17- Llenura

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No puedo comenzar la fiesta sin esa perra. Las dejo a sola mientras me asomo por la vitrina del lado de la puerta para estar atenta a cuando Amy llegara. Tardó aproximadamente treinta minutos, pero lo importante es que llegó. Toca la puerta y le abro manteniéndome detrás de la puerta, en el momento que la cierro, agarro su pajoso cabello y trata de gritar, pero la acción inmediata de llevar el filo del cuchillo a su cuello funciona haciéndola callar.

—Tratas de gritar y voy a desfigurarte la cara. No sabes cómo muero por hacerlo.

—¿Tú eres...? — rio por su expresión de espanto.

—¿Quién soy?

—¿Emily?

—¡Bravo! Al fin dices algo coherente.

—¿Qué es lo que quieres loca? ¿Qué haces aquí? ¿Y por qué tienes eso? Eso no es real, ¿Verdad?

—Te daré a probar y me dices— la cortada que le proporciono en la mejilla provoca un emocionante quejido de su parte.

Trata de correr, pero me aferro a su cabellera como si de ella dependiera, luego la arrojo bruscamente contra el suelo y sin darle oportunidad subo sobre ella dejando caer todo mi peso e imposibilitando que pueda soltarse. Restrego su cabeza contra el suelo, dándole varios golpes seguidos.

—¿Por qué no me dices todos esos insultos que solías decirme antes? Anda, quiero escucharte— no permití que pudiera hablar, ya que disfrutaba restregando su cabeza contra el frío suelo—. ¿Esto si te parece gracioso ahora? Porque a mí sí, y mucho— dejo de hacerlo para levantarme arrastrándola por la pierna hasta llevarla a la cocina con las demás.

La escucho chillar tratando a su vez de levantarse y no tengo más remedio que agacharme a su lado y adentrar cuatro dedos en su boca; hubiera preferido meter mi puño entero, pero será mejor abstenerme. No puedo lastimarla tanto o echo mis planes a perder. Amy tose por lo inesperado y profundo que mis dedos se adentran a su boca y evitando a toda costa vomitar.

—Acabas de hacerle un oral a la desquiciada, ¿Satisfecha? Vuelves a gritar y lo que meteré en tu boca, no será precisamente los dedos. ¿He sido clara?

Voy a torturarla de la peor manera que existe. Deseo destruirla, pero no físicamente, eso sería muy fácil para mi hacerlo y no sería divertido. La amarro casi de la misma manera que las demás, pero esta vez, solo sujeto sus manos hacia la espalda y tapo su boca con la cinta. No puedo con el hambre, me he demorado más de la cuenta. Comienzo con la madre de Leyla, la arrojo hacia atrás y me termino de arrodillar a su lado.

—Comencemos nuestra clase. Deben estar muy atentas para que aprendan. Si veo que cierran los ojos, las cortaré en trocitos— quito la mitad de mi capucha dejando solo la boca al descubierto; luego levanto la camisa de la señora. Viendo el exceso de carne, la boca se me hace agua.

Acerco el cuchillo haciendo un corte en su piel, rebanando parte de su abdomen y observando como el cuchillo iba adquiriendo color. Escucho los ahogados quejidos de las tres, en especial el de la señora. En mis manos sostengo el pedazo que he rebanado de su abdomen, por el arrebato causado debido al hambre, lo olfateo y lamo hasta ir sintiendo las gotas de sangre deslizarse por mi mentón; apreto la carne permitiendo que cayeran en mi boca y no siguiera desperdiciándose. Adentro ese manjar a mi boca, deleitándome con ese delicioso y apetecible sabor en mi paladar; disfrutando la densa y fibrosa textura. Masticando, moviendo el bocado de un lado a otro, mi interior se contrae y palpita como hace mucho no lo hace. Los gemidos de satisfacción salen sin control de lo más profundo de mi garganta. Estas sensaciones tan placenteras y estimulantes, mezcladas con el sexo, debe de ser algo de otro mundo. Muero por experimentarlo con Kevin. Termino de comer por completo el pedazo y miro a Amy, notando sus ojos cerrados y como esas lágrimas de cocodrilo recorren su mejilla. Totalmente irritada debido a su comportamiento, corto otro pedazo para llevárselo.

—Debes tener hambre también— agita su cabeza con desespero y sonrío—. Te daré de comer para que veas que no soy tan mala— remuevo la cinta de su boca y agita más la cabeza.

—¡No, por favor! ¡No hagas esto más! ¡Déjanos ir, por favor! — suplica en llanto.

—No sabía que te gustaba hacer chistes sin gracia. Abre la boca— acercarlo a su boca, solo hace que aprete los labios—. Si no la abres a la buena, lo haré por ti. No querrás que pase el trabajo yo, créeme— agita la cabeza de nuevo y suspiro—. Muy bien, te sacaré los dientes. Es la mejor manera que encuentro para que obedezcas.

—¡No, por favor! Emily, no hagas esto más. Perdóname por todo lo que te hice.

—Es muy pronto para arrepentirte— entrelazo su cabello en mi mano mientras la empujo a un lado y la presiono contra el suelo subiéndome sobre ella.

—¡No, Emily! ¡Por favor, no hagas esto!

—¿Ahora soy Emily? Ya me había hecho la idea de que mi nombre era desquiciada. Abre la boca y no te sacaré los dientes. ¡Obedece! — no veo cooperación de su parte, por lo que hago una maniobra con el cuchillo hasta que queda con la base al frente—. Dolerá mucho— alzo el cuchillo y la escucho chillar.

—¡Lo haré!

—¿Lo ves? No es difícil.

En llanto abre la boca y le doy a probar, pero veo como lo escupe y vomita en el suelo, haciendo que el enfado regrese a mí.

—La carne no se desprecia. ¡Mastica y traga! — acaricio su mejilla con el otro pedazo restante y muestra disgusto —. ¿No lo harás?

Su expresión de repulsión mientras abría la boca y masticaba era entretenido, las lagrimas se iban mezclando con la sangre y saliva que brotaba de su boca en cada masticada.

—Es deliciosa la jugosa carne de esa vieja, ¿Cierto? ¿Sientes la energía que corre por tus venas al solo masticarla? — rio maliciosa mientras Amy vomita en el suelo.

Tengo hambre, pero quiero alimentarme de Leyla. Su carne debe ser igual de deliciosa. Mi madre decía que, entre más joven, más deleitable y sabrosa es. Voy hacia ella con contemplando sus ojos rojos y llenos de lágrimas. Recuesto su cuerpo en el suelo mientras acerco el filo del cuchillo a sus piernas; tenía un pantalón corto, algo que me facilita el trabajo. Entierro el filo en su muslo y el quejido no tardó en escucharse, la sangre recorría toda su entrepierna e iba paseando por el suelo. Entro la mano en su herida para expandirla y ocasionarle más dolor. Admirando semejante arte y sintiendo su carne desgarrarse, era inevitable no sentir mi vagina húmeda. Acerco el cuchillo para terminar de rebanar un pedazo de su muslo, como con desespero por el hambre que me estaba consumiendo. Repetí el mismo procedimiento una y otra vez, hasta que solo se aprecia parte del fémur. Mi barriga estaba contenta y la llenura era algo que hace tiempo no sentía. Si mi padre estuviera vivo, pensaría que soy una glotona. ¿Estarías orgulloso de mí, papá?

Parte Tres: Emily [✓] [PRONTO SERÁ RETIRADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora