Observó el día que empezaba a nublarse lentamente. Una tormenta se divisaba a lo lejos. Truenos iluminaban el cielo a la distancia y un aire frío se colaba por la ventaba anunciando el diluvio que se aproximaba al castillo.
–Parece que una tormenta se avecina– habló Percival mientras miraba con aquella expresión estoica a la distancia.
–¡Ese erizo negro se cree superior a todos!– gritó enfurecido el equidna mientras caminaba de un lado a otro cual animal enjaulado –¡Pero yo le enseñare!
–Gawain debes tranquilizarte– habló pasiva la felina sin prestarle atención –¿Cuántos como él no nos hemos topado a lo largo de este reinado?, caballeros que creen que por manejar una espada son expertos en el arte del combate.
–¡¿Es que no escuchaste lo que dijo?!– le recordó sulfuroso –¡Fue un reto!
–Fue un comentario petulante. Tendrás tu oportunidad, te lo aseguro.
–¡Claro que la tendré!– asintió decidido formando una sonrisa maliciosa –Antes de lo que él imagina.
–¿Qué piensas hacer?– preguntó Percival serena como siempre.
–Para diversión de nuestras majestades hagamos un duelo.
–¿Con sólo tres caballeros?
–El albatros cuenta como un cuarto creo yo– respondió sin interés. –Sí, sí– asintió pensativo ampliando su sonrisa –Le diré a Miles que vea los preparativos, al príncipe le parecerá fascinante.
–A como yo lo veo lloverá por lo menos los siguientes tres días– le indicó dirigiendo su mirada de nuevo a la ventana junto a ella –No creo que se pueda hacer ahora. Además, sabes como se pone el príncipe con este tipo de cosas, no creo que sea una buena idea.
–¡¿Por qué no me apoyas en esto?!– le reclamó con enfado.
–Sabes que tengo razón.
El equidna se atragantó con sus propias palabras mientras ella lo observaba impasible. Percival era conocida por ser imperturbable, es decir, nunca nada parecía molestarla de ninguna manera, a excepción cuando atacaban a su rey. A diferencia de él, que la más mínima provocación era suficiente para hacerlo rabiar y buscar problemas.
–¡Saldré!– exclamó dándole la espalda
–Deberías llevar algo para la lluvia si no piensas regresar pronto– aconsejó Percival en suave voz.
No respondió a su consejo, dejando la habitación. Se sentía molesto y frustrado. Shadow lo había retado, lo había visto de menos como oponente y ella lo tomaba tan a la ligera. Él tendría su duelo con el erizo negro, le costase lo que le costase.
Gawain salió a los jardines reales, los cuales abarcaban cientos de hectáreas, con árboles finamente podados y fuentes aquí y allá. Él lugar favorito de la reina y el único que parecía tranquilizarlo. Gawain alzó la mirada viendo el horizonte; las nubes negras se aproximaban a gran velocidad, pues una pequeña llovizna ya se hacía sentir junto a su viento helado. Un trueno resonó con gran estruendo iluminando el cielo muy cerca de ellos y luego algo llamó su atención, algo que caía en picada junto a un grito.
–¿Pero qué es eso?– inquirió para sí intentando divisar qué era lo que ahora chocaba con gran estruendo a unos cuantos metros de él. –Rayos– musitó corriendo al lugar de donde había caído aquel objeto.
La lluvia empezó a hacerse sentir y prontamente, como Percival le había indicado, se había convertido en una tormenta; dificultándole ver. Los truenos gritaban en la oscuridad del día como un llanto amargo, y la lluvia lo abrazaba con frialdad. Gawain siguió con su camino hasta que divisó a alguien a la distancia yacer sobre el lodo entre los arbustos.
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Shadow of the Hearts
RomanceProclamado como un asesino, Lancelot buscará respuestas de una vida que ha olvidado por completo convirtiéndose en el caballero de la futura reina Ingletarra, teniendo como única aliada a quien le debe la vida, Nimue. Sin embargo, una relación prohi...