(Escuchen las canciones o los meo meoyen)Ciudad de México, 1942
Emilio terminó de cantar y el salón se inundó en aplausos, pero entre toda esa ola de gente sólo le importaba el de una persona.
Y esa persona no estaba aplaudiendo.
Emilio sonreía ampliamente y sus ojos se hacían pequeños de la emoción.
Volteó hacia atrás para mirar a sus colegas y Diego le sonreía en señal de aprobación, pero no podía decir lo mismo de los otros dos.
No les agradaba mucho que la atención se centrara sólo en él.
– ¡Otra vez! ¡Otra vez! - gritaban los oyentes.
Joaquín ni siquiera se inmutaba ante el unísono de exclamaciones. Pero parecía que se contenía.
El anfitrión de la fiesta subió al escenario.
– ¿Quieres pasar otra vez, muchacho? - le preguntó al rizado. Esté rápidamente se inclinó el micrófono.
– No sé ¿qué dices tú? - dijo mientras miró en dirección a aquel chiquito de nombre desconocido.
Joaquín se lo tomó por sorpresa y levantó las cejas.
Las damas al pensar que se dirigía a ellas gritaban con devoción.
– Ya, ya, ya, ya fue tú turno nos toca a nosotros. - interrumpió Roy. Parecía que envidiaba que el aplauso no fuera para él.
Los tres chicos comenzaron a tocar la canción que ya tenían ensayada.
Emilio al sentir que ya no tenía nada que hacer ahí, bajó.
Joaquín lo siguió con la mirada sin quitar sus ojos de encima. Por un momento dejó de lado su orgullo para acercarse, su interpretación había sido sublime.
– Tengo que decir que tú voz es mucho mejor que tú carácter.
Emilio volteó confundido, pero era él. A pesar de ya no portar colores y adornos, era inconfundible.
– Joven de aquel traje bordado y vivos colores, por poco no lo reconocía. - mencionó mientras lo miraba de reojo.
– ¿En serio? Yo creí que me habías reconocido muy bien. Digo, nadie se le queda viendo tanto a alguien que no conoce.
– Pues tú lo has dicho. No te reconocí porque no te conozco. Ni siquiera sé tu nombre.
– Podrías adivinarlo.
– No soy adivino pero podría adivinar qué te quisieras cambiar el apellido.
– Eres ave de buena intuición. - respondió Joaquín y ambos intercambiaron una pequeña risa.
El rizado le alzó la mirada con una amigable sonrisa y le tendió la mano. – Emilio.
El menor le respondió el gesto.
– Joaquín.– Ya te equivocaste. Ni en mis sueños hubiera podido adivinarlo.
– Yo el tuyo sí. Me recordarías a aquella pintura del sol sobre la mesa, donde yace una guitarra. Su pintor se llama Emilio Pettoruti.
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Pinceladas a la guitarra [Emiliaco]
Fiksi PenggemarDos almas artísticas buscan unirse, uno tocando la guitarra y creando melodías con su voz y el otro con sus dedos pintando el mundo, llevando en su mente como musa al chico de cabello rizado que llegó a la casa azul. ¿Qué obra de arte crearán juntos?