Capítulo 16: The Letter

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Yacía encadenado de manos y pies; el lugar tenía un olor húmedo y pesado, un lugar que guardaba las aguas residuales de las lluvias. Observó por aquellas barras de metal negras en donde apenas los rayos de luz lograban colarse para hacerle saber la hora del día. Pero no parecía ser algo realmente importante, al final de cuentas para mañana en la mañana, su vida llegaría a su fin.

Lancelot suspiró con pesadez. Al parecer su intento de regresar a casa y resolver todo no había funcionado. No esperaba que le créense o que lo ayudasen. Después de todo, había hecho mucho daño, en especial a Amelia y María. Cosas horribles con las cuales ahora no sabía cómo vivir con ellas.

–¿Cuándo cambie tanto?– se preguntó con su mirada fija en el cielo rocoso. –Hace un par de meses los hubiera matado a todos sin misericordia...– murmuró con cierto pesar –¿Es acaso por ella?

La sonrisa de María vino a él y su corazón volvió a sentir la calidez que alguna vez perdió. Durante muchos años lo único que quiso fue volverse el gran soberano de toda Inglaterra, pero tenía un gran obstáculo, Camelot y el Rey Uther. Sin embargo, para poder vencerlo necesitaba primero adueñarse de los otros seis reinos, y así con el poder las codiciadas Esmeraldas Caos él podría derrotar al reino más poderoso de toda Inglaterra. Mataría a toda la familia real, incluido al famoso Príncipe Arturo.

–Conseguí tres– recordó cuando llevaron ante él aquellas hermosas gemas. La siguiente en su lista era la del Reino de Bragas, y junto con ésta una recompensa aún mayor –...María– habló con tristeza.

Aún recordaba las terribles cosas que tenía planeadas para ella una vez que estuviera la Princesa Ginebra en sus manos. Con ella, él podría volverse rey por ley, ya que la ley estipulada que para poder ascender a dicho estatus él debería de casarse. Algo que a su parecer era ridículo ya que no necesitaba a ninguna mujer a su lado, sin embargo, se hablaba sobre la belleza de la Princesa Ginebra por todos los reinos, y siendo la damisela más cotizada de toda Inglaterra él sería quien la tendría como el mejor de todos los trofeos.

Esos pensamientos lo hicieron que llevara un ataque a el Reino de Bragas liderado por él mismo junto a su ejército, llegaría y le robaría al reino a su cotizada princesa, quien se casaría con él, por la fuerza de ser necesario.

–Pero no pasó...– susurró recordando cómo un caballero lo había lastimado brutalmente. Lancelot aún recordaba la sonrisa despectiva en sus labios y aquella frase antes de dejarlo ahí, dándolo por muerto: –"Que decepción... Lancelot"– ese había sido su primer y único recuerdo al momento de despertar. Luego, vio a Amelia, caminando confundida entre la escena de caos y muerte. Por alguna razón quería alejarla de todo, aunque no sabía muy bien por qué; era como si realmente Lancelot hubiese muerto esa noche y otro erizo hubiera renacido en la humilde morada de Amelia.

–Eso ya no importa– se dijo a sí mismo –Mañana moriré de verdad.

–A menos que logres salir de aquí– escuchó decir a una voz familiar.

Lancelot buscó por todos lados el origen de esa voz, hasta que logró distinguir una silueta entre las sombras. Un ser familiar, con ojos intensos de un azul muy profundo.

–¿Quién está ahí?

–¿Te has olvidado de mí?– preguntó enseñando sus dientes blancos en aquella sonrisa divertida, dejándose ver –Tengo muchos nombres, pero para ti, soy tu salvavidas.

–Eres la murciélago que encontró Gawain.

–Rouge the Bat, a tu servicios– se presentó con una reverencia.

–¿Cómo entraste aquí?– inquirió Shadow buscando a algún escolta, pues tenía entendido que nadie podía entrar, únicamente el Príncipe Arturo o su padre.

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