Capítulo 18: Sir Galahad

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Era la mano derecha del recientemente huérfano, Príncipe Lancelot, futuro rey de Tolosa. Su nombre, Sir Galahad, bautizado así por el mismísimo príncipe. Su deber siempre estuvo de primero, salvaguardar y proteger, y era algo que se tomaba muy en serio.

El Reino de Tolosa se encontraba en paz y prosperidad, sin embargo, su príncipe parecía querer más de lo que tenía. El rey y la reina habían muerto en el mar, en un intento de expandir sus tierras. Una tormenta le había quitado todo al joven heredero.

–¡Galahad!– su nombre resonó en el lúgubre castillo. El erizo plateado corrió a prisa para llegar a su príncipe, quien mantenía a su mirada fija en la ventana; viendo los copos de nieve caer.

–Su majestad– reverenció llegando casi sin aliento.

–Necesito que busques a los mejores hombres del castillo, les tengo una misión.

–Claro, alteza– asintió sin dudar –¿Qué misión?

–Eliminaremos al pueblo en el área oeste del reino.

Eso lo dejó perplejo. No podía creer lo que escuchaba de la boca de su soberano, debería de haber algún tipo de error. Eso los convertiría en asesinos sanguinarios.

–... ¿Eliminar?– logró pronunciar Galahad con cierta duda.

–Son los mayores exportadores de combustible y lana al Reino de Bragas, ¿no es cierto?– inquirió el erizo negro viéndolo de reojo, con una mirada que lo hizo estremecer.

–Pero eso provocaría la muerte de cientos de sus ciudadanos, no sólo allá, también en nuestro reino su majestad– habló con preocupación.

–Sólo las aldeas aledañas de pobres campesinos se verían afectados, a diferencia del Reino de Bragas, ya que dicho suministros los reciben los principales pueblos del reino vecino.

–Pero...

–¿Estás discutiendo conmigo?– preguntó Lancelot viéndolo con intensidad, haciéndolo estremecer.

–No, su majestad– asintió desviando su mirada.

–Entonces haz lo que te he solicitado– ordenó regresando su mirada al invierno que caía por la ventana –Que el invierno está en su apogeo– sonrió con malicia.

Galahad se retiró sabiendo que lo que le pedía era algo que iba en contra de sus votos de caballero. ¿Matar a los inocentes pobladores de Tolosa? Eso era algo impensable, no mataría a menos que fuera para defender a su rey.

–Debo de hacer algo– murmuró para sí, decidido a evitar que el acto de su majestad sucediera.

Cabalgó sobre el caballo más veloz que encontró durante la noche, en dirección al pueblo que se suponía que atacarían al día siguiente. Una vez ahí, evacuó a todos los pobladores de la ciudad, por supuesta orden del rey, poniéndolos a salvo. Tarea que le llevó toda una noche realizar, para cuando terminó de evacuar al último pueblerino los hombres que él mismo había reclutado habían llegado para cumplir el mandato del Príncipe Lancelot. En medio del pueblo lo vieron parado, sin rastros de ningún habitante.

–¿Tú has sacado a todos los campesinos de esta aldea de mala muerte?– preguntó iracundo el general.

–Era lo correcto– murmuró Galahad sin negar su participación –¡No pienso asesinar a gente inocente!

–¡Danos su ubicación o pagarás el precio más alto!

–No– espetó sin temor –Es mi deber ayudar a otros.

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