Parte V: Peregrina.

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Ciudad de México, 1942

Joaquín sentía que la cara le ardía de vergüenza, pero más allá era de coraje por ofender su vanidad. ¿Quién se creía aquel para creer que podía humillarlo?

El cantante se dio cuenta de la molesta expresión del chico que llegó apresurado y corriendo como una gacela.

– Relájate, era un chiste, no te pongas así. - sonrió. - Me gusta tu ropa. - trató de remediar el asunto hablando de una manera simpática y amigable.

– ¿Qué? ¿Vas a salir con otra de tus bromas? - exclamó en un tono a la defensiva.

– ¿Ya me viste a mí? Amigo, creo que no estoy en posición de juzgar a nadie. - respondió de manera cómica mientras señalaba su colorida ropa.

– Lo sé.

– ¿Qué es lo que sabes?

– Que tienes buen gusto. - Emilio sintió eso como un halago y estaba a punto de agradecer arrogantemente por el cumplido hacia su forma de vestir. - se debe tener muy buen gusto para reconocer que mi ropa si es hermosa, digo.

La gente de la plaza no podía dejar de ver como dos jovencitos estaban en medio en una aparente competencia de quien avergonzaba más al otro y los veían fascinados entre risas.

Joaquín alzó la mirada al ver como el rizado agachaba la cabeza y apretaba la mandíbula. Vaya que se la había devuelto y dio en su talón de Aquiles.

– Hola, yo si soy Renata, no él. - se entrometió la niña entre ellos para romper la tensión con una nerviosa sonrisa.

– Hola nena, eres idéntica a él pero en una versión agradable. - dicho lo último le mandó una fugaz mirada al hermano.

– Oye me gusta mucho como cantas ¿cómo te llamas tú?

– ¡Renata! ¿Qué te he dicho de hablar con extraños? - jaló a su hermana hacia él.

– Que si dicen que nos van a sacar de la casa y de la escuela no lo pensemos más y aprovechemos.
Joaquín abrió los ojos como platos ante la indiscreción de Renata.

Nadie pudo evitar reír ante la situación.  Emilio se cubrió la cara para no humillar tanto a su oponente con su evidente risa.

– Bueno con permiso ya nos vamos, despídete Renata. - decía Joaquín apresurado y avergonzado por la imprudencia de su hermana.

– ¿Qué, tan pronto? Porque se me ocurren muchas canciones que puedo cantarte todavía.

– Sí es la de la mexicana que vendía fruta, esa te la dedico a ti. Con esos gritos y esos modales de verdulera te queda como anillo. Ya vámonos Renata. - contraatacó finalmente y se dio la vuelta.

En ningún momento bajó la mirada y siguió caminando.

– Vaya... - susurró Emilio mientras veía como su ágil silueta se marchaba y se perdía entre la multitud.

Se había enfrentado a muchos hombres a lo largo de su vida pero ninguno lo había intimidado de la misma forma que él.

Ni siquiera los hombres más grandes del pueblo que lo perseguían en las noches le habían provocado lo mismo que ese chiquito de carácter fuerte y ojos expresivos.

– ¡Joaquín! ¿Vas a seguir enojado conmigo? - preguntó su hermana ya estando en casa.

– No estoy enojado contigo. - respondió serio.

– ¿Entonces?

– Es que es ese tipo, no lo soporto ¿quién se ha creído para hablarme así? Es el tipo más arrogante que he conocido en mi vida. - No había dejado de estar molesto desde que llegó. Sólo entró a su habitación y se la pasó divagando con un gesto de enojo.

– Ay, no seas ridiculo. Nadie piensa tanto en alguien que no soporta.

– ¡Yo no pienso en él! - de inmediato entró a la defensiva.

– Yo no te lo iba a preguntar, pero si tú lo dices... Me hubieras dejado preguntarle cómo se llamaba.

– ¿Y para que querrías tú saber cómo se llama? - preguntó intrigado.

– Para encontrarlo más fácil y decirle venga a cantar las canciones que dijo que tenía para ti.

– Ay por favor, no me digas que quieres que ese venga a la casa y cante.

– Lo decía por ti. Cuando cantaba no te veías tan malhumorado, puede ayudarte.

Joaquín estaba a punto de contestar malhumorado pero pensó en las palabras de Renata, tenía razón.
Cuando escucho la voz de ese alto muchacho de desconocido nombre fue como si se le olvidase lo arrogante e insolente que era esa ave cantora, a la vez que pudo olvidarse de la vida por un momento.

Mientras tanto Emilio seguía cantando en aquella plaza, pues aquel público estaba encantado con las alegres melodías de su guitarra, y las niñas estaban encantadas con el muchacho de la dulce voz y suaves caireles. Pero entre toda la multitud buscaba otra vez a aquel chiquito de expresivos gestos. Quería desafiarlo otra vez y tal vez después cantarle una canción especialmente para él para hacer más ligera la situación y regalarle un buen momento a su día después del trago amargo que le hizo pasar.

Pero no volvió y no lo encontró más. Quizá otra vez sólo lo iba a llevar como recuerdo como uno de tantos.

En ese momento lo más importante era encontrar a su padre. No iba a perder el tiempo pensando en un chiquillo que acababa de conocer y del que ni siquiera sabía el nombre.

El tiempo se le fue volando y ya estaba por caer la noche al momento que poco a poco se oponía el sol.

Toda la tarde se la pasó cantando y entreteniendo a la gente de la plaza que parecía estar encantada con el espectáculo. Había recibido mucho dinero de la gente que se reunió a verlo para olvidarse un momento de los problemas que estaban enfrentando por culpa de la guerra pero para beneficio de sus bolsillos. Por ello no le preocupó demasiado que cayera la noche, pues ese día podía pasarla en un hotel sin problema alguno.

El señor Uberto estaba en su estudio trabajando arduamente en planear una sesión de fotos que serían llevadas a una exposición para el presidente Ávila.

Trabajaba sin concentrarse porque las palabras de su rebelde hijo resonaban en su cabeza una y otra vez. Ni la ventana rota del pasillo se comparaba con su orgullo.

Salió de repente de la habitación y se dirigió hacia la pieza de Joaquín.

– Joaquín. Necesito algo.

Joaquín se encontraba de espaldas en el escritorio, estudiando para los exámenes que se aproximaban en la carrera de derecho.

– Joaquín, te estoy hablando. - repitió sin alzar la voz pero en tono dominante.

Volteó después de el segundo llamado.

– Sí, dime.

– Sí eres tan bueno para pintar como dices que eres, ayúdame a darle color a estas fotos. - dijo mientras le entregaba un papel brillante.

Joaquín las recogió. A pesar de que su especialidad no era retocar fotografías cualquier cosa era mejor que repasar textos de una carrera que nunca quiso estudiar y no era para él.

– No soy bueno porque lo digo, soy bueno porque lo soy.

Oigan estoy temporalmente suspendida en twitter, siganme mientras en @joliesmailo y no me caguen a unf 🥺

Pinceladas a la guitarra  [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora