la tarde y por la impresión de saber que Joaquín despertó, ni siquiera desayuné. Decido irme a fuera, a comer algo normal en el que involucre más que solo ensalada.

Arranco el carro hacia el centro de la ciudad y voy hacia un pequeño restaurante que encuentro en medio de la calle. Ni siquiera sé que es lo que venden ahí, pero estoy muy cansado de buscar.

Me estaciono afuera del lugar y entro.

El espacio está decorado con un aire Italiano muy vintage se podría decir y me alegro al instante. Amo la pasta y veo que aquí hay posibilidades de una muy buena.

La música de fondo es como una de esas películas italianas en que la trama se desarrolla en un viñedo o en un campo, y lo mejor es que no hay nadie. No soporto la gente cuando ni yo lo hago conmigo mismo. Me siento en una mesa de al fondo y en unos minutos llega una señora de unos cuarenta años, lleva el cabello negro recogido y tiene una nariz muy particular, una que ya he visto.

-Bienvenido, el plato del día es carbonara, ¿tal vez deseas eso o quieres ver el menú?-  me sonríe muy amablemente.

-Sí, eso está bien y me das una Sprite, por favor.- asiente y me deja solo.

Aprovecho para ver mi celular y no hay ningún mensaje o llamada. Okay, admito que tenía la esperanza de que él me escribiera. No debería estar enojado, está pasando por algo muy grave y en realidad me preocupa mucho, pero ahora mis sentimientos están más revueltos que antes y no sé qué hacer.

Mientras como, me doy cuenta de lo solo que estoy, hasta en un restaurante que se supone que debería haber más gente. Nunca le he tenido miedo a la soledad, pero sé que en compañía de alguien, la vida se haría menos dura. La carbonara está deliciosa y no puedo creer que nadie haya encontrado este lugar. Volvería aquí mil veces.

Pago felicitando al chef y le aseguro a la señora, que este será mi sitio desde ahora. Es cierto que cuando comes, los problemas no pesan tanto.

Quisiera regresar a mi casa y encerrarme en mi habitación, pero mi turno termina a las 12 a.m y falta muchísimo, aunque allí por lo menos me distraigo. Voy hacia el supermercado cuando Cami me llama y le pongo en altavoz:

Mi respuesta siempre va a ser un sí, contigo.- (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora