La brisa de verano refrescaba. Amaba el verano, amaba la calidez del sol sobre su tersa piel, amaba la libertad que sentía cada vez que salía a los jardines reales y podía caminar con su hermoso pero pesado vestido azul. Alzó la mirada al cielo para observar con deleite a los hermosos gorriones que surcaban los cielos con alegría. Sus ojos azules se confundieron con el azul del cielo, el cual estaba totalmente despejado aquella mañana. Todo se miraba tan perfecto, tan pacifico.
–Desearía que todo se quedará así...– murmuró al aire con un dejo de tristeza en su voz.
–Princesa Ginebra– lo escuchó hablar, fijando así su vista en su guardia real –No puede estar aquí afuera, debe de entrar.
–Lo sé, lo sé– suspiró sin ánimo –Es sólo que... todo es tan bello– dijo la eriza con una sonrisa.
–¿Qué cosa?– preguntó el halcón tosco –Son sólo plantas, nada que no haya adentro– puntualizó sin interés.
–Nunca lo entenderás, ¿O sí, Jet?
–Soy su guardián, entiendo de piedras preciosas y batallas, no de plantas o flores– replico molesto el halcón. –Ahora andando, que sabe que no es seguro que esté aquí su alteza.
Ginebra asintió de mala manera y tomó rumbo de nuevo al castillo. El reino vecino había declarado la guerra al suyo y los aires de muerte podían olerse a kilómetros de distancia. No sabía exactamente por qué había empezado, lo único que sabía es que la guerra ya llevaba muchos meses y que su padre había pagado las consecuencias con su propia vida. Ahora huérfana, Ginebra estaba al cuidado de su abuelo, el Rey Gerald, quien tendía a sobreprotegerla demasiado; siempre decía que estar en los jardines era muy peligroso, que la convertía en un blanco fácil para el enemigo.
–Mi querida nieta– escuchó a su abuelo al entrar al castillo. Yacía de pie en medio del gran salón con una dulce sonrisa. –Sabes que no puedes pasear por los jardines, ¿por qué tiendes a desobedecerme?
–Lo lamento– se disculpó Ginebra sin sentirlo realmente –Pero es que, realmente me vuelo loca encerrada aquí adentro.
–¿Es que acaso los hermosos tesoros que te he traído no son suficientes para ti?
–¡Son hermosos abuelo!– repuso al acto –Pero...
–Ginebra– le sonrió con gentileza abrazándola con cariño, como nunca sucedía.
Ginebra abrió sus ojos por completo, sabía que algo malo estaba a punto de pasar. Su abuelo no la abraza a menos que quisiera darle malas noticas, como cuando su padre murió. Colocó ambas manos sobre el pecho del rey anciano, alejándose de él desconfiada. De nuevo su abuelo le sonrió con calidez y sintió un extraño vacío en su estómago.
–¿Qué sucede abuelo?
–Sir Lamorak– llamó el rey para fijar su vista en el halcón verde –Ve por Storm.
–Sí su majestad– se despidió con una reverencia.
Ginebra volteó a ver a su guardia, quien se alejaba de ella, y una parte de sí quiso correr detrás de él ¿por qué sentía que acaba de entrar a la cueva del lobo?
Su abuelo tomó su mano gentilmente y la guió por los pasillos, sin una dirección aparente. Ginebra caminó con suma pesadez y casi en contra de su voluntad. Miraba las ventanas de mosaicos brillantes en donde podía ver su reflejo. Un hermoso vestido azul con blanco la vestía con porte y gracia, cual princesa debería de lucir. Su cabello color oro se ondeaba por la sutil corriente de aire, y un listón con una moña color azul evitaba que éste se viese desprolijo o desaliñado.

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Shadow of the Hearts
RomanceProclamado como un asesino, Lancelot buscará respuestas de una vida que ha olvidado por completo convirtiéndose en el caballero de la futura reina Ingletarra, teniendo como única aliada a quien le debe la vida, Nimue. Sin embargo, una relación prohi...