Capítulo 2: UNO

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El hospital está absurdamente lleno y lo detesto, las enfermeras se mueven a toda prisa trayendo agujas y bandejas de comida al área de habitaciones. Por suerte mi turno ya está por terminar.

Cami está sentada en recepción sosteniendo un teléfono a cada lado de sus oídos y no puedo no reír. Tal vez debería ayudar, pero no me quiero comprometer a quedarme por más tiempo.

Es más, debería rime antes de que por mi mala suerte llegue a verme y antes de desaparecer por la sala de espera, ella me alcanza a ver y me llama:

-Emilio, ven.- su voz se escucha un tanto ronca y me imagino que es por las horas que ha estado hablando con cada persona que ha llamado por teléfono. Cierro mis ojos con pesadez, estoy a media hora de largarme de aquí.

-Necesito que vayas a la salida y esperes a un nuevo pasante, enséñale cada área del hospital y te podrás ir, porfa.- me suplica con la mirada y sabe que es muy probable que diga que no, pero está cansada, se puede ver a kilómetros sus enormes ojeras y cómo le tiembla la mano sé que ha tomado como mil tazas de café.

Sólo por eso decido ayudar.

-Está bien.- camino a regañadientes hacia la puerta de salida del personal y veo a un chico más o menos de mi edad, más bajo de estatura que yo con una camisa a cuadros. ¿Quién carajo en pleno 2019 se viste con una camisa a cuadros? Se me escapa una pequeña risa burlona y él se percata de mi presencia. Parece un niño de 12 años con ese corte de cabello demasiado corto, además de su rostro el cual emite ondas de bondad e inocencia. Puaj!

Es imposible que él sea el nuevo pasante, así que busco por el lugar si hay otra persona esperando y solo puedo sentir su mirada todo el tiempo.

- ¿Se te perdió algo?- su mirada se intensifica y me sonríe como si le hubiera contado un chiste.

- Soy el nuevo pasante, me llamo Joaquín.- me extiende su mano en forma de saludo y amplía su sonrisa ridícula tratando de ser amable.

-Hola.- alzo mis cejas como diciéndole: Hey. No aprieto su mano y ni siquiera le digo que me siga, porque es claramente obvio.

- ¿Eres pasante igual?- corre hasta llegar a mi lado y solo asiento. Me empieza a molestar su voz y tonta sonrisa, como si amara la vida, qué ridiculez. Si supiera lo horrible que es este lugar...

Pasamos la sala de espera y vemos a una chica en posición fetal sentada en uno de los sillones blancos llorando, tiene entre unos diecinueve a veinte años y su cara ya está roja por las lágrimas. Quisiera ayudar, pero me siento muy hipócrita por preocuparme por alguien cuando en realidad es un sentimiento muy superficial y casi inexistente. Pero como era de suponerse, veo cómo Joaquín se acerca despacio y toca su hombro en señal de apoyo, no veo ni una pizca de pena o de quemeimportismo, sólo veo una pequeña preocupación llena de empatía. Va hacia la mesa en la que está depositada un botellón de agua y lo llena en un vaso de cartón. Le extiende el vaso hacia ella y sólo acepta en silencio, por sus ojos me doy cuenta que no esperaba estar sola, sin embargo, también siento que ha perdido algo, créeme que la entiendo.

Joaquín le dice que todo va a estar bien y otras palabras políticamente correctas que una persona normal diría en una situación como esa y seguimos recorriendo el hospital. Aunque las enfermeras están ocupadas, la parte de quirófano y emergencias están muy vacía. Supongo que es por lo tarde que está, ya que todas las cosas importantes pasan en la mañana.

El "Andealiano" es uno de los hospitales más amplios, famosos y con la última tecnología de la ciudad, aquí se han realizado estudios de células madre y posibles curas contra enfermedades incurables como el VIH. Sin embargo, claramente no todos pueden ser beneficiados de estos servicios y ahí es cuando quisiera romper una puerta y que entre cualquier persona, porque es en realidad cruel prohibir a alguien de algo tan vital como curar una enfermedad o peor aún, salvar una vida. Odio la posición de un hospital que al ser "exclusiva" por sus grandes avances y médicos no puedan compartir esos conocimientos con todo el mundo, es que es absurdo.

-Emilio.- Joaquín pone su mano muy cerca de mis ojos y reacciono. Estoy parado viendo literalmente a la nada y creo que él me ha estado hablando desde hace ya un tiempo.

-Lo siento- susurro y camino hacia la planta de maternidad. Siempre rechacé ayudar en esta área porque me daba pánico y sigo teniéndolo, el solo hecho de pensar que en mis manos está la vida de un ser vivo que ha estado aquí sólo por días, obliga a mi cerebro a apagarse y decir que no pase por áreas peligrosas. No me desagradan los niños, pero tampoco quiero arruinar su vida. La sala de cunas está completamente vacía, excepto por un bebé que duerme plácidamente tapada por su manta azul, sin embargo, sigo sin saber cuál es su sexo, porque luego en su cabeza está puesto un gorro color fucsia y sus guantes son verde militar.

-¿Cuál crees que sea el sexo del bebé?- le pregunto. Joaquín desde que llegó a la sala ha estado completamente callado y me pone nervioso. Me voltea a ver y la comisura de sus labios se alza, como si hubiera esperado que le pregunte algo así.

-Estaba pensando justamente sobre eso y sólo puedo decir que deberíamos dejar de poner etiquetas a todo. ¿Sabes? Me gusta que la mamá lo o la haya vestido como realmente quiere y que piense que un color no define absolutamente nada. Es fastidioso seguir creyendo que a un varón hay que vestirle de azul y a una niña de rosa, cuando hay tantos colores que igual no definen nada...-su mirada está en el bebé.-... Y supongo que es hombre por su nariz.

Tiene un buen punto y aunque quisiera llevarle la contraria solo porque sí, nunca lo había visto de esa manera y estoy de acuerdo, todos los colores pueden ser para todos, porque no creo que haya discriminación hasta en eso. Miro su nariz y está pequeña como un botón de algodón.

Caminamos por una hora más por el resto de salas importantes sin decirnos mucho, él estaba distraído con todo lo que tenía que ver, como por ejemplo, donde poner las toallas cuando están llenas de sangre por algún paciente accidentado, dónde están las agujas si una enfermera está ocupada y tú tienes que traerlas, y así, un montón de cosas más. Le cuento y sus expresiones pasan del asombro o solo asentir como si ya se hubiera esperado todo eso.

Por último, regresamos de nuevo a recepción para decirle a Cami que ya me voy:

-Gracias Emilio, espero que nos llevemos bien.- se despide de mí, su sonrisa ahora es un poco artificial y con esa me conformo.

- De nada.- le respondo lo más amable profundo y me marcho a la sala de pasantes a sacarme la bata y guantes que tengo que utilizar por protocolo.

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Ya sé que me demoré, pero quería que el capítulo salga muy bien. 

Espero lo lean y comenten porfis.

Liz.

Mi respuesta siempre va a ser un sí, contigo.- (Emiliaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora