II Parte: Que te vaya bonito

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Ciudad de México, 1942

El joven Joaquín estaba parado en el centro de la casa viendo como todos se apresuraban con los preparativos de la reunión de la noche. Sólo veía a pobres almas en pena en medio de una rutina carente de sentido que los llevaba a manipular objetos inanimados como la vida los manipulaba a ellos mismos.

"Creo que les hace falta un poco de color en sus vidas."
Susurró para si mismo en ese cuarto inmerso de gente. Sin pensar más se retiró con una pícara sonrisa.

– ¿Y Joaquín? No me digas que ya desapareció de nuevo ¡no puede estar ausente esta noche! - Exclamó su madre al adentrarse en la sala, dirigiéndose hacia Matilde, la vieja niñera del niño quien suplió el lugar de sus padres en su crianza.

– No lo sé señora, pero el siempre está aquí. Solamente que usted no puede verlo porque siempre está más al pendiente de lo que verán los demás. - Respondió Matilde sin mencionar más y se retiró.

Joaquín ya estaba cansado de aquello. Vivir a la sombra de su padre y la imagen de familia perfecta. Quería mostrar lo que podía hacer, lo que era él.

– Lo mismo de siempre. - exhaló al abrir su armario.
Lleno de simples trajes aburridos que los hombres estaban obligados a usar para guardar la etiqueta o la cordura de sus familias, como era su caso. El sabía que había nacido para la libertad, para países poblados de flores.

"Un poco de rebelión de vez en cuando es buena cosa."
Pensó al sacar del armario un gran traje color marrón y contemplar los bordados y pinturas que yacían en el suelo de madera.

Tepoztlán, Mexico, 1942

Ya había amanecido. Los gallos cantaban para dar aviso que se había cumplido un nuevo día de trabajo duro y terminar con ganas de no volver nunca más. Emilio esa noche llegó a dormir a casa de un amigo que en ocasiones lo acompañaba a tocadas.

– ¡Oye, despierta, ya es hora! - gritó su amigo Andrés antes de lanzarle una almohada a la cara para que este despertase.

– ¿Ya es hora de qué? - preguntó Emilio adormilado aún, cubriéndose la cara de los rayos de sol que comenzaban a brotar.

– Pues de que vayas a tu casa, tonto. Ayer llegaste tarde y ni siquiera le avisaste a tu tía que no llegarías, imagínate cómo se va a poner. - le respondía apresurado.

– No creo que le preocupe. Ya he llegado otras veces en peor estado y ni siquiera ha sido algo de lo que se preocupe. - respondió cabizbajo.

– Ya ni siquiera me contaste que fue lo que te pasó anoche. Llegaste muy angustiado, olías a alcohol y estabas lleno de lágrimas ¿qué fue lo que pasó ? – preguntaba preocupado a su amigo.

– Lo de siempre. En ese bar en cuanto empecé a cantar me empezaron a gritar y aventar alcohol. Sentí como uno de esos hombres me perseguía.

– Esto ya no puede seguir así Emilio ¿haz pensando en lo qué te dije sobre irte de aquí?

– No lo había tomado en cuenta, pero ahora estoy seguro que ninguno de esos hombres me va a dejar tranquilo, y temo por el hermano de... tú sabes. - decía con la sangre hervida pero su semblante cambió a uno nostálgico en un instante.

– Es por eso que tienes que irte cuánto antes. Me da miedo que cumpla su palabra y te haga daño.

– Creo que ya es momento. - contestó el más pequeño mientras tendía la mano de su amigo.

Pinceladas a la guitarra  [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora